Aunque no soy ningún experto, me parece que es mi honesto deber de wagneriano compartir mis impresiones sobre el montaje de Der fliegende Holländer en el Teatro dell’Opera de Roma, que se estrenó el 19 de noviembre, aunque yo asistí el 21 (con el reparto principal). Me consta que el público romano no hace ascos a Wagner, lo cual explica que en el estreno se oyesen silbidos, según he oído. En la representación a la que asistí la acogida de la producción fue glacial (en el primer acto poco faltó para que no hubiera aplausos; por cierto, se presentó en tres actos separados; el final, el de la obertura).
Y con razón. Aunque el Holandés (Franz Grundheber) se mostró a la altura del personaje, entre desencantado y tendente a la ilusión gratuita, con una línea vocal constante y enérgica, y Daland (Bjarni Kristinsson) mantuvo el equilibrio entre su respetabilidad burguesa y su amor al dinero sin caer en el histrionismo, el resto de la producción fue una auténtica maldición. Senta (Elisabeth Mejer Topsoe) no carecía de voz, pero me temo que tampoco carecía de un vibrato que rondaba los límites de lo tolerable. Además, tenía serios problemas de respiración, que se percibían en el modo entrecortado en que cantaba algunos pasajes (sobre todo en la balada del segundo acto), y cierta tendencia a gritar en los arranques que justificaba el gesto de susto que las jóvenes y Mary (Julia Oesch) hacían al comienzo de cada estrofa. Erik (Keith Olsen), por su parte, debió de quedar muy impresionado por su diálogo con Senta del segundo acto, porque en el tercero su voz era un hilo a veces apenas perceptible; aunque quizá sea impresión mía, o que la Mejer devoraba con sus gritos al pobre Olsen; por lo demás, no careció de gusto y, a pesar de las estupideces que le hacía hacer el director de escena, resultó un personaje creíble. El timonel (Jörg Schneider) a mi juicio, bastante bueno.
¿Qué decir de la orquesta? Oleg Caetani, el director, consiguió que la obertura me aburriese (¡quién lo iba a decir de la obertura del Holandés!). Su dirección careció, en mi opinión, de nervio. Las danzas de los marineros eran interpretadas como si de minuetos rococó se tratasen. Pero, en fin, son cosas opinables. Lo que no es opinable es la abominable sección de metal de la Orquesta del Teatro dell’Opera, sobre todo uno (o varios) de los trompistas, que desfinaron descaradamente y dieron varias notas falsas. Varias veces estuve tentado de lanzarme al foso a degollar a alguien.
Por severa que parezca mi crítica anterior, todo me parece tolerable y hasta meritorio si lo comparo con la ridícula puesta en escena de Ulderico Manani que, según creo, fue la que arrancó del público los silbidos. No resulta fácil comprender por qué cobró este hombre. La escena, invariable los tres actos, consistía en una enorme estructura de un buque tomada transversalmente (de forma que la proa, de haber existido, apuntaría al proscenio, y la popa al foro; hay fotos en www.operaroma.it/OPERELIR/flgndhll/20041119.htm). Digo estructura, porque sólo se veían las cuadernas. Los dos lados de la estructura dividían el escenario (ya de por sí no muy grande) en tres partes, de modo que toda la acción se desarrollaba en el tercio central, el interior del barco o, para ser más precisos, la quilla. ¿Y qué había fuera del barco? Pues el coro (no iba a poner el mar), la féminas a la izquierda, los varones a la derecha, sentados en sillas y con la partitura en la mano. Puede comprenderse la estaticidad insufrible de la acción, recluida en el centro del escenario en un triángulo exiguo. El coro no participaba en la acción, en su lugar unos actores (yo diría que no cantaba ninguno) actuaba, sin ninguna relación con la acción del drama wagneriano ni con el texto (salvo ¡milagro! en el segundo acto, donde las muchachas hilaban, con rueca y todo). Pero lo peor es que el coro carecía por completo de relieve: en el tercer acto la confrontación entre los marineros de Daland y la marinería del holandés era cantada por un sólo grupo de hombres todo concentrado en el lado derecho del escenario, con lo que, a menos que conocieses la ópera, el texto no tenía nigún sentido, ni la música tampoco: era como si todo lo cantasen los mismos.
¿Qué profundas intuiciones revela esta escenografía? Lo ignoro y, sinceramente, no tengo ganas de enterarme. No comprendo que no hubiera tormenta, ni barco fantasma (doy por bueno que la estructura corresponde al barco de Daland), ni tesoro del Holandés, ni que Mary y compañía se pongan a hilar en la sentina ni que al final, ni huida del holandés, ni suicidio de Senta, ni redención, ni nada, ni siquiera un símbolo, aunque fuera ininteligible, que diera fin a la acción (podéis creerme: absolutamente nada: Senta y el Holandés se van abrazados hacia el foro como si se fueran de paseo. Eso sí, todos los personajes iban equipados con una maleta, incluida Senta (una maleta blanca, igual que la ropa de la Mejer que, unida a su estatura, ya de por sí considerable, hacía que el resto de las muchachas parecieran enanas). Todavía entendía yo que los marineros de Daland llevaran maletas (es raro, pero pase), pero que Daland entre en el segundo acto con la maleta (y un atuendo propio de un personaje de Arthur Miller), y, cuando se va para dejar sólos a los tortolitos, cargue con el dichoso equipaje, y luego vuelva a presentarse con él, supera mi capacidad de síntesis. Las maletas (un crítico maligno romano dice que son las mismas que se usaron en una reciente producción de Marie Victoire de Respighi) seguro que tienen un sentido profundísimo; igual que los remos (porque la estructura tenía unos remos enormes, que los marineros de Daland movían con bien poco entusiasmo). De los ridículos bailes de la tripulación y las muchachas, mejor no hablar.
En fin, me ahorro ulteriores detalles. En conclusión, creo que el único fantasma en esta producción es el mencionado Manani, que ha cobrado por no hacer nada, y que cree que la falta de talento puede disimularse apelando a la supuesta originalidad y a un simbolismo que sólo es accesible a su espíritu privilegiado. No lo creo probable, pero si alguno tenía pensado viajar a Roma para ver esta producción, puede ahorrarse el viaje o emplearlo mejor en un paseo por la Villa Borghese.
|