Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
FORO 

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La guerra de los 2,500 años
De: Beltenebros
Fecha: 11/12/2006 3:10:41
Asunto: La guerra de los 2,500 años
Abro un hilo cuyo tema no tengo muy claro. Por eso, sepan disculparme si no expongo lo que quiero decir con propiedad y justeza. De todas maneras, pretendo que se discuta y que los instruidos foreros que frecuentan el foro aporten sus puntos de vista. En otras palabras, les pìdo ayuda.

Se trata de la concepción más general del arte en Occidente a partir de la eclosión romántica, la dirección -si acaso puede establecerse una línea maestra- en que fue impulsado por los kantianos, los románticos, los simbolistas y, naturalmente, Richard Wagner. Y si esta concepción se opone necesariamente (ojo, no es un énfasis para indicar lo contrario, sino una condición) a la concepción clásica del arte, también Occidental, que va de los griegos hasta el Renacimiento y el siglo XVIII.

Habría que definir arte clásico y arte romántico, y también separar a sus exponentes más notables. Podríamos circunscribirnos a la música, pero no estarían de más menciones a escritores, pintores, dramaturgos e incluso filósofos. Puesto que la historia no conoce realmente periodos bien definidos, sino que las manifestaciones de un periodo anterior -aceptada la división- pueden continuar mucho después de desaparecidas las condiciones histórico-sociales que la vieron nacer, podríamos encontrar autores de plena identificación romántica (o protorromántica) en el siglo XVII o antes, así como clásicos bien adelantado el siglo XIX.

Otro punto a tener en cuenta es si las condiciones económicas, sociales y políticas determinan o no la obra de arte, y/o hasta dónde es autosuficiente o "inexplicable" el poder creador de la mente del artista.

Creo saber que el romanticismo, en cuanto reacción contra los excesos de la Razón dieciochesca, postuló la importancia de los sueños, los estados alterados de consciencia, el misticismo, la intuición y la exacerbación de los sentidos (aquel desorden del que hablaba Rimbaud, como se menciona en otro hilo, pues este poeta se nutrió de la decadencia romántica) como herramientas para llegar no a la verdad, sino a la sinceridad. Todo cuanto cabe al artista sería, pues, internarse en su oscuro abismo interior, espejo del abismo del mundo.

Sin embargo, las consecuencias de un arte romántico difundido y prestigioso -y su contrapartida no en el clasicismo sino en el positivismo reduccionista que asaltó las artes en la segunda mitad del siglo XIX- podrían, bajo una aparente libertad, tender una trampa mortal a la cultura: el estado mental de los artistas y el del público acostumbrado a el arte así producido podría tender a un desorden no creador, es decir a esquemas de pensamiento estériles, que compartimentan las artes, las ciencias y la economía en esferas separadas.

Por ejemplo, el movimiento beatnik y el movimiento hippie, de clara filiación romántica. Los beatniks sucumbieron al desamparo posguerra y glorificaron el camino individualista del "poeta maldito"; los hippies no leían nada en absoluto, o acaso plaquetas brevísimas de "pensamiento" oriental, y pretendían regresar a la naturaleza para vivir como era debido. Ambos renunciaban a la razón, a la medida del mundo, y creían ver los abusos de la razón en el academicismo reduccionista y en la sociedad de consumo, dos de los sinsentidos más grandes de la historia humana.

Richard Wagner, por su lado, con su espectáculo absorbente, con sala a oscuras, efectos visuales, formas musicales elongadísimas o simplemente inexistentes, saturación del sensorio y discurso romántico (interés erótico de la trama -todas las renunciaciones e inmolaciones tienen como acicate fundamental la ganacia de poder, aunque sea in extremis-, incognoscibilidad del mundo, lucha estéril del Bien y el Mal, incompatibildad del espíritu y la materia), todo esto, decía, habría preparado el camino a los actuales conciertos masivos de rock y pop, que han dejado atrás cualquier asomo de arte y se limitan a sugerir la cópula con sus ritmos, su ensordecedor volumen y sus juegos luminosos, que de paso impiden a la gente razonar adecuadamente.

Todo lo dicho hasta aquí puede parecerles inconexo, burdo e incluso tendencioso. De hecho, es una pobre exposición de ciertas ideas que he leído. Espero, no obstante, que la discusión no comience descalificado y dando cosas por sobreentendidas. Si fuera posible, argumenten toda objeción o interpretación contraria.

Dado mi gusto por las obras de Wagner, me alarmaría que esto tuviera visos de ser verdad.

Conque lo dicho: ¿acaso hay una guerra entre el pensamiento clásico -que abarca ciencia y arte- y el pensamiento -o despensamiento- romántico? ¿Una guerra de 2,500 años, que puede remontarse hasta los filósofos griegos (clásicos) y los cultos dionisíacos ("románticos")?

Saludos.

De: colline
Fecha: 11/12/2006 16:46:02
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Para empezar le felicito, aunque el suyo es un pathos demasiado regulado, no sea tan humilde en su tentativa, esa es su opinión, sus dudas, no tema la firmeza, aquí nadie debería descalificarle o invalidar lo que dice. Se nota mucha inquietud en su pregunta pero a mi personalmente se me escapa el pensarla. ¿Habla usted de la autoconservacion y el evolucionismo "reduccionista" como fuerzas enfrentadas? ¿Atribuye usted lo "apolíneo" (empleando conceptos Nietzscheanos) a la corriente del pensamiento clásico y lo dionisiaco a la corriente romántica? Ha hecho referencia también a las fiestas dionisias griegas y aludido posiblemente a los platónicos. No se muy bien donde ubicar en la modernidad ese tipo de enfrentamientos entre la carne y el espíritu, pero si usted se refería exactamente a eso (dejando su explicación histórica aparte) yo pesonalmente le respondo que si, algo que ya se sabe, existe la batalla de lo que podríamos reducir llanamente entre bien y el mal, bueno o malo, cultura o incultura... No hay nada nuevo en eso, solo que cada época le pone una "etiqueta" distinta, una "marca registrada" que al fin y al cabo se reduce siempre al mismo presupuesto moral.

Un saludo.

De: Beltenebros
Fecha: 12/12/2006 1:43:11
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Colline, se acerca usted bastante a lo que trato de plantear. En efecto, es una visión del mundo bipolar, diría que incluso maniquea. Y aquí comienzan los problemas, porque he aprendido -o me han hecho creer- que toda división de la realidad humana en blanco y negro, en "buenos" y "malos", es simplista y peligrosa.

No obstante, la idea es muy atractiva. Platón habría sentado las bases del pensamiento científico veraz, contrapuesto a la escuela aristotélica. La diferencia fundamental reside en la forma en que se considera el aprendizaje del mundo. Para Platón sólo la mente humana acierta a descubrir los principios universales físicos (aquí englobo las leyes científicas en general, no sólo las de la Física), siendo que los sentidos aportan sólo los datos iniciales y la comprobación. O sea, según Platón hay que formular hipótesis contrastables. Vemos el mundo a través de un espejo empañado: estas palabras del apóstol Pablo son una síntesis de la Parábola de la Caverna: quien se guía exclusivamente por sus sentidos, no conoce los secretos del universo, que se entregan sólo a la mente especulativa entrenada para especular científicamente.

Es curioso que el término "Realidad objetiva" haya tenido, desde Parménides, el significado de lo engañoso, la ilusión del sensorio. Mucho más tarde vino a significar lo cierto, la "realidad real", siendo que el hombre "refleja" dicha realidad en su mente y de esa manera aprehende el mundo. Como se ve, en el segundo supuesto, derivado de Aristóteles, los empiristas y finalmente los marxistas, no hay necesidad de plantear hipótesis, y en todo caso las hipótesis nunca se salen del marco de la evidencia inmediata. Es decir, son inútiles (irónicamente). Como corolario, el mundo se reduce a sus partes componentes. "Podemos explicar al ser humano -parecen decir los neoempiristas- como el resultado de su filogenia, su bioquímica y su interacción social", olvidando que la mente humana es lo único que define verdaderamente al Hombre.

Esta forma de proceder se instaura en Europa durante el siglo XVII, con los primeros empiristas, que sobrevaloran la función de los sentidos. Consecuencia natural de esta escuela es considerar al ser humano un animal. Un animal más un adjetivo: racional, político, bípedo, lobo de sí mismo, etcétera.

Y si partimos de que somos animales, estamos mal. Hemos evolucionado de formas inferiores de vida, compartimos con los antropoides actuales y extintos muchas características, pero no nos contamos entre sus filas por la misma razón por la que los componentes de un cuerpo humano en saquitos y matraces y un ser humano constituido son tan diferentes, a pesar de ser "lo mismo" átomo por átomo: somos parte de un orden natural más elevado. Somos los únicos, hasta ahora, que hemos descubierto el funcionamiento oculto del universo. Y hacemos arte, religión, política, y podemos ir más allá de las pulsiones instintivas para entregarnos con solidaridad al prójimo. Teniendo sentidos tan limitados comparados con los de algunos animales, hemos desarrollado el sonar y la ingeniería de sonido (los murciélagos no), la producción en cadena (las hormigas no), los trenes supersónicos (el guepardo no), los telescopios espaciales (el águila no), la literatura de Dante, Shakespeare y Goethe (los monos no), etcétera.

La otra cara de la moneda existe, claro, y es espantosa. Cuando se considera al semejante como a un animal (el academicismo reduccionista), cuando se considera a las poblaciones como a ganado humano (los economistas fisiócratas y sus derivados), cuando se piensa que el ser humano es una masa demográfica en aumento que termina por devastar su medio y luego se reduce drásticamente por el hambre y la enfermedad (Malthus), cuando, en fin, no hay nada digno en lo que somos o hacemos, se justifican las guerras, las tiranías, el salvajismo económico, el desprecio de seres humanos de aspecto distinto al nuestro. Si se observa bien, se verá que las proposiciones enumeradas pasan por negar la soberanía de la mente humana individual, propugnándose en cambio la primacía de la evidencia sensorial como criterio de verdad inmediato (somos animales, nos multiplicamos cual masa inerte, el color de la piel o el clima en que se vive son determinantes...).

En la esfera del arte habría tenido lugar esta misma batalla. Los misterios griegos fueron origen de la alta Tragedia Griega, mas ésta no fue la simple continuación de las bacanales. Los grandes dramaturgos emplearon y modificaron una práctica popular, confiriéndole nueva dignidad y una función estética y moral. El arte clásico que atraviesa las épocas de Europa habría conservado este aliento moral, sumado a una estética que se fundamente en relaciones y medidas verificables. El arte "dionisiaco", por el contrario, desembocaría en la justificación del "feísmo" artístico, el mismo que ahora se nos presenta como "liberador", "moderno", "progresista", sin más rigor que la santa voluntad del "creador".

Siempre me ha fascinado la forma en que un artista clásico abre nuevas perspectivas y parece siempre nuevo dentro de los límites de formas y métodos rigurosos. Las catedrales góticas y renacentistas nos emocionan en parte porque sabemos que están tan sujetas a la ley de la gravedad como nuestros propios cuerpos, y sin embargo se remontan a lo alto con una gracilidad encantadora. En ellas lo accesorio se funde con lo necesario.

Ocurre algo parecido con los preludios de Bach, las sonatas de Haydn y Mozart, las sinfonías y cuartetos de Beethoven, las sinfonías de Brahms: agregan nuevas paradojas musicales y las resuelven dentro del discurso de las formas que ellos mismos iban estableciendo (y que son desarrollos lógicos de formas anteriores) o que prestaban al pasado. Además de ser bellas a los sentidos, las obras de estos compositores (Brahms no era romántico) poseen otra belleza, mucho más profunda, que se percibe sólo con el intelecto, mucho más si se es músico o se sabe descifrar el lenguaje musical. El primer movimiento de la Pastoral de Beethoven, por ejemplo, es anonadante en su estructura, en la simpleza de sus células temáticas y en el desarrollo de éstas en las diferentes secciones, voces y relaciones armónicas. Lo sé porque he visto una conferencia de Bernstein al respecto en Harvard y porque he hojeado la partitura completa (aunque mis conocimientos musicales son mínimos, contaba con la guía de una persona entendida). No les puedo describir la emoción que este descubrimiento me reportó: era música que sonaba, pero era también una armonía inaudible, que una vez comprendida encandila el espíritu y por un instante somos inmortales. Como Beethoven.

Una comparación interesante para quienes crean que toda música debe sólo halagar nuestros oídos y punto: ¿qué pensarían de un profesor de matemáticas abocado a halagar los oídos de sus estudiantes con sus palabras?

El arte clásico en conjunto nos remite a realidades más elevadas, a la mejora del ser humano individual y de la sociedad en que vive, a la dicha de la comprensión y del estudio de las propiedades del universo. El arte romántico puede ser más llamativo en principio, más juvenil y "libertario", más facilista incluso, pero desemboca fatalmente en los antihéroes, en el desconcierto y el relativismo chato. No en vano escribió Goethe que lo clásico es lo sano y lo romántico lo enfermo.

Es más, el pesimismo "romántico" supone que el ser humano ha entrado en una espiral de decadencia, y sin embargo alienta dicha decadencia creando paradigmas irracionales como la literatura existencialista, la economía neoliberal y la ciencia que lo explica todo por el azar, la indeterminación y la "teoría del caos". El optimismo clásico nos dice que el ser humano puede conocer el mundo para dominarlo a su favor con racionalidad y con ágape, el sentimiento más noble del que es capaz (equivale a la cáritas cristiana). Los productos de la cultura clásica inducen esta mentalidad y a la vez ejercitan nuestras capacidades mentales para enfrentarnos al dolor del mundo con un sentido de misión individual: cómo voy a mejorar mi vida y la de mis semejantes, qué voy a hacer para trascender mis límites personales y temporales. Los productos de la cultura romántica nos inducen a dejar de pensar, a "razonar" según lo que se nos dice que es cierto o políticamente correcto, a colmar los sentidos (ruidos cada vez más intensos, ritmos cada vez más primitivos, adrenalina y otras drogas), a anteponer nuestro "éxito" personal a las necesidades del prójimo, a quien se ve como un obstáculo en el camino. O sea, nos enseña a consumir para ser y estar "bien", antes que a ser útiles.

Si lo que he dicho hasta aquí tiene visos de ser verdad, ¿dónde queda WAgner? Él quería revivir el papel de la Tragedia Griega, pero su escuela era definitivamente romántica. ¿Esta contradicción invalida las tesis que les he presentado? ¿O es que las intenciones de Wagner eran otras? Tanto Wagner como Berlioz, otro romántico declarado, señalaban a Beethoven como la cumbre del desarrollo musical. ¿Lo habrán malinterpretado, después de todo? ¿Siguieron ellos la dirección -o una de las direcciones- que Beethoven inauguró?

Son cuestiones que me importan muchísimo. Espero los comentarios. Gracias por leer este bloque de párrafos.

Saludos.

De: Beltenebros
Fecha: 14/12/2006 22:44:12
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Al parecer este tema sólo me interesa a mí, pero de todas maneras intentaré decirlo de una última manera. Es un paralelo hipotético entre la escuela clásica y la escuela romántica según el punto de vista presentado en mi primer mensaje. Rogaría a los foreros que tengan tiempo y paciencia recomendarme alguna lectura que sirva para aclarar la validez de este planteamiento, o decirlo en un mensaje propio.

CLASICISMO. Escuela del pensamiento humano que aprovecha y perfecciona las potencias de la razón para descubrir principios universales válidos, tanto en ciencia como en arte. La división entre estas dos esferas de acción no existe en profundidad.

ROMANTICISMO. Escuela del pensamiento humano que niega o destruye las potencias de la razón en pro de una interpretación irracional y sensualista del universo. Separa taxativa y irreconciliablemente los campos de la ciencia y el arte.

CLASICISMO. En el ámbito occidental, aparece con los intentos de la civilización griega clásica por fijar la medida armoniosa del universo y sus múltiples manifestaciones. Enuncia que los principios universales sólo son percibidos por la razón, no por el sensorio, el cual simplemente actúa durante la validación experimental. Luego de un largo interludio es retomado por el Renacimiento Dorado y prosigue hasta comienzos del siglo XIX, en que es casi extirpado de la civilización occidental por los ataques del irracionalismo, promocionado por una poderosa facción política oligárquica con sede en Venecia y más tarde en Inglaterra. Son artistas y pensadores clásicos Esquilo, Pitágoras, Sócrates, Platón, Eratóstenes, Brunelleschi, Pacioli, Leonardo da Vinci, Nicolás de Cusa, Pascal, Fermat, Kepler, Leibniz, Bach, Mozart, Beethoven, Schumann, Mendelssohn, Chopin, Brahms, Dvorak, Verdi, Cervantes, Shakespeare, Schiller, Humboldt, Gauss, Riemann, Vernadsky, etcétera. No hay ?periodos? de la hitoria del conocimiento (por ejemplo los ?periodos? barroco, clásico y romántico de la música) porque el saber válido no depende de modas y/o condiciones sociales. En cambio, sólo existen la escuela clásica y su continuidad, así como las fuerzas anticlásicas.

ROMANTICISMO. En el ámbito occidental, tiene sus antecedentes remotos en los cultos irracionalistas de Dionisio y Mitra en la Grecia Antigua. Durante el Imperio Romano y la Edad Media prevalecen las ideas ?protorrománticas?, que reciben un gran impulso posterior con la Iluminación británica y francesa, para desembocar en el Romanticismo ingenuo de la primera mitad del siglo XIX y sus secuelas: el Simbolismo, el Modernismo, el Existencialismo, las políticas económicas que convierten en ganado humano a las personas, y la contracultura pop. Propone que son los sentidos y la práctica empírica lo que nos revela el universo, que, al mismo tiempo, es incognoscible ?en sí?. Son pensadores, artistas y movimientos irracionalistas y reduccionistas Aristóteles, Plotino, Epicuro, Euclides, Copérnico, Galileo, Descartes, Newton, Rameau, Berlioz, Liszt, Wagner, Mahler, Schönberg, Adam Smith, Hegel, Marx, Voltaire, Euler, Kant, la Santa Alianza de 1815, Baudelaire, Schopenhauer, Nietzsche, Mach, Maxwell, Russell, Sartre, Darwin, Rosenberg, Bohr, Dawkins, el empirismo inglés, el hippismo, los ecologistas, el nazismo, el socialismo-comunismo, el neoliberalismo económico, la teoría de la información de Von Neumann y Wiener, la New Age, el relativismo cultural, etcétera.

CLASICISMO. Es fundamentalmente optimista. Traza una ruta o proyecto ascendente para la historia de la humanidad. Postula un principio universal de desarrollo continuo e ilimitado. La humanidad no sigue el ?principio? de Malthus porque está compuesta de individuos pensantes con capacidad para mejorar y revolucionar la economía. Por eso el crecimiento no tiene límites.

ROMANTICISMO. Es fundamentalmente pesimista. Parte de la conjetura gnóstica de que hubo una Edad de Oro que no regresará y que el mundo está sumido en una decadencia progresiva a la que sólo cabe paliar. La humanidad está sujeta a grandes ciclos de crecimiento demográfico, agotamiento de los recursos y reducción catastrófica de la población. El crecimiento tiene límites.

CLASICISMO. El universo es cognoscible porque es ordenado. Tiende, en conjunto, de la menor a la mayor organización. Los niveles más organizados se rigen por principios superiores a los de los niveles menos desarrollados. La mente humana puede conocer y gobernar el universo porque descubre los principios que sustentan el orden, y dichos principios no forman parte de la evidencia empírica tal cual sino que emergen de la actividad creadora de la mente como realidad superior.

ROMANTICISMO. El universo es fundamentalmente incognoscible, el caos lo (in)determina. Tiende, en conjunto, al equilibrio térmico o máximo nivel de desorden, llamado también entropía. Los niveles más organizados aparecieron por azar. No hay ningún principio que especifique la evolución ascendente, y todo puede reducirse a sus mínimos componentes sin pérdida de comprensión. La mente humana se limita a ?reflejar? el universo tal cual sus sentidos lo perciben.

CLASICISMO. Privilegia la indagación racional del mundo.
ROMANTICISMO. Privilegia la intuición y la fantasmagoría.

CLASICISMO. Declara que el hombre es un ser siempre perfectible en lo moral, social y racional. Su ideal es Platónico-Renacentista.

ROMANTICISMO. Declara que el hombre es un abismo desconocido y temible, todo lo más un animal metafísico. Su ideal es el utopismo gnóstico.

CLASICISMO. Propone el afán de elevación como proyecto personal y comunitario.

ROMANTICISMO. Propugna el sensualismo como único medio de estar en y/o soportar el mundo.

CLASICISMO. Implica mesura y serenidad porque tiene sentido de trascendencia e inmortalidad a través de las obras buenas y/o provechosas.

ROMANTICISMO. Implica desmesura y angustia porque niega cualquier certeza trascendente. A menudo acarrea autodestrucción individual y comunitaria.

CLASICISMO. El progreso es la gran meta de la historia. La grandeza del individuo y los pueblos se mide por su contribución mensurable al incremento efectivo del potencial creador del individuo y su dominio real sobre el medio económico y natural.

ROMANTICISMO. La nostalgia de un ?paraíso perdido? es la única actividad plausible. La grandeza de un individuo (concepto que supone relativo a las modas de cada sociedad) se mediría por su capacidad de ensoñación irresponsable.

Nueve puntos de comparación en total. Espero sus comentarios y recomendaciones.

Saludos y gracias.

De: colline
Fecha: 15/12/2006 5:44:57
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Beltenebros,

Si no ando mal encaminado, abreviando un poco usted atribuye todo lo que considera negativo de la evolución y el progreso, esto es, el pensamiento modernos, sus nuevos ideales, su sociedad de consumo, su pasión por lo servil, utilitario? y reduce en un solo concepto que es ?Romanticismo? y todo lo que respecta a las artes y a las ciencias lo llama usted ?clásico?. Usted pondera por una cosificación de lo que fue y pudo ser el romanticismo como algo negativo, encadenador y esclavista. Romanticismo no es reducción, y mucho menos cosificación: es reacción. El Romanticismo fue la esencia de la reacción, la revolución contra lo establecido, si hablamos de una nostalgia y melancolía por todo aquello mas Clásico, ya sea su arte, su ciencia y todo lo que esta relacionado con la cultura en general hablaríamos en todo caso de Renacimiento ? época muy bonita y colorista ? que nos devolvería a aquella sensualidad arto afeminada, de cabeza a aquellos altivos sentimientos mas elevados de la aristocracia y la burguesía. Lo clásico no es lo maravilloso, no es lo grande. No todo aquello que proviene del pasado debe revestirse de su añejo carácter ambiguo por su carácter lejano y desconocido, por formar parte de una época en la que los grandes nombres resuenan y eclipsan los nombres y personalidades del ahora. Le que usted ve de oculto en el Romanticismo, toda la apariencia ?llamativa? y ?libertaria? se da igual o mas gravemente en cualquier retorno a lo clásico, en su idea de Renacimiento, es mas, toda esa amenaza clasicista que es el terrorismo del arte al servicio de una subcultura reaccionaria, resentida que no dispone ni dispondrá jamás del espíritu que propago una vez el romanticismo, la Reforma, o el Protestantismo, incluso el fascismo mas temprano.

Los sentimientos elevados y mas fascinantes de aquello mas clásico - tal y como usted lo entiende - solo promete el retorno a las praderas de lo sensible, precioso y exquisito de sentimientos mas acomodados y risueños que viven mas entre nubes y héroes divinos que entre seres de carne y hueso, al ente regulador y conductor del mundo. ¿No será usted estoico, o pretende volver a invocar el virus del estoicismo y su demasiado opresivo ?vivir conforme a la naturaleza??

Un saludo a todos.

De: Antón
Fecha: 15/12/2006 8:19:35
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Beltenebros.

"Al parecer este tema sólo me interesa a mí"

Así comienza tu interveción :)

No es cierto, a mi me tienes leyendo con avidez pues el tema me interesa y si acaso me falta el conocimiento suficiente para tratarlo con profundidad. Colline y tú me ayudáis con vuestras valiosas aportaciones.

Gracias.

De: Beltenebros
Fecha: 15/12/2006 22:22:08
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimados Colline y Antón:

Les agradezco su participación en este hilo, pues realmente quisiera aclararme las ideas.

Colline, casi dio en el blanco con lo de mi supuesto estoicismo. El motivo último de abrir este hilo es de índole personal: desde mis 18 ó 20 años, pero con más fuerza y consciencia a partir de los 22, más o menos, he sido un romántico irredento en el sentido de los héroes invisibles que habitan los poemas de Baudelaire. Al principio todo era muy bonito, ya que uno era joven (pero no hay joven romántico que no se crea viejo, el más hastiado de los seres humanos), iconoclasta, enamorado, ingenuo, cínico, pagano, ateo por designio de los dioses, todo en uno.

Mas poco a poco, a medida que la vida se encargaba de separar a quienes integrábamos un llamativo grupito de chicos y chicas con inquietudes artísticas y ?filosóficas? (vamos, los ?distelectuales? de siempre), me fue quedando una sensación incómoda de no haber vivido nada. Todas las sinfonías que escuchábamos entonces, los sábados y domingos por la tarde, encerrados en el escritorio de un amigo o en la azotea del edificio de una amiga, nos parecían atacadas de un ser manifiestamente finito y perecible; las amábamos pero al mismo tiempo pensábamos que nosotros les conferíamos vida y que, tarde o temprano, morirían con la decadencia irremediable del mundo. No recuerdo haber experimentado la música con más intensidad que entonces, rodeado de rostros queridos, poesías leídas con unción (Hesse, Borges, Lucho Hernández, Vallejo, Baudelaire, Rimbaud), conversaciones definitivas de las que nadie tomaba nota. Nos declarábamos discípulos de Ernesto Sábato y nos hacíamos llamar ?los sabatianos?. Algunos de nuestro grupo tendían al misticismo, pero a mí siempre me pareció demasiado impreciso e insatisfactorio. La música que eschábamos, desde los Beatles y Sui Géneris hasta Schubert y Rachmaninov, éramos nosotros, cada uno de nosotros, discurrientes y/pero absolutos. El mundo era un espejo entrañable centrado en nosotros. Nuestros gestos, nuestras caminatas, el descubrimiento de rincones curiosos de la ciudad, los paseos a la campiña con la Novena de B. a voz en cuello (en masticado alemán), las arias de Puccini, las sinfonías de Brahms, mis cartas apocalípticas a la muchacha más inexpugnable del mundo, los conciliábulos que eran más importantes que la vida que en realidad importa pero que no importa en realidad, todo esto, iba diciendo, era mi referencia absoluta, a pesar de las enormes angustias del espíritu y del Miedo.

(Para mejor o para peor, desde aquellos tiempos me supe mortal debido a mi mal crónico, que imponía una rutina mesurada cuando lo que yo quería era tormenta e ímpetu. El anciano padre de una amiga, ahora ya fallecido, me dijo una vez que el miedo puede ser vencido, mas no la angustia, que es teológica. El señor escuchaba sinfonías de Bruckner y era un católico devoto. En su momento, aunque lo respetaba mucho, no hice mucho caso de sus palabras. Cuánto quisiera poder cruzar unas palabras con él hoy en día.)

Y no entendíamos nada en absoluto.

Ahora me queda una herida de todo eso. Alguno de nosotros quiso partir en busca del Paititi por las selvas desconocidas. Otros simplemente se fueron. Otros más plantaron cara al deber y se han ido percudiendo con los años. Una amiga de esa época ha partido para Australia. Y los que quedan son ya demasiado otros. Ya no nos reconocemos, y en mi caso hay un boceto a medio dibujar?

Pero la escuela me acompañó durante los años que siguieron. Todo lo veía a través del vidrio romántico. Wagner fue el pináculo de mis hallazgos vitales. Aunque ya conocía parte de su música desde mi adolescencia, no me volví incondicional suyo hasta hace unos ocho o siete años, cuando leí el poema del Anillo, que me golpeó como muy pocas cosas en mi vida. Me aboqué en cuerpo y alma a la música del Maestro y a sus libretos, que leía y releía como si fuesen escrituras sagradas. Devoré los artículos de Ángel-Fernando Mayo que pude hallar en la Red. Me enamoré de Brünnhilde. Lloré de emoción e ingenuidad con el primer acto de Lohengrin. Celebré un verano íntimo con los Maestros Cantores, y la valquiria debió compartir mi corazón con Eva. Traté de compaginar las teorías antisemitas de Wagner con una deformación propia de la época, a pesar de lo bien que cuadraban con ciertos misticismos nazis, de por sí muy atrayentes. Releí a Schopenhauer y a Nietzsche. No me importaba nada que la gente se burlara de mi insistencia con Wagner, y regalaba discos ?de iniciación? acompañados de notas explicativas, a ver si la pasión que yo sentía se contagiaba. En mis momentos más irracionales y angustiosos temía morir y dejar todo esto, e incluso renacer a otra vida en la que ignoraría a Wagner? De paso, entré en Wagnermanía.

Hasta hace un año, más o menos. Recuerdo que durante un mes no había escuchado nada más que Wagner. Recuerdo el dolor de cabeza perenne y la sensación de haber desperdiciado mi vida. Y me decidí por un concierto de piano de Mozart, movido no sé por qué capricho. No esperaba más que música amable, sedante, pero se abrió el cielo. En los siguientes días probé con más Mozart, con Beethoven y finalmente con Bach. Este último fue decisivo. Recordé entonces una de las últimas frases de la biografía de Wagner por Emil Ludwig, que me prestaron hace mucho, cuando casi no conocía a Wagner, y que no he podido conseguir en ningún lado: ?Por fortuna, nuestra generación no soporta el mundo asfixiado de Wagner?. Cito de memoria. Lo de ?mundo asfixiado? es seguro. Ahora he sentido la asfixia.

En el último año me he volcado al clasicismo, al barroco y estoy descubriendo la música polifónica renacentista. Estoy leyendo asimismo las teorías que he expuesto en mis mensajes anteriores. A Wagner vuelvo muy de vez en cuando. Sigo apreciando la belleza increíble de los pasajes que siempre me gustaron, pero de pronto algo se ha roto entre el Maestro y yo.

Me había propuesto recuperar mi juventud hiperromántica con alguna novela que quizás atinaría a escribir, y para la que servirían los cuadernos que entonces acumulé. Ahora ya no estoy tan seguro. Ni siquiera creo que sirva como escritor. El descubrimiento de lo clásico es una suerte de reacción profunda. De ninguna manera quisiera que fuera esto el primer síntoma de mi licuefacción mental, que es como algunas personas transan con la maduración y los apremios de la vida. A veces siento como si me esperase la antesala del infierno de Dante, donde se agitan los que se empecinaron en la tristeza y la inacción.

Estimado Colline, es posible que, si ha leído hasta aquí, tenga una idea más completa de lo que quise decir al abrir este hilo. En realidad, en el paralelo entre Clasicismo y Romanticismo de mi mensaje anterior se entiende Romanticismo como una actitud básicamente irracionalista de aprehensión del mundo. No debe tomarse en el sentido histórico y cultural corriente. Recuerde que muchos aspectos del Romanticismo (el histórico y el otro) me atraen sobremanera. La música de Wagner me sigue gustando, aunque no me encandile como antes. Las proezas de orquestación del Maestro y sus simbolismos me gustan, pero ahora prefiero las estructuras musicales de Beethoven, Bach, Haydn, Mozart y otros clásicos. Las estoy descubriendo y son admirables.

Además, hay un sentido de inmortalidad cultural y personal en el arte clásico que, posiblemente porque me acerco a la ?crisis de la mitad de la vida?, me parece mucho más fecunda que la soledad y el anhelo amorfo de los románticos. La visión clásica del mundo me permite dar visos de objetividad tanto al contenido de la ciencia como a las manifestaciones artísticas clásicas. Hace poco supe de un libro de Roger Penrose, físico y matemático, en el que habla de la "realidad platónica" de las matemáticas en tanto realidad que no depende de la mente humana. Veré si lo consigo. En cuanto a la dimensión trascendente del arte clásico, Hermann Hesse tiene unas palabras que me gustaría citar aquí, en un mensaje ulterior, si hay oportunidad.

Actúo bajo pulsiones. Un día me llama poderosamente una novela, me sumerjo en su mundo, y a la semana siguiente estoy absorto en la obra pictórica de algún romántico temprano, siempre con la misma energía. Esto de clasicismo puede ser otra pulsión. Reconozco que poseo un lado clásico y otro romántico, y que hasta ahora estoy lejos de conseguir que armonicen, si fuera posible. El hecho es que hago de estas disquisiciones mi centro vital. Cosas que importan en realidad, aunque en (la) realidad no sean importantes? De modo que ?esa? realidad no es tal.

Quisiera pedirle, amigo Colline, que se explaye un poco sobre lo que usted ha llamado la ?sensualidad harto afeminada? del Renacimiento.

Cordiales saludos.

De: Antón
Fecha: 16/12/2006 1:18:43
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Querido (ahora me lo permito) Beltenebros. Has hecho una confesión de vida y obra digna. De espíritu inquieto y trascendente.
He sentido la melodía de tus inquietudes. Magnífico relato, sin duda.

Es posible que mi nombre, Antón, se relacione en este foro con las felicitaciones, el buen rollo, el "quedar bien", no lo sé...pero tengo muy claro que soy muy emocional y sincero y cuando siento los mensajes escribo porque necesito amigos que puedan entender mi preocupación vital, tan cerca de la tuya.

La vida me parece extraordinaria, amigo Beltenebros, interacciones químicas, moléculares...¡fantástico! La vida.

Sí, la crisis de la mitad de la vida, la maduración del ser humano. Inconcebible sin la curiosidad y la humilde búsqueda del conocimiento.

Enhorabuena, Beltenebros. Tienes muchas cosas que decir y sabes que siempre cuentas con gente que te escucha.

De: colline
Fecha: 16/12/2006 11:43:21
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Beltenebros,

¡Estoy seguro de que olvidó mencionar a Mendelssohn!

Mi ?sensualidad harto refinada? es un claro fallo de redacción que venia a referirse a aquello a lo que usted denominaba Clásico, a lo que quise añadir un desden histórico (un crescendo fuera de lugar al estilo Mascagni) aparte del Renacimiento.

Pensé que usted estaba perdiéndose en profundidades un tanto extrañas, demasiado académicas que parecían rememorar ? mas al estilo moderno ? los ?grandes? tiempos de la Stoa. No creí que podía haber algo personal e histórico personal por su parte como parece ser esa clase de rencor que le guarda al Romanticismo. Yo en mi otra intervención le añadí el detalle histórico porque precisamente no lograba entender su teoría y sobretodo que pudiese atribuir la parte más decadente de la vida ? mientras hablaba de clasicismo - al Romanticismo. ¡Y cuidado con el Romanticismo! No es oro todo lo que reluce, y eso lo sabemos bien, corremos el peligro de la asfixia, del ascetismo, de una vida recogida y huraña dedicada únicamente al servicio de la apariencia y al descuido y ruina de lo que no es más propio.

Se puede hablar despectivamente ? como se hace con demasiada frecuencia ? sobre la sociedad de consumo, los bienes materiales, entonces llamarlo alienación y demás palabros con poco más sentido que el propio autoengaño que traslucen ciertos individuos al pronunciarlas cuando podrían perderse ellos mismos en sus estanterías entre libros y cds varios que no cayeron precisamente del cielo. Nos cerramos a escuchar, a leer, una y otra vez, una versión tras otra, un libro tras otro? y la vida pasa fuera. El Romanticismo contiene este peligro de sobrecarga cultural que debe medirse sabiamente.

Si usted tiene en mente escribir un libro, sencillamente hágalo. Quien dice ?no sirvo para escritor? tiene seguramente algún otro escritor en mente que siempre lo hará mucho mejor que el, que habrá llegado mucho mas lejos empleando menos líneas y que habrá aliviado sus dudas con mas sencillez de la que el puede sentirse capaz de hacer aliviar a los demás. Hablo por experiencia. Todos podemos ser escritor, aunque no todos podamos penetrar a la esfera de la cultura tan fácilmente, sobretodo cuando el novel debe hacerlo a través del denso y poblado mercado. A usted no le falta estilo, lo tiene, le envidio (sanamente) por eso. Siga así.

Gracias por compartir con nosotros algo tan íntimo y personal como lo es su propia vida, sus inquietudes y angustias. Ha sentido la necesidad de hacerlo y aquí le hemos escuchado... y comprendido.

Un saludo.


De: Beltenebros
Fecha: 16/12/2006 23:39:09
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Gracias a ustedes, estimados Antón y Colline, por participar en esta egocéntrica disquisición. Para dar por concluido el hilo -que casi se parece al blog que no tengo ;-)-, citaré algunos textos pertinentes.

Antes, no obstante, diré que mi "rencor" para con el Romanticismo apunta en realidad a mi propia inconsciencia.

Dice Stefan Zweig, autor de nítida tendencia romántica, en el prólogo de "La lucha contra el demonio" (tríptico de ensayos biográficos sobre Hölderlin, Kleist y Nietzsche):

«Pero lo opuesto al alado poeta demoníaco no es en modo alguno el nodemoníaco, no, no hay verdadero arte que no sea demoníaco y que no proceda, como un susurro, de lo ultraterrestre [aquí supongo que hay que tomar lo demoníaco en el sentido socrático platónico]. Nadie lo ha afirmado de modo tan rotundo como Goethe, el enemigo por antonomasia del poder del demonio, el que estuvo siempre en defensa contra ese poder...
»Yo veo, pues, en contraposición al espíritu exaltado, arrastrado fuera de sí mismo por su propia exuberancia, frente al espíritu que no conoce límites, veo, digo, al poeta que es amo de sí mismo, y que, con su voluntad humana, sabe domar el demonio interior y lo convierte en una fuerza práctica, eficaz. Pues el poder del demonio -magnífica fuerza creadora- no conoce una dirección determinada, apunta sólo al infinito o al caos de donde procede. Por tanto, es arte grande y elevado, y no inferior en modo alguno al que procede del demonio, aquel otro que crea un artista que domina por su voluntad ese misterioso poder, que "gobierna" en la poesía, en el sentido que lo dice Goethe, y que sabe convertir lo inconmensurable en forma definida. Es decir, el poeta que es amo de su demonio y no su siervo.»

Al margen de las características imprecisiones del lenguaje empleado por Zweig, podemos reconocer aquí el planteamiento Clásico versus Romántico al que me refería yo desde el principio. Pero hay más, pues no se trata de una simple cuestión de metodología poética (¡como si fuera posible hablar de método electivo en el caso de los "poseídos" por el "demonio"!).

En "El juego de los abalorios", Hermann Hesse traza la historia de un futuro e hipotético juego interdisciplinario o charada cultural de altísimo nivel que, entre otras cosas, permite «establecer paralelos entre un diseño de música clásica y la fórmula de una ley física». Esta idea me deslumbró hace muchos años, cuando leí por primera vez la novela, aunque al poco tiempo se me fue escurriendo de la consciencia, debido a las circunstancias que he contado en mi mensaje anterior. En pocas palabras, la proposición de Hesse significa que hay un estrato lógico e incluso lógico matemático común a una composición clásica y la fórmula de una ley física; es decir, un mismo discurso mental básico puede (¿y debe?) estar presente en la mente de un músico clásico y un científico. Es más, puesto que un científico que formula una ley física válida antes desconocida ha realizado un acto de descubrimiento, ¿no podría decirse que una composición clásica válida (la precisión es crucial porque no todas las composiciones clásicas comparten el mismo grado de unidad en la complejidad ni tienen la misma importancia histórica e intrínseca) es el producto de un descubrimiento de las posibilidades de paradoja y resolución contenidas en el lenguaje musical clásico, vale decir el del sistema bien temperado y la polifonía clásica? La "realidad objetiva" de este último descubrimiento sería formal, pero no por ello menos real. Justamente el trabajo del físico Penrose al que aludí antes comienza estableciendo que las matemáticas, de alguna manera, existen independientemente de la mente humana porque están implícitas en el universo en el que surgieron las mentes humanas.

En la misma novela, Hesse menciona unos textos chinos de filiación confuciana en los que se afirma que un sabio puede saber si el imperio florece o entra en decadencia con sólo escuchar la música más difundida entre los súbditos. Sucede que la música "serena", que «proviene del equilibrio del universo» (o sea, el equivalente de nuestra música clásica, o acaso habría que universalizar este clasicismo puesto que las leyes de universo son justamente las mismas para todos, independientemente de la cultura y época), implica un pensamiento ordenado y justo, que produce progreso material y espiritual, y por tanto la seguridad y continuidad del Estado. En cambio, la música efectista, que ha olvidado el equilibrio esencial y que se entiende como la estimulación exótica de los sentidos mediante extravagancias grandísonas (y mucha de la música romántica puede ser descrita así) genera estados de ánimo encontrados, dificulta el raciocinio claro y estimula el sensualismo sin propósito: en resumen, cunden la melancolía, lo irracional y el gobierno peligra.

Más adelante Hesse proclama la profesión de fe del protagonista, y casi con seguridad la suya propia:

«Consideramos la música clásica como el extracto y esencia de nuestra cultura, por ser su gesto y su exteriorización más clara y significativa. Con esta música poseemos la herencia de la antigüedad y del cristianismo, un fondo de más serena y valerosa piedad, una moral caballeresca no superada. Pues a fin de cuentas, todo gesto clásico en la cultura significa una moral, un modelo de conducta humana concentrado en gesto. Mucha música se compuso, en efecto, entre 1500 y 1800, con estilos y medios de expresión a cuál más diversos; mas el espíritu -mejor aún, la moral- es en todas partes el mismo. La actitud humana cuya expresión es la música clásica, es siempre la misma, y siempre se funda en idéntico linaje de conocimiento vital y aspira a una misma condición de superioridad sobre el acaso. El gesto de la música clásica significa sabiduría de la tragedia en que se debate la Humanidad, afirmación del humano destino, valentía, serenidad. Ya es la gracia de un minué de Händel o de Couperin, ya es lo sensitivo sublimado y convertido en la delicadeza de un ademán (como en muchos casos italianos o en Mozart), ya la tranquila y resuelta disposición para la muerte, como en Bach: siempre contiene medularmente una porfía, un valor que no teme a la muerte, una hidalguía y el eco de una risa sobrehumana de inmortal claridad.»

Estas palabras, por cierto, me han marcado profundamente. No otro es mi anhelo de un centro. Es la clase de trascendencia que el Romanticismo no me ha ofrecido jamás: la trascendencia de legar un proceso mental capaz de ser revivido por las mentes futuras y que les sirva para pensar fecundamente, ya sea si se quiere escribir un drama, componer una pieza musical, desarrollar una investigación científica o simplemente conducirse moralmente (en el sentido agápico-cristiano) en sociedad.

Por último, quisiera advertir que así como la etiqueta "romanticismo" adquiere múltiples significados, muchos de ellos falsos o meramente historicistas, así también el apelativo de "clásico" puede llamar a engaño.

Por ejemplo, suele hablarse del Japón "clásico", es decir el Japón feudal hasta antes de la segunda mitad del siglo XIX, o, si se prefiere, hasta antes del final de la Segunda Guerra Mundial. Los libros que tratan del código del Bushido, es decir las normas morales y sociales que rigen la vida de un guerrero samurai, comentan el caso de un samurai que vio el incendio de la casa de su señor. Éste se mesaba los cabellos porque dentro de la casa había un libro genealógico que él apreciaba como uno de sus mayores tesoros, pero las llamas ya habían convertido casi toda la vivienda en una gigantesca hoguera. El samurai en cuestión no dudó ni un instante: entró a la carrera en la casa y el fuego lo cubrió. Naturalmente, no salió más. Extinguido el incendio, entre los restos ennegrecidos se descubrió el cuerpo carbonizado del samurai, de cara al suelo. Al ser vuelto, todos se admiraron de que el hombre se hubiera abierto el vientre con un tajo de su sable y se hubiera introducido el preciado libro en la cavidad abdominal, para luego tenderse boca abajo. Allí terminó de morir, sin moverse. Su cuerpo protegió el libro. La cultura "clásica" japonesa pondera este hecho como un ejemplo encomiable y digno de imitación, pues los samurais deben anteponerlo todo al honor y al deber.

Pongo otro un ejemplo, extraído del libro "El Japón heroico y galante", de Enrique Gómez Carrillo, un occidental que conoció el Japón anterior a la Segunda Guerra:

«Durante lo que se llama el período de Yedo, es decir, en los gobiernos de los primeros shogún Tokugawa, el suicidio llega a convertirse en un acto tan frecuente como el duelo. (...)
»Dos chambelanes se encuentran cierto día en la escalera del shogún. Uno de ellos que va de prisa, no saluda al otro, lo que significa que no le estima como su igual en rango y abolengo.
»Entonces el ofendido exclama: "¡Mi nobleza está en mi sangre y ella me hace superior a ese hombre! ¡Voy a matarme!" Al salir de ver al príncipe los cortesanos repiten estas palabras al chambelán ofensor. "¿Mi sangre inferior? -grita éste- ¡Ya lo veremos! ¡Yo también voy a matarme!" Y ahí tenemos dos harakiris. Ya lo veis: no es necesario un motivo. La muerte es un deber social: suicidarse es un rito de cortesía mundana.»

Varios otros casos menciona Gómez Carrillo, como el de los samurais que se suicidan debido a que sus espadas entrechocaron accidentalmente cuando se dirigían al mismo lugar y uno de ellos dijo que no había ofensa porque ambos sables eran iguales. El otro juró que su sable era mejor, no igual, y se mató; su compañero se ofendió y con su vida "probó" que su sable no era menos. O veamos el caso del samurai de un bando vencido en la batalla. El señor debía suicidarse antes de ser capturado, pero dada su juventud nunca había tenido ocasión de presenciar un suicidio ritual. Preocupado por la inexperiencia de su jefe, uno de sus guerreros decidió matarse para que su señor ganara experiencia y de ese modo no mancillara el momento supremo.

¿De dónde proviene esta mentalidad, esta hipertrofia del sentido del honor? No de un desprecio de la vida y sus lujos, ciertamente, pues pocos pueblos más sensuales que el japonés habrá en el mundo. Y aunque las narraciones de entrega y valor en batalla pueden emocionarnos, pensemos un momento. No, todo esto se basa en la división de la sociedad en castas hereditarias, máxime cuando los japoneses creían en la reencarnación. Y la división en castas, en el sentido japonés (muy similar al de la India), implica la negación del valor de la vida humana individual, sea la de quien sea, y con más "justificación" si se trata de un pescador o un descastado.

Hace no mucho leí que los japoneses se reían de los intentos de los misioneros ingleses por explicarles los dramas de Shakespeare y su grandeza. No entendían el revuelo que causaba en Europa una simple muerte, y menos si era merecida de acuerdo con el criterio japonés. Nuestro modernos multiculturalistas han deducido de ello que no hay obras universales. Yo creo más bien que no todas las premisas culturales son válidas, siquiera por su practicidad para el desarrollo. En Europa se han cometido atrocidades sin nombre, pero aún sí la cultura europea ha sabido crear paradigmas morales y cognoscitivos que potencian el descubrimiento científico y el bienestar de la población. A estos paradigmas los llamo "cultura clásica". Los griegos, ciertamente, también se estructuraban en castas, tenían esclavos y nunca comprendieron el Estado metaurbano. Pero la civilización occidental no se detuvo allí, y tras la tragedia del feudalismo supo alimentar un Renacimiento que unía lo mejor de las ideas cristianas con lo mejor del ideario griego. Y si la historia parece dar un mentís a este ideario, no será por defectos inherentes sino debido a que el ser humano aún no sabe trabajar por el Bien y el Progreso.

Se trata básicamente de estos supuestos morales:

1. La vida humana individual es un bien inalienable. No puede tratarse al ser humano como a "ganado". Todo sacrificio de la vida en aras de los semejantes es grande porque obedece a una elección voluntaria y no a una imposición rutinaria.

2. Todo ser humano es igualmente digno y, si se lo educa, puede aportar mucho a la sociedad en la medida de sus posibilidades individuales.

3. La mente humana individual es el punto de partida de todo descubrimiento artístico o científico que contribuye a incrementar el bienestar de la sociedad y por ende aumenta el potencial de descubrimiento de las mentes individuales. (Suena a perogrullada, pero nuestros políticos, interesados en los efectos de masa, lo han olvidado desde hace siglos.)

4. El desarrollo no tiene límites porque el ser humano no es una masa demográfica tal que una población animal, sino que crea nuevos modos económicos y optimiza los existentes.

5. Ciencia y Arte son esferas de actividad cognoscitiva hermanadas por un mismo "método clásico de pensamiento" (a lo que apuntaba Hesse en la cita).

Creo sinceramente que esta es la razón de que la civilización europea-cristiano-judaica es grande: su línea clásica tiene validez universal. Es lo que ahora me parece, con sinceridad.

Continúo con mi búsqueda.

De nuevo, muchas gracias por participar.

Saludos y hasta pronto.

De: kleinzack
Fecha: 20/12/2006 21:32:23
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
amigo beltenebros: el tema que ud. plantea creo que nos interesa a buena parte de los que frecuentamos este foro u otro en que la cultura es base y soporte, es un tema que abarca mucho en extencion y profundidad y no vale la pena lanzarse a escribir hechando mano de seudo-teorías o lugares comunes, prometo someter a conciensudo analisis y responder como merece su interesante pregunta, que, repito, merece una respuesta al nivel de la consulta. saludos. kleinzack.

De: Beltenebros
Fecha: 21/12/2006 4:19:31
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Gracias, amigo Kleinzack. Espro sus comentarios, en este mismo hilo o, si hubiere sido borrado, en uno que usted mismo abra.

Ayer pasaron dos cosas interesantes. Vi por primera vez "Todas las mañanas del mundo", la película de Alain Corneau sobre un hipotético episodio entre el Señor de Sainte Colombe y Marin Marais. Me emocionó mucho, pues recreaba con gran acierto el espíritu platónico del arte barroco. De paso, la fotografía es una maravilla: verdaderos cuadros en movimiento.

Pero también leí sobre los increíbles avances de la técnica nazi al servicio de la guerra. Los científicos e ingenieros nazis desarrollaron entre 1939 y 1945, sólo en planos o en prototipos, el avión de reacción, el avión cohete, la lanzadera suborbital reutilizable, el avión supersónico, aviones con fuselaje de plexiglás, el visor infrarrojo capaz de detectar un cañón enemigo a 130 Km de distancia en la noche más cerrada, el torpedo guiado por radio, el misil aire-aire teleguiado cuyo curso se dirigía mediante un joystick, el tanque de guerra sumergible, el submarino clase XXI con motores eléctricos sin combustible fósil, autonomía casi ilimitada y unas prestaciones que los americanos sólo pudieron emular en los años 60 con sus submarinos nucleares, el escáner, la televisión electrónica incorporada a los cohetes dirigidos por radio, el cañón sónico, el arma climática capaz de generar miniciclones antiaéreos, el gigantesco bombardero en ala delta "Amerika" con cubierta de carbono molecular, invisible al radar, el torpedo volante radiodirigido capaz de hundir un buque enemigo desde 24 kilómetros de distancia, el rifle con visor nocturno recargable mediante baterías solares portátiles que sólo necesitaban una exposición diurna de 15 minutos al día, el helicóptero de guerra, el Focke Tripala que volaba como una libélula, los aviones circulares, un gran plato volante de cien metros de diámetro capaz de escapar de la atmósfera, los minitanques mina a control remoto... y la lista sigue.

Parecen fantasías, pero ha visto los planos, las fotografías, los testimonios, todo en fuentes de crédito. Es decir, los nazis estaban adelantados a su tiempo unos cuarenta años. Perdieron la guerra porque su economía se desbarató debido a la recarga de los costosísimos proyectos de investigación y porque no tuvieron capacidad industrial para fabricar en serie sus nuevas armas. Si las investigaciones hubieran empezado un año antes y las fábricas subterráneas del Harz se hubieran excavado con la misma anticipación, es posible que la historia fuese otra. Incluso hay indicios inquietantes de que los alemanes realizaron una prueba atómica en la isla de Rügen el 12 de octubre de 1944. Por cierto, los disparadores electrónicos de la bomba atómica de Álamo Gordo son de factura inconfundiblemente alemana... Pero los documentos clasificados que resolverían las incongruencias con la historia oficial todavía no han sido dados al público.

Y esto me da que pensar: ¿cómo es posible que tantas mentes brillantes confluyeran en Alemania durante la dictadura nazi y la guerra? No pregunto por qué muchos científicos sirvieron a una causa monstruosa, sino por qué se produjo tal floración científica y técnica en el Tercer Reich. Casi hablaría, en los términos de mis mensajes anteriores, de un "Renacimiento"...

El rompecabezas es muy complicado.

Saludos.

De: tristanisimo
Fecha: 21/12/2006 4:59:28
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años

Caro Beltenebros:

Te será interesante esta pàgina.-
http://www.thule-italia.net/Vril/scaricati/tule%20vril/club.telepolis.
com/dpascualm/Misterios.htm

Un abrazo

tristanisimo


PD:Tienes que poner la dirección entera, sin espacios.-

De: Antón
Fecha: 21/12/2006 8:16:41
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Mi estimado Beltenebros.
Todo eso está muy bien, y suena bien, el Renacimiento tecnológico. Y su maquinaria real, ya disponible, era fantástica.

Pero perdió la guerra.
Porque para conquistar un territorio necesitas a los hombres y mujeres, físicamente, una vez arrasado todo tienes que llevarlos allí. Y necesitas pensar, estrategia.

¿cómo es posible que la supermáquina alemana tuviera varios frentes abiertos simultáneamente?
¿cómo no tuvieron en cuenta que a la estepa rusa no se la vence nunca, con nada?
¿cómo es posible que subestimaran el poder de los aliados?
¿cómo es posible tanta cobardía de la oficialidad alemana para iluminar a Hitler con mejores ideas, que las había?

Bueno, hablo de memoria, puedo meter la pata, claro, pero admiro al pueblo alemán, no es una crítica, y Wagner era alemán, con lo que mi admiración es doble.

Un saludo.

De: Beltenebros
Fecha: 21/12/2006 17:20:44
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Tristaníssimo:

Visité la página que me indicó, pero sólo permanece abierta unos segundos y después desaparece, antes de cargar las imágenes.

Estimado Antón:

En 1951 el afamado científico y escritor de ciencia-ficción Arthur C. Clarke (autor de "2001, una odisea espacial" y de "El fin de la infancia"), publicó un relato breve titulado "Superioridad", en el que un militar interestelar del más alto rango, sometido a juicio por sus propios congéneres por haber perdido la guerra que la humanidad libraba contra otra especie, se defiende diciendo que la derrota no se debió a falta de valor ni sacrificio, sino a la excesiva confianza puesta en las armas revolucionarias que los sabios prometían y fabricaban. Al principio la situación era ventajosa para la Tierra: dominaba muchos sistemas solares conquistados al enemigo, y aunque ambas flotas llevaban más o menos las mismas armas, las naves de la Tierra estaban algo mejor construidas, eran muchísimas y sus tripulaciones conocían al dedillo los procedimientos.

Pero llegó el tiempo en que los sabios decidieron que había que asestar un golpe definitivo que acortase una guerra que parecía alargarse demasiado, y probaron a equipar algunas naves con armas novedosas de una potencia fenomenal. Los problemas comenzaron allí mismo: el coste de dichas armas era exagerado y a veces revelaban efectos secundarios y defectos no detectados en las pruebas. Otras veces, aunque el poder individual de las armas era monstruoso y se podía vencer a enormes contingentes de enemigos, éstos volvían a la carga con sus anticuadas naves, tan numerosas que terminaban destruyendo a las escasas naves terrestres, tecnológicamente superiores.

Empezó así una espiral viciosa: la Tierra reconsideraba sus estrategias, perdía la iniciativa, el enemigo se envalentonaba y retomaba los sistemas solares perdidos, la Tierra investigaba y desarrollaba armas cada vez más potentes que probaba en batalla y que luego de unas pocas victorias se revelaban insuficientes para contener a la masa de adversarios, y otra vez a reconsiderar las estrategias. Pero cada vez con menos espacio y recursos disponibles. Y la última arma de todas resultó un fiasco total. La Tierra, invadida por millones de naves anticuadas, se rindió.

Este texto, que parece ilustrar el adagio soviético de que la cantidad, cuando es abrumadora, también es calidad, fue durante un tiempo lectura obligada de los estudiantes de ingeniaría aeronáutica del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por sus siglas en inglés).

Yo también admiro al pueblo alemán, y creo que Alemania es y será grande sobre todo por su Arte, su Cultura Humanista y, naturalmente, sus científicos (no digo su ciencia porque ésta es universal, se entiende, y aunque el arte también puede serlo, nunca se desliga de sus rasgos de origen).

El proyecto de dominación hitleriano fue la negación total del individuo e incluso de la masa, sacrificada sin escrúpulos cuando de lograr un objetivo mínimo se trataba. Algunos hablan de un "influjo" demoniaco que Hitler ejercía sobre sus interlocutores, personal y públicamente. Se ha especulado mucho sobre sus posibles conexiones con tradiciones hipnóticas, maestros que enseñaban el uso de inciertas facultades parasensoriales y hasta su comercio directo con poderes satánicos. Todo esto será por mucho tiempo más un misterio.

Sin embargo, sí creo en la superioridad de algunos seres humanos. Se trata de la superioridad positiva, aquella que es cultivada por voluntad propia y con mucho esfuerzo a lo largo de años, y que redunda, primero, en el conocimiento y dominio de sí, a pesar de las humanas debilidades y enfermedades a las que nadie escapa, y después en un aporte superior, excelente, a la humanidad: un libro, una fórmula física, una sinfonía, un cuadro, un sistema moral o filosófico, siempre y cuando estas manifestaciones sean veraces y sirvan para producir estados de conciencia más elevados que a su vez producirán niveles de vida más altos y extendidos. Creo en esa superioridad, que no atañe a los pueblos sino a los individuos de cualquier raza, aunque algunos pueblos, en virtud de su conducta histórica, sean terreno más propicio que otros para que brote el individuo excepcional o "superior".

Por eso me intriga la eclosión de científicos y técnicos nazis en tan pocos años, todos ellos articulados casi por un mandato invisible que les imprimió un ritmo de trabajo y descubrimiento asombroso. De nuevo hecho mano de la ciencia-ficción, pero es que a veces no nos queda otra. En "Fundación e Imperio" Isaac Asimov describe a un mutante humano cuyo poder consistía en la capacidad de "ver" las emociones de los demás y manipularlas permanentemente a su antojo. Si alguien atacaba o sentía odio hacia el mutante, a éste le bastaba con modificar las emociones de agresor, trocándolas en pavor intenso o en ciega admiración. Aunque la parte racional de la mente siguiera intacta, las emociones impedían cualquier acción en perjuicio del mutante. Naturalmente, se convirtió en el amo de la galaxia. O casi... Este mutante, llamado El Mulo, era capaz de inducir, mediante amplificadores tecnológicos, estados de ánimo derrotistas o entusiastas a las poblaciones de flotas y planetas enteros, o acaso un ansia irresistible de estudiar a un científico...

De modo que si puede darse semejante despertar de las energías creadoras de un pueblo ya sea para el bien o para el mal, ¿cómo hemos de distinguir un fenómeno similar en cuanto empiece a surgir? Al parecer, la educación científica requiere de una educación moral -en el sentido judeocristiano, por lo menos en Occidente- que la guíe al principio, de manera que finalmente los nuevos bienes nacidos de la ciencia (y el arte) apuntalen la moral.

No lo sé, son apuntes al aire.

Saludos.

De: kleinzack
Fecha: 21/12/2006 18:55:16
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
amigo beltenebros: me hizo ud. recordar una de mis peliculas de cabecera, trato de verla cada cierto tiempo y es un profundo goze estético admirar su factura artística por un lado y por otro mediante este relato sobre dos artístas plantearse la responsabilidad ética, si es que la tiene, del artista frente a su oficio y la sociedad, relato sobrio y profundo sobre las implicancias valóricas, tan olvidadas hoy, del arte y sus ejecutores. La musica es sublime y la actuación, sobre todo del actor que encarna a saint colombe, soberbia. un gran artista ha de ser a la par de genio estético, genio ético. saludos. k.

De: tristanisimo
Fecha: 21/12/2006 19:41:29
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años

Caro Beltenebros:

Trata de entrar al sitio, copiando, el primer renglón con el mousse y luego, teclea a mano el segundo.OJO sin espacios.

Allí verás que la eclosión de científicos, no es produto solamente de la era nazi, aunque, recibieron un gran impulso y los fondos necesarios para desarrollar inventos.-

Hace muchos años, tuve ocasión, de conversar en un entreacto de Walkiria en Bs As, con Werner Von Braum, un hombre con mucha clase, guapo y sumamente elegante. Lo que me llamó muchisimo la atención, fué el tamaño de la parte superior de su cabeza.-


Un abrazo


Tristanisimo

De: Antón
Fecha: 21/12/2006 21:24:38
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Apruebo lo que dices, Beltenebros.

De todas formas no creo en poderes satánicos ni en espíritus y sí creo que Hitler tenía una fuerza personal tan especial como la habrán tenido y tendrán en el futuro otros hombres y mujeres. No hay secretos, hay voluntades de hierro y personas con capacidad de mando y de creación.

Nuestro querido Wagner era una de esas personas.
.........

La pretendida idea del Tercer Reich de la nueva era mítica y sus conexiones con el mundo "del más allá" es de sobra conocida por la mayoría del foro, estoy seguro. No voy exponerlo para no ser pesado pero dejo constancia del entendimiento de tu mensaje, Beltenebros.

Sé feliz.

De: colline
Fecha: 22/12/2006 11:49:42
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Tampoco creo que haya que hablar del poder ?hipnótico? de Hitler como si se tratara de algo paranormal. Göbbels conseguía prácticamente el mismo efecto pero con diferentes recursos. Si hablamos de cosas paranormales, del más allá, con quien debemos hablar es con Himler. Hitler poseía una aptitud virtuosa para la retórica, actuaba sobre la masa al igual que una sinfonía frente a un auditorio. Para quien lo mira desde una cierta distancia- mi caso- encuentra en el una búsqueda de efecto mediante la voz, en la que empleaba una soberbia dinámica y la puesta en escena que realmente lograba catárticamente sumir a toda su audiencia en un estado pseudohipnótico. Hitler fue un buen retórico, como lo fue en su día Lutero o Müntzer. El apoyo divino o sobrenatural no interviene en esas cosas, es cuestión de carisma.

Saludos y felices fiestas.

De: Antón
Fecha: 22/12/2006 13:27:24
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años
Estimado Colline.

Eso es exactamente la palabra, carisma.

Gracias por tu aclaración.

De: tristanisimo
Fecha: 22/12/2006 16:52:51
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años

Queridos amigos:

Loa mayoría de los hombres, que han marcado la histotía política de la humanidad, son aquellos, que han aprovechado la ocasión, de estar presentes en el momento y la oportunidad adecuados.-

Es éste, uno de los mejores ejemplos. Una nación humillada y sojusgada, por un pacto impresentable, esperando la llegada de su redentor.-

Muchos de buena fé, le creyeron, pensando que les devolvería la dignidad perdida.-Lamentablemente, no supieron reconocer que habían engendrado al Anticristo.-

Las fiestas no merecen que nos ocupemos de él.-



Un abrazo

Tristanísimo



De: tristanisimo
Fecha: 22/12/2006 18:09:27
Asunto: RE: La guerra de los 2,500 años


Cuando digo "pacto", me estoy refiriendo al Tratado de Versailles.-


Tristanisimo