Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
IN FERNEM LAND... 

LA SEDUCCIÓN Y EL ORO
 

¿Qué digo murmullo?
Esto no pueden ser murmullos.
Seguramente cantarán las ondinas
allá abajo su canción.
¡Deja que canten, compañero, deja que murmuren
y camina alegremente detrás!
¡Pues las ruedas de un molino
giran en todo arroyo claro!

La bella Molinera, W. Müller

 

                Por fin se abre el telón en el teatro de la colina verde. Ya empiezan a escucharse los alegres y sensuales cantos de las Hijas del Rin. La armonía cambia de Mi bemol mayor a La bemol mayor, y el espectador se ve envuelto por las ondulantes voces de tres muchachas con nombres de ola que juguetean, despreocupadas, en las límpidas aguas del río primordial. La vida y la inocencia han surgido de un letargo que guardaba, celoso, todos los secretos de la creación.

            Hacia allí se dirige un ser extraño, deforme, que choca con la belleza perfecta de las Hijas del Rin. No será indiferente a sus encantos. Ningún hombre, en su sano juicio, lo sería. Sin embargo, para las ondinas, la seducción es únicamente un juego, y su inocencia, como la de los niños, como la de la Naturaleza a la que representan, es a veces cruel: ¿cómo puede atreverse un enano oscuro y monstruoso, que se esconde en las entrañas de la tierra para arrancarle sus tesoros, a conquistar el amor de tanta perfección, de tanta armonía?


La magia de las aguas

 
J. W. Waterhouse. Sirena

            Wagner no se aleja de las antiguas tradiciones mitológicas al situar el inicio de la creación en el fondo de las aguas primordiales: Agua, eres la fuente de toda cosa y de toda existencia, dice un viejo texto hindú. Bajo su superficie bulle el caos del que emergerán todas las formas. La vida se encuentra allí latente, esperando el momento de su manifestación; para, después, al agotar el ciclo de su existencia (individual o cósmica), volver de nuevo a ella. También volverá el Oro a las manos de las Hijas del Rin, que siguen riendo y jugando con él, como si nada hubiese sucedido. Y es que, para ellas, en realidad, nada ha sucedido. Desde siempre, conocen el breve destino de los mortales y, a veces, les previenen; pero saben que es inexorable y que, tarde o temprano, se cerrará el círculo que vuelve a ellas.

 

 

Las ondinas

            En todas las mitologías, en todos los folklores nos encontramos, bajo distintos nombres, con los espíritus del agua, esa fuerza primordial de la Naturaleza, que poco a poco fue tomando forma humana; y no hubo fuente, río, lago o mar que no guardara diosas o hadas. Si los griegos las llamaron ninfas, nereidas, náyades y sirenas (madres de héroes y perdición de navegantes), para el folklore germanoescandinavo fueron primero nixen que habitaban las profundidades de las aguas. En su mayoría, eran espíritus femeninos, aunque también los había masculinos, que tenían el don de la profecía y atraían a los caminantes hacia sus palacios de cristal, en donde los días parecían segundos. Algunos afortunados caballeros germanos pudieron contar la aventura, no los escandinavos: por aquellas latitudes, el abrazo de una nixe era mortal.

H. Fantin-Latour. Primera escena del Oro del Rin

Más tarde, las leyendas medievales contaron que sólo podían adquirir un alma si se casaban con un humano. Éste es el tema principal de la Undine del romántico alemán Friedrich H. Karl, barón de la Motte-Fouqué, que muy poco tiene que ver con las ondinas de la Tetralogía. Aunque Paracelso las llamó undine (del latín unde: onda) tomó sus características del folklore nórdico y, generalmente, es con ese nombre con el que las conocemos hoy. Algunas tienen cola de pez, otras muestran íntegramente sus formas de mujer. En la poesía romántica, Heine hizo de Loreley su reina (también la cantó Brentano como Lore Lay): desde una alta roca, en uno de los recodos más peligrosos del Rin, peina su cabellos de oro, mientras los hombres, fascinados por su belleza, desaparecen entre los furiosos remolinos de las aguas.

Y es que todos estos espíritus del agua se muestran tan ambivalentes como el elemento al que representan: fuente de vida, pero también de muerte; son divinidades del nacimiento y de la fertilidad; pero, a la vez, encarnan el aspecto terrible de la Naturaleza que el hombre no puede controlar y que le arrastra. Tanto la fascinación como el miedo son los sentimientos que producen en los mortales que, atraídos por los sortilegios del agua y del amor, pagan el precio letal de la seducción, del deseo incontrolado. Por todo el folklore europeo corre la voz del peligro que entraña acercarse a una fuente o a un río cuando el sol está en lo alto: es la hora en la que se manifiestan las ondinas, y el que las ve cae en la locura. ¿La misma locura que llevó a Alberich a renunciar al amor?

Desde sus significativos nombres, que evocan olas, magia y fuerza, Wagner da a las Hijas del Rin las características de sus legendarias antecesoras. Es Woglinde la que abre la escena, la más despreocupada y alegre de las tres hermanas; le contesta Wellgunde que, jugando, intenta atrapar a primera; finalmente, Flosshilde, la más prudente de las tres, les recuerda su deber como guardianas del Oro. Pero a la inocencia sagrada de las ondinas de Wagner le falla, en este momento, el don de la profecía, y las ninfas revelan su secreto al burlado enano.


La tentación del Oro          
 

Reginn.
Iglesia de Hylestad. Oslo

El encuentro entre ondinas y un personaje con ansias de oro, aparece en el cantar de gesta medieval alemán: Das Nibelungenlied (El Cantar de los Nibelungos). En el canto XXV, el caballero Hagen se encuentra con las ninfas del Danubio que, primero, le engañan con un vaticinio falso, ya que les había robado sus ropas mientras nadaban; pero que, al serles devueltas, le anuncian su muerte en el país de Atila. Sin embargo, aún no es el momento de hablar del personaje de Hagen, al que Wagner presentará como hijo de Alberich (fuera de la tradición heroica y literaria en las que ambos no tienen ningún tipo de parentesco), sino precisamente de este último.

Con él, volvemos a las Eddas, y a la obra que parece la fuente más directa del maestro de Leipzig, sobre todo en lo que se refiere a la primera y segunda jornadas de la Tetralogía: La Völsungasaga (Saga de los Volsungos: narración escandinava, de la primera mitad del siglo XIII, prácticamente contemporánea al cantar de gesta alemán, por lo que sería muy extraña una mutua influencia, pero no el que existiera una fuente común, probablemente oral, que podría tener su referente en las Eddas). El enano, guardián del oro, aparecerá en el Nibelungenlied con el nombre que utilizará Wagner: Alberich; en la mitología escandinava, fue conocido como Andvari.

 

La compensación de la nutria

Manuscrito del Cantar de los Nibelungos

            Las Eddas narran una historia que nos recordará varios acontecimientos relevantes de la Tetralogía. La encontramos, primero, en el canto heroico del Reginsmál (Los dichos de Reginn) de la Edda poética, y, más tarde, en el Gylfaginning (El engaño de Gylfi) de la Edda en prosa de Snorri Sturluson.

            Según el Reginsmál, de viaje fuera del Asgard, los dioses Odín (Wotan), Haenir y Loki (Loge), se acercaron a una cascada en la que vivía el enano Andvari. Cerca de allí, Loki mata a una nutria que resulta ser en realidad Otr (en antiguo islandés, Otr significa nutria), el hijo del rey Hreidmar (perteneciente a la estirpe de los gigantes), que tenía la costumbre de convertirse en ese animal cuando iba de pesca.

Los dioses, que ignoraban todo esto, pidieron hospitalidad para esa noche en la morada de Hreidmar que, cuando conoce lo sucedido, exige inmediatamente una compensación por la muerte de su hijo. Entonces, Loki vuelve a la cascada, pesca a Andvari, que se había convertido en lucio, y le reclama las fabulosas riquezas que esconde. El enano no tiene más remedio que entregarlas, pero, a la vez, las maldice. En el momento en el que Loki se las da a Hreidmar, le transmite la maldición: pronto su hijo Fáfnir le matará aprovechando su sueño y, así, se hará con el tesoro (en la ética de los pueblos del Gran Norte, el parricidio se consideraba como el peor, el más reprochable de los crímenes; no tenía expiación y era de carácter hereditario). Para que nadie se lo pueda arrebatar, Fáfnir se convertirá en dragón, pero su hermano Reginn forjará la espada extraordinaria que empuñará el héroe Sigurd para vengar a su padre Sigmund, así como a Hreidmar.

No hace falta recordar las analogías con la obra de Wagner: Fáfnir/Fafner, Reginn/Mime, Sigmund/Siegmund, Sigurd/Siegfried.

            En la Edda de Snorri (capítulo VI del Gylfaginning) encontramos aún más detalles de esta historia que nos van a resultar familiares. Cuando los tres Ases ofrecen como rescate por sus vidas todas las riquezas que se les pidieran, la nutria fue despellejada y Hreidmar les conminó a que cubrieran, por completo, su piel con oro. Odín envió a Loki al Mundo de los Elfos Negros en busca de Andvari y el tesoro que guardaba en su casa de roca. El enano no se opuso, ¡le iba en ello la vida!, pero intentó esconder un mágico brazalete (algunos lo consideran un anillo) de oro, que le permitiría seguir acumulando riquezas. Loki también se lo arrebató y Andvari, furioso, vaticinó que causaría la muerte de quien lo poseyera.

Cuando Odín vio el aro, se quedó con él y cubrió la piel de la nutria con el resto del tesoro; pero, Hreidmar, al observarla detenidamente, vio un pelo del bigote descubierto y exigió que se tapara; así lo hizo el rey de los Ases, entregando la joya. La recompensa por la muerte de Otr había sido satisfecha, pero el brazalete y el oro causarían la muerte de quienes los poseyeran.

Naturalmente esta anécdota es el referente mítico de la compensación por Freia en el Oro del Rin; aunque, en este caso, es la diosa la que tiene que ser cubierta por el oro, y su mirada centelleante la que Fafner descubre por la grieta que obligará a Wotan a entregar el anillo.

            En el canto III del Nibelungenlied, se narra cómo el héroe Siegfried, derrotó a dos príncipes (hijos de Nibelung) de un lejano país (¿Noruega?) que conquistó con la espada Balmung (Notung en Wagner);  y cómo se apodera, tras luchar con el enano Alberich, de su manto mágico (que hace invisible al que lo lleva); aunque, después, le encomienda la custodia del fabuloso tesoro de los Nibelungos. Por lo tanto, aquí encontramos los nombres germánicos de los personajes de Wagner y uno de los referentes del Tarnhelm, el fantástico yelmo, que idea Alberich, forja Mime (también hallamos un casco que permite la invisibilidad en la mitología griega: es el de Hades, dios de los muertos; se lo entregan los titanes y, en algunas ocasiones, lo llevarán diosas como Atenea o héroes como Perseo), y Fafner guarda junto con el oro y el anillo maldito, hasta que llegan a las manos de Siegfried.

A. Rackham

Las Hijas del Rin, alegres, despreocupadas y seductoras, aparecerán de nuevo en el Ocaso de los dioses. Sólo se vuelven graves para vaticinar la muerte del héroe (como lo hicieron sus hermanas del Danubio con Hagen en el Nibelungenlied). Pero a Siegfried no le inmutaron sus presagios y tampoco a ellas su negativa de devolver el anillo. Demasiado sabían que se acercaba el momento de recuperarlo. 

           La noche del 12 de febrero de 1883, Richard Wagner leía, en voz alta, la Undine del barón de la Motte-Fouqué, después tuvo un sueño extraño; en él, sus ondinas (como la del autor alemán) querían tener un alma. Se levantó, fue hacia el piano e interpretó el motivo de la lamentación de las ninfas: ¡Oro del  Rin! ¡Oro del Rin!  ¡Falso y cobarde es lo que allá arriba se alegra! Y añadió: ¡Qué intuición tuve entonces!

Murió al día siguiente.



Bibliografía

Cantar de los Nibelungos. Madrid, Cátedra, 1998.
Chevalier, J.- Gheerbrant, A. Dictionnaire des symboles. París, Seghers, 1974.
Éliade, M. Tratado de Historia de las religiones. México, Era, 1998.
Guelpa, P. Dieux & Mythes Nordiques. París, Presses Universitaires du Septentrion, 1998.
Mayer, H. “Albérich et les filles du Rhin. Les pensées de Wagner au cours de sa dernière nuit” in Das Rheingold. Programmhft. Verlag der Festspielleitung Bayreuth, 1983.
Saga de los Volsungos. Madrid, Gredos, 1998.
Sturluson, S. Textos mitológicos de las Eddas. Madrid, Miraguano, 1998.