Erigiré
un teatro a orillas del Rin y enviaré invitaciones para un gran
festival dramático. Después de un año de preparativos, produciré
mi obra completa en una serie de cuatro jornadas. Y así daré
a conocer a los hombres de la Revolución el significado de esta
Revolución, en su más noble sentido. Carta
de Richard Wagner a Théodor Uhlig del 12 de noviembre de 1851. |
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Bayreuth |
Cuando
se han apagado los ecos y las candilejas, cuando hemos bajado en
sobrecogido silencio el camino de la Colina Verde, cuando el corazón
ha dejado de latir a un tempo mucho más acelerado que el
que imponía el director de orquesta, la cabeza no para de dar vueltas...
Entonces, puede parecer que empezamos a traicionar a Wagner: porque
hemos dejado de sentir emocionalmente y buscamos comprender racionalmente...;
sin embargo, prefiero creer que, porque fue tan intenso el sentimiento,
lo único que pretendemos es revivirlo; sólo que, al girar el rostro
y ver cómo desaparecen las últimas luces sobre la colina, nos damos
cuenta de que el arte teatral es efímero y fugitivo (en eso
sí estamos de acuerdo con Patrice Chéreau), nace y se consume en
el instante mismo de la representación. Pero, si esta evidencia
no nos consuela, podemos recurrir a otras miradas sobre la Tetralogía
que prologuen esa primera fascinación. ¿Quién dijo que en la obra
de arte, como en el cuerpo amado, a mayor conocimiento mayor goce?
I.
El nuevo evangelio de la felicidad
La
primavera de los pueblos
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Revolución
de 1849 |
A finales de los años 40, la vieja Europa del siglo XIX parece abocada
a un cambio. El Romanticismo, desde la Revolución de 1789, sigue
renovando el arte y las ideas. Gracias a él, ahora, frente a la
diosa razón se yerguen, cada vez más poderosos, la fantasía y el
sueño; el hombre se cree capaz de encauzar su propio destino y el
de su pueblo, en armonía con una Naturaleza que vuelve a ser reconocida
como la Eterna Madre; los viejos imperios tiemblan, mientras las
nuevas naciones luchan por ser, recogiendo los ecos legendarios
de sus pasadas glorias. El liberalismo y el socialismo, en sus sentidos
más amplios, empiezan a arraigar en unas conciencias que ya no se
sienten cómodas en los rancios moldes de las monarquías absolutas
y de derecho divino o los despotismos ilustrados. Pese a sus esfuerzos
en el Congreso de Viena (1815), los que habían vencido a Napoleón
para devolver los tronos de Europa a sus vetustos dueños ven puesta
en entredicho la legitimidad de su poder. Las revoluciones se suceden:
1820 en España, 1830 en Francia, y, por fin, 1848/49 en casi toda
Europa. Francia abre el fuego derrocando en tres jornadas (¡Las
tres gloriosas!) la Monarquía de Julio e instaurando la Segunda
República; pero la mecha ya estaba encendida en el reino de las
Dos Sicilias y corre vertiginosamente por las tierras de Italia
con promulgaciones de Statuti y llamadas a la unificación;
al igual que pasa en los reinos de Alemania, empezando por la Confederación
del Rin. Entonces, cae Metternich, otro canciller de hierro, pero
esta vez del Imperio Austríaco, que huye de Viena mientras el emperador
Fernando promete una constitución liberal que sólo va a defraudar
a los que tanto la esperaban; también él se derrumbará en este tumultuoso
48, tras las revueltas de Polonia y Hungría. A las teorías liberales
y a la voluntad de unidad nacional se unirá, a su vez, una gran
crisis económica y, con ella, un buen número de reivindicaciones
sociales que avivarán las llamas.
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Röckel |
El
continente bulle en este 48 que se ha dado en llamar La primavera
de los pueblos y Wagner no es en absoluto ajeno a este estado
de cosas. Gregor-Dellin nos cuenta la impresión que, entonces, el
músico causó en Eduard Hanslick: No hablaba más que de política;
esperaba de la victoria revolucionaria un renacimiento total del
arte, de la sociedad, de la religión, un nuevo teatro, una nueva
música. Pese al asombro, casi la indignación, del primer crítico
musical de Viena (que bien pudiera ser el referente histórico del
Beckmesser de los Maestros), Wagner hablaba de política y
de revolución como las únicas vías para renovar el arte y, por lo
tanto, servirlo, con lo que se ve claramente el orden de preferencia
en su tabla de valores. No obstante, le oiremos clamar: ¡Que
sea destruido todo lo que os oprime y os hace sufrir! Y de las ruinas
de este viejo mundo, que surja un mundo nuevo, lleno de felicidad
nunca presentida, desde las Volksblätter (en un artículo
al que llama La Revolución y aparece sin firma, en Dresde,
el 8 de abril de 1849), el periódico de su amigo, compañero de ideas
y también maestro de capilla de la corte sajona en Dresde: August
Röckel, demócrata radical y socialista utópico, que había asistido
a la revolución de julio de 1830 en Francia (donde conoció al general
La Fayette) y, el que, poco antes, en la primavera del 48, le había
presentado a Bakounine.
Wibelungos
y Nibelungos
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Dresde.
Grabado del XIX |
No
es muy seguro que la mutua simpatía que sintieron Wagner y el anarquista
ruso influyera de un modo tan determinante en Los Wibelungos:
historia universal a partir de la leyenda (en No
sólo el Gran Norte I vimos que era el primer referente
de la Tetralogía) como lo afirman musicólogos de la talla de Jean-Jacques
Nattiez, que ha llegado a llamar a este texto tan variopinto, el
“Protoanillo” o “El anillo según Bakounine”. Es cierto que en los
escritos de Wagner inmediatamente anteriores a la revuelta de Dresde
(en la que participaría también el anarquista) se habla claramente
de destrucción absoluta de las leyes y de los poderes reinantes,
pero siempre debida a la inexorable Ley Natural, no a las bombas
a las que era tan aficionado el ruso (en Mi vida, le llama,
no sin humor, pirotécnico jefe, y reconoce la atracción y,
a la vez, el espanto que le producía su personalidad). El mejor
ejemplo lo encontramos en el artículo que acabamos de citar: allí,
la Revolución se equipara a una tormenta que, aniquilando el orden
injustamente establecido del viejo mundo, creará uno nuevo en el
que el hombre habrá de ser libre y feliz. Esta primera diosa wagneriana
destruye para crear, y resulta significativo oír en su boca palabras
muy similares a las que pronunciará Erda en El oro del Rin,
sólo que, mientras la vieja y sabia Wala anuncia desgracia y muerte
a los que detentan el poder: ¡Todo lo que es..., acaba!
Un día sombrío amanecerá para los dioses..., ella, la mujer
que enarbola banderas tricolores, pasando por la muerte, devuelve
a la auténtica vida: Todo lo que existe tiene que desaparecer;
ésta es la eterna ley de la naturaleza, ésta es la condición de
la vida, y yo, la eternamente destructora, llevo a cabo la ley y
creo la vida eternamente joven...
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Bakounine |
Si
no consideramos tan determinante la amistad de Wagner y Bakounine,
sin embargo, sí creemos poder afirmar que, en ese primer acercamiento
temático a la Tetralogía que fueron los Wibelungos, y en
el que le seguiría apenas un mes más tarde: El mito de los Nibelungos,
Proyecto de un drama (bastante más corto y ya enfocado sobre
la figura de Siegfried y la redención de los dioses), se
hacen evidentes las ideas que recorren la Europa del 48, sacudiendo
conciencias y levantando barricadas: en primer lugar, podemos ver
el nacionalismo cultural de Fichte, en el mito fundador de la raza
germánica y los personajes de Federico Barbarroja y su antepasado
Siegfried, el hijo de Dios, de quien, por lo tanto, desciende, siempre
según Wagner, la dinastía alemana de los Hohenstaufen. También encontramos
la condena de la propiedad de Proudhon, cuando el tesoro de los
Nibelungos se convierte en un bien hereditario y, por lo tanto,
ilegítimo, ya que no se posee gracias a la fuerza y el valor de
una gesta. Y, finalmente, en estos primeros acercamientos a la Tetralogía,
se nos muestra, un culto al hombre, a la vida y al amor, que tiene
sus raíces en Feuerbach, mediante la figura de Siegfried, el héroe
que redime a los dioses del pecado que cometieron (por fundar su
poder sobre la violencia y la astucia no sobre la reconciliación),
asumiendo la falta mediante el gesto de no devolver el anillo a
las hijas del Rin, y, que, finalmente, de la mano de Brünnhilde
(que, al devolver la joya, ha liberado a los Nibelungos de la esclavitud),
entra triunfante en el Walhall, desde donde reinará para siempre
el Padre del Universo. Éstos son algunos de los sistemas más o menos
filosóficos en los que, inmediatamente, Wagner reconoció sus intuiciones,
muchas de las cuales permanecieron en el espíritu del Anillo
del Nibelungo hasta su culminación definitiva, 26 años más tarde.
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Diosa
Revolución |
Pero
que permanecieran no significa que no evolucionaran, porque lo hicieron,
y de manera considerable, aunque, evidentemente, algunas continuaron
inalterables en el espíritu del maestro de Leipzig. Acabamos de
ver, en el artículo de las Volksblätter, que la Revolución
viene a los hombres para romper las cadenas que les aprisionan,
salvarlos del abrazo de la muerte e insuflar vida joven en sus miembros,
utilizando la misma idea de la que se servirá Erda para inculcar
la evidencia de la muerte y, con ella, el miedo en el corazón del
soberano de los dioses. Sin embargo, en el mismo artículo, también
encontramos el retrato del hombre libre, creado por la revolución
y los nuevos tiempos, cuya imagen perfecta será la del Siegfried
del Anillo del Nibelungo: Que sea la propia voluntad el
señor del hombre, el propio placer su única ley, la propia fuerza
su propiedad toda, pues lo único sagrado que hay es el hombre libre,
y no hay nada más elevado que él.
La
muerte de Siegfried
Siete
meses después de escribir estas inflamadas líneas, y apenas uno
después de acabar el primer esbozo de la Tetralogía: el Mito
de los Nibelungos, Wagner termina el relato en prosa de La
Muerte de Siegfried, la primera versión del Ocaso de los
Dioses; y, del 12 al 28 de noviembre, compone el libreto de
esta, en un principio, “gran ópera heroica en tres actos”. Lo que
nos puede resultar más significativo para entender la evolución
de su pensamiento y de su obra definitiva es precisamente el final:
Brünnhilde, antes de avanzar hacia la pira, con una brillante armadura
y llevando de la mano a Siegfried, se dirige, orgullosa, a Wotan:
“¡Reina solo en tu magnificencia, Padre Universal! Para que tu
poder sea eterno, te traigo a este héroe: que le sea reservado el
mejor recibimiento, pues es digno de él”. Mientras los amantes
avanzan hacia una luz cegadora, las aguas del Rin inundan la gran
sala y las ondinas recuperan el anillo a la vez que precipitan a
Hagen en el abismo de las profundidades.
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La
libertad guiando a los pueblos. E. Delacroix |
El
final del libreto no será muy distinto de su versión en prosa, pero
hay un ingrediente más: el de la libertad. Édouard Sans nos
recuerda que esta versión fue escrita después del famoso discurso
de Wagner ante el Vaterlandsverein (la Asociación Patriótica,
una de las más poderosas y liberales organizaciones políticas de
Dresde, que, por aquel entonces, llegó a tener participación en
el parlamento alemán), titulado ¿Cómo se comportan las aspiraciones
republicanas frente a la realeza?, y que, por lo tanto, no es
extraño que el concepto de libertad aparezca en varias ocasiones
en el poema, especialmente en la escena final, aunque la intención
del mismo no sea directamente política. Tampoco debe resultar extraño
(éste es el tema central de su discurso frente al Vaterlandsverein)
que, en la mente de Wagner, las aspiraciones republicanas sean perfectamente
compatibles con la monarquía; siempre y cuando ésta se muestre poderosa,
digna de respeto y se sitúe a la cabeza de un pueblo libre; Enrique
el Pajarero (recordemos Lohengrin) o Federico Barbarroja
(aunque sólo se quedó en un proyecto de drama) ejemplifican a la
perfección este tipo de realeza, así como su dios soberano de 1848:
Brünnhilde.
¡Reina
solo en tu magnificencia
tú, Padre del Universo!
¡Alégrate por el más libre los héroes!
¡Llevo contigo a Siegfried:
ofrécele tu amoroso saludo,
a él, al garante del eterno poder!
Coro.
¡Wotan, Wotan! ¡Dios poderoso!
¡Wotan, consagra el incendio!
¡Quema al héroe! ¡Quema a la novia!
¡Quema a la fiel montura,
para que puros y sanos de toda herida,
libres compañeros del Padre Universal,
saluden alegremente al Walhall
unidos en una eterna felicidad!
Pero
este nuevo evangelio de la felicidad, que habría de traer
la diosa Revolución, nunca llegó a ser en el Anillo del Nibelungo.
La Primavera de los pueblos se convirtió bruscamente en invierno,
con el fracaso de todos sus levantamientos; y, poco a poco, la lúcida
mirada de Schopenhauer empezó a brillar entre candilejas...
Bibliografía:
Gregor-Dellin,
M.; Richard Wagner. Sa vie. Son Oeuvre. Son Siècle. París,
Fayard, 1981.
Nattiez,
J.-J.; Tétralogies. Wagner, Boulez, Chéreau. Essai sur l’infidélité.
París, Christian Bourgeois, 1983.
Rubio
Ferré, I., La revolución. http://www.agongen.com/OF-W-Art-larevolucion.htm
Sans,
É.; “Des Wibelungen au Crépuscule des dieux ou un quart de siècle
de réflexion” en L’Avant-Scène Opéra, nº, 12-13 (Le Crépuscule
des dieux), pp. 11.17.
Wagner,
R.; Mi Vida. Madrid, Turner música, 1989.
Wagner,
R.; Escritos y confesiones. Barcelona, Labor, 1975
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