PARSIFAL
Por
toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcança por ventura.
San Juan de la Cruz. Glosa a lo divino. |
Una elocuente expresividad de solemnes silencios, desde el preludio
de Parsifal, llama a la meditación sobre los motivos principales
que van desgranándose al inicio del Bühnenweihfestspiel (Festival
Escénico Sacro), en el Teatro de la Colina Verde. Al presentar este
fragmento musical al rey Luis II de Baviera, Wagner señalaba un
eje de sentido: Amor−fe−esperanza, que estructura
tanto estos primeros compases como el resto de la obra. Ambos, a
su vez, reposarán sobre una misma piedra angular: ¡Tomad el cuerpo,
tomad la sangre que mi amor os ofrece! No caigamos, sin embargo,
en la fácil tentación de encerrarlos dentro de un determinado dogma.
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D.
G. Rossetti. La Dama y el Grial |
La verde
Irlanda
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R.
Winters. Irlanda |
Ya hemos visto (La
demanda del Santo Grial) que aunque el mabinogi de
Peredur, hijo de Evrawc, se presenta como el referente más
primitivo de nuestro héroe (a pesar de la datación tardía del manuscrito
que conserva su historia), el texto de Chrétien de Troyes es el
que abre las puertas de la gran literatura europea a lo que no tardará
en convertirse en uno de los mitos más vinculados con la tradición
cristiana medieval, y que, curiosamente, tuvo un nacimiento pagano.
Es indudable que la temática que utiliza Chrétien, no sólo en ésta
sino en todas sus demás obras, desvela un origen celta; pero ¿cómo
llega esta tradición, que fue en Irlanda en donde se mantuvo más
pura (ya que no fue conquistada por los romanos y la influencia
cristiana se realizó de un modo muy progresivo), a un clérigo de
la corte francesa de Champagne? Aquí es donde surge el primer interrogante
puesto que, hasta la fecha, no se ha encontrado ninguna de las obras
en las que él y sus contemporáneos se pudieron basar. Sin embargo,
en el mismo prólogo de la Historia del Grial, en el que tanto
pondera a su mecenas Felipe de Flandes (quizá con un poco de sarcasmo,
por lo excesivo, tratándose de un personaje tan poco recomendable),
nos habla de un misterioso “libro” que éste le entregó. Se han hecho
todo tipo de conjeturas al respecto, pero no podemos asegurar nada
sobre él, aunque no resultaría descabellado apuntar que Chrétien
conocía, por tradición oral o escrita, historias que pudieron ser
echtrai o estar basadas ellos.
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A.
Lee. El caballero y el castillo |
En la rica y antigua tradición de la literatura irlandesa, destacan
dos tipos de relatos: los imramma y los echtrai que
describen viajes maravillosos e iniciáticos de sus protagonistas
a los reinos del Más Allá celta. Si la aventura se realiza por mar,
se tratará de un imramma; si, por el contrario, es de tierra
adentro, a la búsqueda de un castillo encantado en el que generalmente
habita un ser sobrenatural, tendremos un echtrai. En ambos
tipos de cuentos encontraremos siempre un valiente guerrero, que,
a través de un viaje fantástico, llegará a reinos de mágicas islas
o palacios de dioses, hechiceras o magos, en donde se verá agasajado
con festines que surgen de áureos e inagotables recipientes. Para
todos los que pueblan estos lugares, así como para sus heroicos
visitantes mientras permanecen allí, no existe la vejez ya que el
tiempo no transcurre, se estanca en un prodigioso espacio en el
que proliferan espadas encantadas, lanzas mágicas, cuernos de la
abundancia y calderos que restituyen la vida o dan la sabiduría.
Por supuesto, encontraremos todos estos objetos, la mayoría de las
veces cristianizados, en las posteriores leyendas del Grial.
Otras
islas
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La
batalla de Mount Badon |
Los
galeses, que tenían una lengua de prestigio (el cymraeg, una
de las más antiguas que aún se hablan en Europa) y una brillante
literatura (buen ejemplo de ella es el de los mabinogion),
quedaron tan fascinados por los relatos de sus vecinos irlandeses
que, muy pronto, los adaptaron a su propia tradición convirtiendo,
eso sí, a los eternos en mortales para cubrir aquellas historias
paganas con el traslúcido velo del cristianismo celta. Cuando las
incursiones sajonas y anglas empujaron a los britones hacia el país
de Gales, éstos también bebieron de la misma cultura y, al seguir
hostigando los pueblos invasores a los isleños, galeses y britones
terminaron por instalarse en las tierras armoricanas del continente
a las que dieron el nombre de Bretaña. En poco tiempo, los ya bretones
se sirvieron de las leyendas de su antigua tierra para convertirse
en los mejores y más afamados narradores ambulantes (conteurs),
pasando de bardos a juglares. Así, se fue extendiendo por el Este
continental la Materia de Bretaña, aquélla que contaba las aventura
de un prestigioso caudillo y de toda su corte: el rey Arturo y los
Caballeros de la Tabla Redonda.
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La
tabla redonda del rey Arturo. Sala Mayor del Castillo de
Winchester |
Será
el monje galés Nennius el que, a principios del siglo IX y en su
Historia Brittonum (Historia de los Britones) el que, por
primera vez, deje constancia escrita de las hazañas de un dux
bellorum (jefe militar) llamando Arthur que, durante el siglo
V, a la cabeza de las tribus celtas de las Islas Británicas, se
resistió simultáneamente al empuje de las legiones romanas y las
hordas de anglos y sajones en doce heroicas y victoriosas batallas
entre las que sobresale la última, la de Mount Badon (tanto
Gildas en el siglo VI como Veda en el siglo VIII hacen referencia
a estos hechos y también son considerados como fuentes del mito,
pero no mencionan el nombre de Arturo). Será el siglo XII el que
vea florecer con más exhuberancia esta leyenda de la mano de un
obispo galés: Geoffroy de Monmouth a través de su Historia regum
Britanniae (Historia de los reyes de Bretaña, escrita hacia
1135). Aquí, Arturo ya aparece como rey, hijo de Uther Pendragon
y de Igerna, a quien éste sedujo bajo la forma de su esposo gracias
a las artes mágicas de Merlín. La historia se sitúa al inicio de
su reinado, en el año 505, cuenta sus guerras contra los sajones,
cómo conquistó no sólo toda Inglaterra, sino Irlanda, Noruega, la
Galia y Dacia, y de qué manera se resistió a pagar el tributo de
homenaje a los romanos. Su magnífica corte se situaba en Caerleon-on-Usk;
pero, mientras estaba de viaje en el continente, llevando a cabo
su lucha contra el imperio, su sobrino Modred le usurpó la corona
y se casó con su esposa Guanhumara. Al regresar el rey, y tras derrotar
al traidor en Winchester, le mató en la batalla en Cornwall, en
donde él mismo fue gravemente herido. La soberana se retiró a un
convento y, antes de su muerte, Arturo cedió el reino a su familiar
Constantino. Entonces fue llevado misteriosamente a la isla de Avalón.
El resto es silencio.
Como vemos Geoffroy
no menciona ni a los caballeros de la tabla redonda ni al Grial,
aunque reúne ya muchos de los elementos esenciales de la Materia
de Bretaña. Unos años más tarde (en 1155), un trovero, Robert Wace
escribe su Roman de Brut, traducción al anglonormando, versificada
y un poco libre, de la historia contada en latín por el obispo galés.
Se la dedica a Leonor, duquesa de Aquitania y, hasta hace poco,
reina de Francia, que acaba de renunciar a su corona para casarse,
por amor, con Enrique Plantagenêt, duque de Normandía y conde de
Anjou que, rápidamente y por una serie de casuales circunstancias,
subirá al trono de Inglaterra. En esta obra, Wace se propone entroncar
a los nuevos soberanos británicos con un linaje mítico que se remontará
hasta el troyano Brutus, biznieto de Eneas (el espíritu de la Eneida
no anda lejos), pasando, naturalmente, por Arturo (a cuyas hazañas
dedica la mitad de la composición), que se presentará como un gran
señor feudal, dotado de las mayores virtudes cortesanas. Aquí también
se mencionará, por primera vez, a los Caballeros de la Tabla Redonda:
ocupaban en la mesa un lugar idéntico y eran servidos de la misma
manera, ninguno podía vanagloriarse de estar sentado a más altura
que su igual.
Perceval
el galés
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Leighton.
José de Arimatea |
La
corte de Leonor (británica pero de lengua francesa, no olvidemos
que su heredero, Ricardo Corazón de León, nunca habló el idioma
de sus súbditos) adquiere un extraordinario brillo cultural que
se prolongará en las de las hijas que había tenido con el rey Louis
VII de Francia: Marie y Alix, condesas, respectivamente, de Champagne
y Blois. Chrétien de Troyes, bajo el mecenazgo de Marie, le dedicará
el primero de sus cinco Romans (todos basados en la
Materia de Bretaña): Le chevalier de la charrette (El caballero
de la Carreta), en el que Arturo asiste, impotente, al rapto de
Ginebra y al cautiverio de los habitantes de Logres. La salvación
vendrá de la mano de Lanzarote, pero también será él quien prive
al soberano del amor de su reina. La última obra del clérigo de
Troyes será, como ya indicamos, la inacaba Historia del Grial.
Ésta, rinde homenaje a Felipe de Flandes, que se encontraba en la
corte de Champagne mientras pretendía a la viuda condesa.
Ya hemos visto
cómo el personaje de Perceval tiene más que claras resonancias de
esos héroes guerreros celtas de los echtrai que emprenden
viajes iniciáticos a fabulosos reinos, en los que se ven ricamente
agasajados, y que son capaces de restituir el concierto entre la
tierra y su soberano, ése que, al perderse, la convirtió en yerma.
Por otro lado, en la obra de Chrétien aparece por primera vez el
Grial, pero en su forma profana de plato grande y poco profundo
como aquéllos en los que, por entonces, se servían a los ricos
viandas de alto precio, si hemos de creer lo que contaba el
abate de Froimont en 1215. Cabría, pues, preguntarse, en qué momento
el misterioso objeto se empieza a deslizar hacia una progresiva
cristianización. El hecho de que Chrétien muriera antes de terminar
su obra dará inmediatamente pie a cuatro continuaciones dedicadas
a las aventuras de Gauvain (Galván) y Perceval. Especialmente en
las dos últimas, se empezará a romper la ambigüedad que dejó el
escritor de Champagne y a orientar claramente el motivo del Grial
hacia un significado religioso.
No
debía de ser ajeno a este cambio Robert de Boron, clérigo al servicio
de Gautier de Montbéliard (un cruzado muerto en Tierra Santa),
que supo reunir todos los conocimientos que descubrió en Oriente
para lanzarse a una arriesgada empresa de síntesis poética: engarzar
las leyendas celtas y el mito del Grial con los orígenes del cristianismo
en una gran alegoría religiosa de la Redención. El escritor
compuso, de 1191 a 1202, su trilogía en verso; se trataba de Joseph
d’Arimathie (José de Arimatea) o L’estoire dou Graal
(La historia del Grial), Merlin y Didot-Perceval,
pero sólo se ha conservado íntegra la primera obra y un breve fragmento
del Merlin. Sin embargo, algunas versiones en prosa nos permiten
conocer la totalidad de su contenido. Pero lo que más nos interesa
destacar es que, en esta obra, el Grial se presenta como el vaso
con el que Cristo instituyó la eucaristía durante la Última Cena
y en el que José de Arimatea recogió su sangre durante la noche
de la Pasión. Después de resucitado, Jesús de Nazaret entregará
a José la preciosa reliquia en recompensa por la compasión que demostró
al cuidarse de su sepultura. Cuando, por primera vez, José renueva
el acto de la eucaristía, el vaso recibirá el nombre de Graal,
obedeciendo a una extraña etimología que hace derivar este sustantivo
del verbo agreer (satisfacer, proporcionar gracia). La reliquia
pasará, poco después, al cuñado de José, Bron (o Hebron): el rico
Rey Pescador (llamado así porque pescó un pez que sirvió en la Santa
Cena) que deberá llevarla hasta la Gran Bretaña (Avalón en el texto)
y legarla a su descendencia.
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Delville.
Perceval el Galés |
Wagner
también pensaba que era éste el verdadero origen del Grial, lo que
no significa que, con su última obra, nos encontremos frente a un
drama esencialmente cristiano; pero aún nos queda mucho camino para
justificar esa hipótesis. De momento, quedémonos con las palabras
que se esconden tras el motivo musical que inaugura el drama:
¡Tomad el
cuerpo, tomad la sangre que mi amor os ofrece!
Bibliografía
AA.VV.;
La légende arthurienne. Le Graal et la table ronde. (Robert
de Boron; Merlin-Perceval) París, Robert Laffont, 1989, pp:
311-430.
Bertin, G., La Quête su Saint Graal et l’imaginaire. Condé-sur-Noireau,
Éditions Charles Corlet, 1997.
Cirlot, V.; La novela artúrica. Orígenes de la ficción
en la cultura europea. Barcelona, Montesinos, 1987.
Godwin, M.; El Santo Grial. Origen, significado y revelaciones
de una leyenda. Barcelona, Emecé, 1994.
Troyes, Chr. de; Romans. París, Librairie Génerale Française,
1994.
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