Este
mes empezamos el análisis de una nueva obra. La elección más adecuada
me ha parecido Tannhäuser, ya que la trajeron al Teatro Real
en junio y se ha estrenado una nueva producción de dicha obra en
Bayreuth. Además, ha sido una de las obras más populares de Wagner
(en ocasiones, la prensa de su época se refirió a él como “el revolucionario
compositor de Tannhäuser”). Y dentro de esta obra, nada más
famoso que su obertura.
Me
he decidido por la versión llamada “de Dresde”, no sólo porque ha
sido la versión escogida tanto en el Teatro Real como en el Festspielhaus,
sino porque musicalmente es más homogénea y resume mejor la trama
de la obra (al acabar con la redención de Tannhäuser).
Antes
de empezar, quisiera advertir que, al ser Tannhäuser una
ópera romántica y no un drama musical, no tiene unos leitmotivs
que funcionen de la misma forma en que lo harán a partir de El
oro del Rin; por ello también resulta más difícil su etiquetado.
No obstante, a la hora de nombrar los temas o motivos, me basaré
en las indicaciones del Libro de los motivos (ver bibliografía).
La
obertura empieza con el tema de la salvación celestial.
La
orquestación es oscura (2 trompas de válvulas, 2 clarinetes y 2
fagots), para figurar el canto lejano de los peregrinos. (Como anécdota,
quisiera comentar que Wagner especificó que quería dos trompas de
válvulas y dos trompas naturales; hasta este punto cuidaba Wagner
el color en su orquestación). Este frase se repite una vez más,
variada, un
tono más aguda.
La
segunda parte de este tema de la salvación celestial es una melodía
sencilla, basada en dos notas.
Podría
sonar monótona, pero con el complemento de la armonía, resulta magistral.
Y por
fin se llega al tercer y último segmento de este tema, que está
basado en elementos rítmicos del primero (negra en anacrusa seguida
de blanca, tresillo de corcheas seguido de tres negras).
Tras
dos compases de cadencia y transición, aparecen los violonchelos,
con el tema de la penitencia, cantado por los peregrinos cuando
hacen su aparición.
El
acompañamiento también es característico.
Esta
primera vez suena en Mi menor; luego se repite una segunda vez en
Sol menor; y una tercera vez en Si bemol menor. Después sigue con
una melodía
cadencial que desciende y asciende.
Ahora
se repite este tema de la penitencia, pero con una orquestación
más clara. La melodía la llevan los violines (a dos octavas) y las
violas, mientras que la armonía está a cargo de los oboes, clarinetes
y chelos, y el bajo lo hacen los contrabajos y los fagots.
Entonces
aparece una melodía en los oboes, sobre un ritmo en tresillos de
la cuerda, que lleva directamente a una nueva exposición del tema
de la salvación (conocida popularmente como “coro de los peregrinos”),
pero esta vez ya con toda la orquesta. La melodía queda a cargo
de los trombones; violas, maderas y trompas hacen la armonía y marcan
el ritmo, mientras que contrabajos, chelos y tuba hacen el bajo.
Los violines primeros y segundos van marcando un figura ágil que
parece representar el sufrimiento que conlleva la penitencia del
pecador. A falta de otro nombre (el Libro de los motivos
no lo incluye), me referiré a esta figura con la etiqueta “tema
del sufrimiento”.
Con
tal significado aparecerá dicha figura en el preludio del tercer
acto, que describe la peregrinación
de Tannhäuser a Roma.
Dicha
figura no es más que una ligera extensión, a mucha más velocidad,
del tema
de la penitencia, que ya hemos escuchado con anterioridad
(basada en un salto de octava ascendente y luego varios pasos descendentes
por grados conjuntos).
A modo
de curiosidad, vale la pena mencionar que este salto de octava ascendente
con descenso por grados conjuntos se repite en otra obra de Wagner
muy posterior: Parsifal. Concretamente, en el “Encantamiento
del Viernes Santo”, cuando Gurnemanz pronuncia las palabras: “doch
wohl, wie Gott mit himmlischer Geduld sich sein erbarmt’ und für
ihn litt”.
Pero
volvamos a la obertura. Tras los dieciséis compases que dura el
coro de los peregrinos, se vuelve al tema de la penitencia (interpretado
por violines segundos y violas), acompañado por el
tema del sufrimiento en
los violines primeros, mientras la armonía queda
a cargo de las maderas
y trompas. En la segunda repetición, para dar más
impresión de alejamiento (los peregrinos que se marchan), la orquestación
se hace más oscura: la melodía pasa a los chelos, una octava más
grave; de las maderas han desaparecido los instrumentos más brillantes,
quedando sólo los fagots y los clarinetes; y el tema del sufrimiento
pasa de los violines segundos a las violas.
Por
fin, se repite entonces, con suma delicadeza, el tema de la salvación
celestial en piano, casi de idéntica forma a como se interpretó
en los primeros compases de la obertura y exactamente con la misma
orquestación. Cada cuatro compases aparece la indicación più
p, para aumentar la sensación de lejanía. Tras ocho compases,
las trompas dejan de sonar, quedando así sólo los clarinetes y los
fagots; el menor volumen de estos respecto del de las trompas, contribuye
aún más a esa sensación de alejamiento.
Es
en este momento cuando empieza la música del Venusberg, pero
esto será el tema de nuestro próximo artículo, el mes que viene.
Bibliografía
- Richard
Wagner, Tannhäuser, Dover, Nueva York, 1984.
-
Richard Wagner, Parsifal, Dover, Nueva York, 1986.
-
Das Buch der Motive (El libro de los motivos), volumen 1,
Schott, Mainz, 1920.
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