En esta mañana de domingo estoy siendo ametrallada desde dos fuegos. Por na parte el artículo en "El Mundo" sobre "El Holandés" de Bieito en el que Daland pasa a ser Donald y la fotografía que lo acompaña que casi me hace vomitar; por otra estoy viendo, escuchando y grabando el "Ascanio in Alba" de Mozart de la serie Mozart 22 que empiezan a emitir en el canal Unitel. La escenografía, el vestuario, el escenario, todo (menos la versión musical) es patético. Yo no creo que deba haber un respeto sagrado en las escenografías a la época del autor, pero sí a su espíritu y al de la obra. Voy a poner tres ejemplos de lo que creo que respeta el espíritu sin una fidelidad extrema: el anillo de Chérau (a pesar del vestuario de la Brunilda guerrera, con ese casco ridículamente pequeño), "Ran" de Kurosawa o "Nazarín" de Buñuel (que son Shakespeare o Galdós en estado puro). Lo mismo ocurre con el teatro clásico. ¿No será que es mucho más costoso y dificultoso hacer una labor investigadora-filológica-histórico teatral real para proporcionarnos el disfrute de ver una obra tal y como se representaba en su época? ¿No será que estamos rodeados de escenógrafos apaletados que encima se creen dioses?. ¡Ay! ¡Cómo me gustaría ver a mi adorado Mozart representado a la dieciochesca, con pelucones, polvos de arroz y mares que son un telón pintado que se mueve con poleas! ¿Nadie se ha fijado que lo más bonito de "Amadeus" son las escenografías? ¡Reivindiquemos las alitas en el casco de las walkirias! ¡Abajo Bieto! ¡Viva Wagner!
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