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Thielemann en València. |
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Estimados wagnerianos: Por fin llegó el día que tanto había estado esperando. Thielemann interpretando a Wagner en directo. Una buena amiga me dijo que los que saben música descubren fallos que los no entendidos pasan por alto, pero que, cuando todo va bien, salen levitando... Yo no tengo, desgraciadamente, conocimientos musicales, pero salí levitando. Os hago, pues, esta ?crónica? desde el corazón. Mi barómetro musical es la emoción y ésta estuvo a flor de piel. Hubo en el Palau de València un llenazo impresionante. Incluso se añadieron sillas supletorias. No cabía ni un alfiler. Se palpaba en el ambiente que lo que se iba a escuchar sería de calidad. Hay conciertos y conciertos. Unos te gustan más o menos, mientras que otro te producen un efecto especial que recuerdas durante años. De esta segunda categoría fue el del berlinés. Empezó la velada con la Obertura de Rienzi. Aunque no es de lo que más me gusta de Wagner, debo confesar que se me puso la piel de gallina ante tan magistral interpretación. ¡Qué bien que sonaba la Orquesta de la Opera Alemana de Berlín bajo esta batuta! Siguió el preludio del Acto I de Lohengrin. Su efecto fue instantáneo sobre mí. El mágico sonido de los violines tocando el tema del Grial (creo que es así como empieza) me hizo llorar de una mezcla de emoción, alegría y placer estético. Fue algo maravilloso. Mi vecino, un abuelete de 70 y tantos años aficionado también a Wagner, y yo cruzamos una mirada cómplice. El también estaba emocionado. La Obertura de Tannhäuser me hizo vibrar, especialmente cuando sonó el tema de los peregrinos. Fue una gozada, aunque me emocionó más la que Barenboim interpretó en el Real de Madrid hace unos años en el Festival de Verano. El Viaje de Sigfrido por el Rhin y la Marcha Fúnebre tuvieron una grandeza épica formidable. ¡Menudos metales! La música era majestuosa y soberbia. De camino a casa pensé que si yo tuviera alma y existiera el Diablo, gustoso se la vendería para asistir a Bayreuth (creo que en el 2006) y contemplar la Tetralogía completa. El aperitivo fue algo fantástico que me dejó con ganas de más. En cambio, El Encantamiento del Viernes Santo de Parsifal me dejó más frío. No sabría explicar por qué, pero le faltó el misticismo a que nos tiene acostumbrados Kna. De todos modos, no es más que una impresión totalmente subjetiva. Thielemann tiene 44 ó 45 años. Como me dijo un wagnermaniaco de pro, aún tiene muchos años por delante para evolucionar su concepto musical, y si ahora ya es capaz de hacer lo que hace, ¿qué maravillas no hará dentro de un tiempo? El Preludio y Muerte de Amor de Tristán e Isolda fue como para quedarse muerto de gozo. Los instrumentistas, más que tocar el Mild und leise, lo cantaban. Otra vez tuve de buscar el pañuelo. Fue sobrecogedor. Degusté lentamente cada una de sus notas, me sentí transportado a otro mundo, me olvidé durante unos minutos de toda la miseria de la vida cotidiana. Llegué a pensar que, si hay un Walhalla para los wagnerianos, esta sería la música de fondo. Me sentí feliz e invadido por una sensación muy difícil de describir con palabras. Acabó el concierto. Los aplausos y los bravos inundaron el auditorio. Vino la propina. La Obertura de los Maestros Cantores fue ceremonial, solemne y majestuosa o festiva y divertida según el momento. Sentí una alegría interior que notaba que compartían los demás melómanos, wagnerianos y no wagnerianos. La gente no se iba a toda pastilla, como suele suceder en la mayoría de los conciertos. Pero todo tiene un punto final. Esta propina fue el broche de oro para un concierto que quedará en la memoria de los que tuvieron la suerte de presenciarlo. De vuelta a casa, sentía una sensación de felicidad que aún conservo en este momento. Una abrazo a todos los wagnerianos. (Estoy tan contento que os comería a besos, especialmente a las olímpicas wagnerianas espartanas). Rex. PD. Os adjunto las notas al programa de mano del Palau y dos críticas musicales que han aparecido en la prensa valenciana. A ver si os animáis y hacéis lo propio cuando Thielemann pase por Madrid y Barcelona. |
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Estimados wagnerianos: Aquí os adjunto las ?notas al programa?, escritas por Fernando Morales para el Palau de la Música de València con motivo de la Gala sinfónica wagneriana capitaneada por Thielemann y la Orchester der Deustchen Oper Berlin. Espero que, como me ha pasado a mí, las encontréis amenas e instructivas. Un saludo. Rex. ?Notas al Programa. Bien podría decirse que asistir al concierto de esta tarde es algo así como una auténtica profesión de fe. Definirse como "wagneriano", todavía en nuestros días, constituye toda una declaración de principios que significa el alineamiento devoto y fiel aliado de esta figura inconmensurable de la cultura occidental. ¿Qué otro compositor de tal lejanía temporal con nosotros conserva esa fuerza de apego incondicional, pero también de rechazo visceral? En su día, la dialéctica se encontraba entre los "brahmsianos" de un lado y los "wagnerianos" de otro, pero en la actualidad declararse "brahmsiano" ha perdido todo su sentido de oposición a ser seguidor de Wagner. Sin embargo, ser "wagneriano", o más aún, ser "antiwagneriano" puede llegar a implicar una infinidad de cosas en planos muy diversos que sería enjundioso y muy complicado intentar ni siquiera plantear. Wagner sigue teniendo un festival rigurosamente monográfico creado por él, en una pequeña localidad del este de Alemania -Bayreuth-, en un teatro diseñado por él mismo para mayor realce audiovisual de sus dramas ?el término "ópera" es un corsé demasiado estrecho para él-,en el que año tras año se reúnen cientos y cientos de afortunados wagnerianos dispuestos a gastarse lo que sea por volver a repasar por enésima vez, la grandeza de las obras que el genial Ricardo escribió. En el otro lado, todavía hay rincones del planeta donde supone una ofensa gravísima mencionar siquiera el nombre de Wagner, e incluso se ha convertido en todo un aforismo el chiste que Woody Allen introduce en su película "Misterioso asesinato en Manhattan": "No puedo escuchar tanto Wagner, ¡me entran ganas de invadir Polonia!". El programa que propone esta tarde la orquesta de la Deutschen Oper de Berlín con su director artístico al frente, Christian Thielemann -uno de los más emergentes y reputados intérpretes wagnerianos del presente y para el futuro-, supone todo un paseo por la vida creadora de Richard Wagner. Hay una muestra de todos los periodos creativos que atravesó, además situados casi en orden cronológico, lo que permitirá comprobar, por otra parte, el sensacional progreso artístico que alcanzó y que constituyó para su época una cima comparable a las anteriormente señaladas por figuras como Bach, Mozart o Beethoven. Siguiendo el orden estrictamente cronológico, hay que empezar por Rienzi. Esta ópera, escrita entre los años 1838 y 1840 Y estrenada en 1842, marca el punto de partida para el futuro del auténtico Wagner. Rienzi supone la definitiva ruptura con los iniciales años de búsqueda de identidad, en los que había producido obras como Las hadas o La prohibición de amar, para comenzar a encontrarse vestigios de ese compositor que ya en El holandés errante -de 1843- se va a comenzar a mostrar bastante reconocible. En Rienzi comienzan a aparecer las características que iban a ser distintivas de Wagner: el compositor es a la vez libretista, se escribe en lengua alemana sin recurrir al singspiel -como había ocurrido con La flauta mágica de Mozart, Fidelio de Beethoven o El cazador furtivo de Weber-, abandona definitivamente el modelo italiano para adoptar rasgos y giros típicos de la gran ópera francesa con modelos provenientes de autores como Spontini o Meyerbeer, pero sobre todo, lo que hace que esta ópera sea considerada como"’la primera de Wagner" es el momento de madurez y personal desarrollo que alcanza ya Wagner y que en aquél entonces se tradujo en el primero de sus sonoros triunfos en vida y que le valió comenzar a rodearse de adeptos y devotos que le seguirían y apoyarían con todas las consecuencias. Tannhauser es la obra que sigue en el tiempo. Esta ópera, escrita entre 1842 y 1845, no parece suponer un avance claro en cuanto a técnica con respecto a El holandés errante, pero en ella se encierran muchas claves que nos llevarán rápidamente al Wagner audaz que escribiría Lohengrin poco después. Los motivos fundamentales de la dramaturgia wagneriana han ganado en profundidad y comienzan a aparecer esa identificación personaje-tema musical que acabaría convirtiéndose en el leit-motiv. Pero esta ópera contiene una obertura realmente excelente, que contiene prácticamente todos los momentos musicales que se encontrarán en la ópera y que conjugan a la perfección esa dicotomía pecado-redención que se traduce en los ritmos sensuales y frenéticos del monte de Venus enfrentados al carácter místico y redentor de un mundo medieval sombrío y penitencial, que aparece retratado a la perfección en el famoso Coro de los peregrinos. Lohengrin marca ya un punto claro en el que Wagner ha logrado perfilar una identidad clara y ha encontrado el camino por el que poder desarrollar ese modelo de ópera alemana que traería en los años siguientes sus más importantes y colosales composiciones. También de ambientación medieval, comparte con Parsifal -su última ópera- la relación con la leyenda del Santo Grial. Más que en lo relativo a la concepción y desarrollo del drama, el avance que supone Lohengrin dentro de la producción wagneriana tiene que ver con la experimentación exitosa con nuevos recursos musicales relacionados con los timbres y la armonía. Que además se inicie con un Preludio y no con una Obertura -de innegables resonancias italianizantes- ya deja ver que se trata de algo diferente. Y es precisamente en este Preludio del primer acto donde se perciben los más importantes hallazgos wagnerianos. Deja boquiabierto al oyente el ambiente ensoñador, mágico, vaporoso, susurrante con que inicia esta narración que tiene por protagonista a un misterioso caballero de pureza absoluta que se presenta en el reino de Brabante a bordo de una barca que es arrastrada por un deslumbrante cisne blanco. La multiplicación de los efectivos instrumentales en la orquesta, en concreto en la familia de las maderas, permite desplegar acordes completos en el mismo timbre. Dentro de la cuerda, la división de los violines también permite acometer cantidad de efectos y atmósferas sobrecogedoras. Es señalado este momento como el del comienzo de la segunda etapa creativa de Wagner, si bien hay quien subdivide esta parte en el momento en que el compositor, un tanto angustiado por el peso y dimensiones de la Tetralogía, abandonó Siegfried para embarcarse en el Tristán y Los Maestros Cantores. Lo cierto es que Wagner guarda un silencio musical entre Lohengrin y El oro del Rin que dura cinco años ?entre 1848 y 1853-, periodo que emplea en sistematizar los principios teórico-artísticos sobre los que había trabajado en obras precedentes y en desarrollar e idear nuevos conceptos para teorizar acerca de la que sería idea sobre la que se sustentarían sus definitivos dramas. En el concierto de esta tarde se han seleccionado momentos habituales en los conciertos sinfónicos: el Viaje de Sigfrido por el Rhin y la Marcha Fúnebre de El ocaso de los dioses, última jornada de la Tetralogía del Anillo de los Nibelungos, el Preludio y muerte de amor de Tristán e Isolda y El encantamiento del Viernes Santo de Parsifal. Cronológicamente hablando, habría que situar primero Tristán e Isolda. Como se decía más arriba, el Tristán y los Maestros Cantores -cuya festiva obertura se encuentra extrañamente ausente del programa oficial del concierto- fueron abordados por Wagner tras abandonar éste el fatigoso trabajo en que se estaba convirtiendo musicar el enorme libreto de la Tetralogía, cuando se encontraba ya casi a dos tercios de la tercera de las óperas, Siegfried. En el Preludio de Tristán está, en el mismo comienzo, esa desconcertante y fascinante a la vez disonancia que maravilla todavía hoya muchos compositores, especialistas, estudiosos y melómanos. La quietud sobrecogedora de este momento inicial y el que cierra el Preludio contrasta con el torrente desmedido de emociones y sentimientos que son arrastrados por una marea de irresistible fuerza a lo largo de toda la parte central. El amor más románticamente desmedido unido a la tragedia fatal es la base de esta ópera que se ha convertido en, posiblemente, la más influyente de cuantas escribió Richard Wagner. También El Ocaso de los Dioses constituye, como jornada final de la Tetralogía, un momento de especial culminación. Coincide además que Wagner ya veía ante sí larealidad de ese teatro ideal en el que llevar a escena sus dramas y que no sería otro que el mencionado de Bayreuth, lo que llevó a su mente renovadas ilusiones y esperanzas que volvieron a engrasar un empeño que parecía un tantoatascado en medio de Sigfrido. El Viaje de Sigfrido por el Rhin llega después de la despedida gozosa de los amantes en el prólogo de la ópera, en un momento musical realmente grandioso. Por su parte, la Marcha fúnebre se ha convertido en una música que ha avivado muchas mentes y ha entrado con fuerza en mundos como el del cine. Su tremenda solemnidad y nobleza retratan la pérdida del héroe, Sigfrido, asesinado por la espalda por Hagen, hijo del nibelungo Alberich. Finalmente, Wagner, ya en su postrera etapa vital, se adentró en la composición de Parsifal, una nueva ópera grandiosa que entroncaba con la temática de Lohengrin, pero que se centraba en un misticismo ceremonioso y estático que preside la práctica totalidad de los extensos actos primero y tercero. Parsifal es una ópera musicalmente de un carácter casi místico en la que Wagner se adhería a una concepción hierática y sacra del teatro musical.? Fernando Morales. |
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Un par de críticas. La siguiente ha aparecido en El Mundo-València y está firmada por Ana Galiano. ?TRÍO DE ASES? Lugar: Palau de la Música, 19 de noviembre. Programa: Wagner. Rienzi. Lohengrin. Tannhäuser. El Ocaso de los Dioses. Parsifal. Tristan e Isoda. Intérpretes: Orchester der Deutschen Oper Berlín. Dir: Christian Thielemann. ***** Ana Galiano. VALENCIA.-Se presentó un trío de ases que barajados de infinitas formas tienen el máximo valor cada uno de ellos: la Orchester der Deutschen Oper Berlin, Thielemann y Wagner. Era uno de los tres únicos conciertos que ofrecen en España y Thielemann con un estilo tremendamente clásico realizó una lectura magistral del maestro de Bayreuth . El director es un auténtico narrador. Comprometido con el lenguaje sonoro y con el pensamiento literario redescubre a los héroes dotándolos de credibilidad. Le hacen heredero del estilo de Wilhelm Furtwangler del que toma la dicción sonora de una articulación amplia y grandiosa, pero Thielemann es ingenioso y dota a sus creaciones de una plasticidad teatral en la que conjuga personaje, atmósfera y sonido. Busca la esencia del momento y la convierte en un mundo en el que se sumerge arrastrando tras de sí a todo aquel que se encuentra en la sala. Perfección técnica, estilo, diseño sonoro, el conjunto de todo ello lo sirven con dinamismo Orquesta y director con una gran complicidad o un auténtico conocimiento mutuo. El programa establecía un arco diseñado en función del espectro sonoro. Rienzi creó un clima de brillantez difícil de superar. En Lohengrin los grupos orquestales de la cuerda como auténticos protagonistas del preludio acapararon el éxito. Una versión muy auténtica se percibía desde la llamada de las trompas en la entrada de Tannhäuser,pero el momento cumbre se centró en la Marcha fúnebre de El Ocaso, solemne, grandiosa, envolvente. Faltaba en el programa Los Maestros Cantores, pero no lo sabíamos sólo nosotros. Conscientes de ello la regalaron al final del concierto. Sencillamente, fascinante. .................................................................................................... Esta segunda crítica, no tan favorable como la primera, ha sido publicada en Levante y viene firmada por Alfredo Brotons Muñoz. SURTIDO VAGNERIANO. Orquesta de la Ópera Alemana de Berlín.Director: Christian Thielemann. Obras de Wagner. Palau de la Música de Valencia, 19 de noviembre. Alfredo Brotons Muñoz EL público que desbordaba el aforo de la Iturbi saldó uno de los conciertos inscritos con letras de más brillo en la programación de la actual temporada en el Palau con el tributo de un clamoroso triunfo para la Orquesta de la Ópera Alemana de Berlín y su titular saliente Christian Thielemann (Berlín, 1959). Sin embargo, por comparación con las expectativas creadas y una vez pasado el primer efecto de la avalancha de impresiones provocada por el surtido de pasajes orquestales extraídos de óperas wagnerianas a modo de menú de degustación, se abría con fuerza creciente la conclusión de haber oído antes a una orquesta grande que a una gran orquesta y a un director más dotado de capacidad para controlar a sus bastantes más de cien músicos que de inspiración. Desde el punto de vista estrictamente técnico, hubo poco que reprochar. Las cuerdas, distribuidas a la centroeuropea (de izquierda a derecha: contrabajos, primeros violines, violonchelos, violas, segundos violines y arpas), sonaron siempre con plenitud y una afinación que sólo habría admitido algo más de redondez en el final del Preludio de Lohengrin. En las maderas, nunca relegadas en el espectro sonoro por las masas contiguas, destacaron los solistas de oboe pese a cierto ahogo detectado en el remate de la larga frase que se le asigna en los Encantos del Viernes Santo y también de corno. La respuesta de Venus en la obertura de Tannhauser el clarinete la abordó con timbre pálido y fraseo tentativo. Entre los cuantiosos efectivos de metal se incluyeron, por supuesto, unas trompas wagnerianas que resultaron más satisfactorias que unas trompetas de sonido en exceso abierto. En el terreno interpretativo,lo más convincente se dio precisamente en el inicio de cada parte, es decir, en una obertura Rienzi formidable por su vigoroso heroísmo y un Amanecer de Sigfrido en que se consiguió hacer audible el advenimiento de la luz. En Tannhäuser, la aceleración del tempo a partir de la segunda frase privó al coro de los peregrinos de la solemnidad pertinente y en la Marcha fúnebre de El ocaso de los dioses las retenciones podrían (deberían) haber sido más pronunciadas. Salvo por las insuficiencias individuales señaladas, en Lohengrin y Parsi/al no se pasó de una muy digna corrección, lo mismo que sucedió con un Preludio y muerte de Isolda que no superó la prueba del algodón, es decir, el logro de erizar los vellos. En el Preludio de Los maestros cantores ofrecido como propina, tanto la orquesta como Thielemann parecieron recuperar algo de la soltura exhibida en Rienzi, pero esta vez para incurrir en un cierto atropellamiento. ...................................................................................................... Bien, pues éstas han sido las críticas. Como veis nunca llueve a gusto de todos. Un saludo. Rex. |
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Hola. Puedo decir que mi madre y yo también salimos levitando del Palau la otra noche. Aunque no sé cuánto le debo a Thielemann y los músicos de la Deutsche Oper, porque siempre que se programa Wagner me lo paso en grande (estuve en Siegfried, Das Rheingold, Götterdämmerung y en el reciente Holandés). La Obertura de Rienzi me pareció perfecta. En Lohengrin, se creó una atmósfera increíble, sobrecogedora, creo que nadie se atrevía a respirar. Sin embargo en Tannhäuser noté algo extraño justo antes de la reexposición del tema de los peregrinos, en las notas descendentes de los violines, y me causó cierta zozobra. En el Viaje por el Rhin, cuando me di cuenta estaba apretando el programa de mano con tal fuerza que casi lo dejo inservible, de lo exaltado que estaba, así que cuando llegó la Marcha Fúnebre de Siegfried, ya ni sabía cómo sentarme en la butaca. Coincido con Rexvalrex en que al fragmento de Parsifal le faltó misticismo, pero sospecho que en parte se debe al carácter de las piezas anteriores. Desde luego, no es lo mismo escuchar (ni interpretar) Parsifal desde el comienzo que escuchar (o interpretar) un fragmento justo después de la Marcha Fúnebre. A mí todavía me duraba la exaltación épica y no estaba para mucho misticismo, vaya. Del Preludio y Muerte de amor, a mí me emocionó más la versión que escuché antes del verano (no recuerdo la orquesta, el director creo que era inglés, muy joven), pero quizá entonces estaba más predispuesto que ahora a escucharla, no sé. Los Maestros Cantores remataron la faena. Desde luego yo me lo pasé genial. Y cuando terminaron las aplausos, la gente salía con una sonrisa de oreja a oreja. En fín, un saludo a todos. Josep |
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Te agradezco las críticas. Las dos son muy interesantes y me da la sensación de que los que las han realizado conocen bien la obra. Me ha gustado mucho la segunda de ellas, aunque el crítico me parece un poco severo. Sobre la redondez final de las cuerdas en el Lohengrin, no me pareció algo casual, ya que en Barcelona hizo algo similar y me pareció que era intencionado. Aunque no le vi mucho sentido. En lo de Isolda y Tristán, hay un momento de auténtico delirio amoroso en el que, el director, queriendo hacer alarde de su control sobre la orquesta, hizo que el apasionamiento perdiera intensidad. Claro que esto son sólo opiniones. A pesar de todo, para mi gusto Thielemann está muy por encima de todo lo demás. Y prefiero no dar nombres. Saludos |
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Os envidio por poder asistir a los conciertos de Thielemann, pero, por otro lado, los confieso, ¡qué gusto me da oíros! Escalofríos, levitaciones, pañuelos... Está claro que padecéis mi misma enfermedad, y que, igual que yo, no estáis dispuestos a curaros. Por eso me gusta este foro. |
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Hola, Ossian: A mí también me gustan mucho las criticas de Brotons. Pienso que es el más solvente entre los valencianos y, de hecho, le sigo desde hace años. En esta ocasión pienso que ha sido bastante duro con Thielemann. El público quedó encantado. No quiero ser malicioso, pero no descarto que la ideología que se le atribuye a este director pueda haber influido en ello. Somos humanos y es difícil liberarse de ciertos prejuicios. En cuanto a otros directores he de decirte una cosa. En el concierto siguiente se volvió a interpretar el Preludio del Acto I de Lohengrin. Si el de Thielemann me hizo levitar, este me transportó a otro mundo. El director era un anciano llamado Michael Gielen (que también es compositor), hijo y sobrino de músicos que fueron alumnos de Busoni y de Schoenberg. La orquesta era la Tonhalle de Zurich, tan vinculada desde sus inicios al mismísimo Richard Wagner. Este director es un especialista en el vienés. Soberbia y muy wagneriana su interpretación de La Noche Transfigurada ¡Qué pena que no se haya dedicado a Wagner! Un cordial saludo. Rex. |
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Para Zuneuentaten: Hola, Josep: El director al que te refieres es Daniel Harding y la Orquesta de Los Campos Elíseos, que interpretó, con instrumentos originales, el Preludio y Muerte de Amor y el Acto I de la Walkiria completo. Fue también muy emocionante y disfruté mucho. (De hecho, conservo el programa de mano como recuerdo). Pel que veig, eres de la terra. Jo estic abonat al Palau de la Música (de València, clar). Si vas per allí, ens podríem conéixer un dia d?estos. Tindria gràcia que ja ens coneguérem de vista, sense saber que els dos som wagnerians. Espere que ens estretem prompte les mans. Mentrestant, rep una forta abraçada. Rex. |
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Un saludo, Feirefiz: Está claro que esta pasión por Wagner une a los que la comparten. Ahora mismo te daba un abrazo si pudiera. ¡Qué contentos que estarán los fabricantes de pañuelos! Como nos den más Wagner, se van a forrar.. Rex. |