Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
IN FERNEM LAND... 

EL CORTEJO DEL GRIAL

PARSIFAL

Quien no ha abandonado los caminos del mal,
quien no tiene paz ni concentración,
quien no posee espíritu sosegado
ni siquiera por el conocimiento lo puede alcanzar.

Katha Upanisad, II, 24.

 

 

 

E. Burne Jones. Grial (detalle)

            En el Teatro de la Colina Verde, un anciano pero imponente Titurel da orden de descubrir el Grial. Amfortas se sobrepone a su desvanecimiento, reincorporándose lenta y trabajosamente. Los jóvenes escuderos alzan la tapa del cofre dorado que guarda el sagrado objeto. Se trata de un antiquísimo cáliz de cristal  cubierto por un velo, que retiran antes de colocarlo frente al rey doliente. Después de que en la sala se haya hecho la más completa oscuridad, desciende de lo alto un rayo de intensa luz que hace que el cáliz, resplandeciente, ilumine en tonos púrpuras toda la sala. Amfortas, con el rostro transfigurado, alza el Grial.

Perceval, el Desdichado

J. Delville. Perceval

            El texto de Chrétien de Troyes es, cronológicamente, el primero en presentar el famoso cortejo del Grial y, a la vez, el primero en utilizar la palabra graal −que se refiere a un utensilio de mesa (un plato grande y un poco hondo) bastante corriente en la época−, para designar al enigmático objeto de la demanda. Como ya vimos (El Rey Pescador), después de dejar Bel Repaire, Perceval es acogido por un rico y tullido castellano que le invita a pasar la noche en su alcázar. Mientras charlan amigablemente en una luminosa sala, y antes de que les sea servida la cena, entra un paje que entrega una espada al anfitrión diciéndole que es un regalo de su sobrina y previniéndole de que nada podrá romperla salvo un trance peligroso que sólo conoce el herrero que la forjó. El monarca le regala la espada a Perceval diciéndole que es precisamente a él a quien ha sido destinada. Poco después, sale de una habitación contigua otro paje que porta una lanza blanca. Desde su punta de hierro se desliza una gota de sangre que llega hasta la mano del joven. Le siguen otros dos criados que sostienen sendos candelabros de oro y, a éstos, una bella muchacha que, elegantemente vestida, sujeta con ambas manos un grial de oro puro, adornado con las piedras más preciosas, de donde surge una luz tan rutilante que hasta los candelabros perdieron su brillo, como sucede a las estrellas cuando la luna aparece en el cielo. Después, llegó otra doncella que llevaba una fuente de plata labrada. Este extraño cortejo pasa dos veces por delante del monarca y su huésped, sin que éste sea capaz de preguntar qué significa tal procesión ni a quién sirve el grial, ya que es entonces cuando recuerda los consejos de su preceptor, Gornemant, que le instaban a no mostrar su impertinencia formulando preguntas vanas, y piensa en dejarlas para la mañana siguiente.

Rheam. Belle Dame sans merci (detalle)

Su anfitrión seguirá mostrándose hospitalario pero pronto se retirará, ayudado por sus pajes, lo mismo que Perceval quien, con el nuevo día, observa asombrado que se encuentra solo en un castillo vacío. Al salir de la fortaleza, su caballo da un brusco salto en el aire para llegar al otro lado del puente levadizo que se cierra como por arte de magia. El héroe quiere preguntar a quien de un modo tan brusco ha alzado el puente, pero nadie parece escucharle. Se adentra, entonces,  en un bosque, en donde encuentra a una doncella que llora, desesperada, sobre el cadáver de su amado, al que acaba de matar otro caballero. Cuando el joven le relata en donde ha pasado la noche, ésta le explica que se trata del castillo del tullido Rey Pescador y le pregunta si vio la lanza que sangra y la procesión de Grial. Al conocer que guardó silencio ante tales objetos, le pregunta su nombre y él, instintivamente, le contesta: Perceval el Galés. Recordemos que, hasta este momento, en el texto de Chrétien, no se conocía el nombre del héroe, a diferencia del de Wolfram, en donde se encuentra con su prima Sigune y ésta le dice cómo se llama muy poco después de salir de la Yerma Floresta y, por lo tanto, mucho antes de llegar al castillo del Grial (El Río de la Vida). Sin embargo, la que también resulta ser su prima hermana en el poema francés, le dice que es Perceval, sí, pero: el Desdichado, por no haber hecho la pregunta, que hubiera sanado al Rey Pescador y devuelto la fertilidad a sus dominios; y todo ello en castigo por el daño que le hizo a su madre, ya que la Dama Viuda murió de dolor por su culpa. Antes de separarse, ella para enterrar a su amigo y él para buscar al caballero que lo mató, la prima de Perceval le previene de la traición de su espada, cuando más la necesite.

El clan de la Diosa

La diosa Dana

En este episodio, fundamental del relato de Chrétien y en sus distintas continuaciones, hemos visto aparecer cuatro objetos de una gran importancia simbólica, que vuelven a dar cuenta de los orígenes celtas de mito (si bien fueron cuidadosamente cristianizados a través de la literatura medieval y especialmente la relativa al ámbito francés de influencia cisterciense), se trata de: la espada, la lanza, la bandeja y el grial, que podían tener sus antecedentes míticos en  los cuatro tesoros que los hijos de la diosa Dana legaron a los hombres y que también serán largamente recreados por la epopeya artúrica.

Un primero de mayo, el día sagrado de la Beltaine celta, los Tuatha Dé Danann (clan, gentes o hijos de Dana, la Gran Diosa), aparecieron, sobre la verde tierra de Irlanda, en una nube mágica que los hacía invisibles. Cuando ésta se disipó, los Fir Bolg, en aquel entonces señores de la isla, se empezaron a preocupar por la presencia de los intrusos que terminaron derrotándoles en la primera batalla de Mag Tured. Los integrantes de la raza divina de Dana, que se convirtieron en los grandes señores del panteón irlandés, procedían de cuatro ciudades o islas de un legendario Septentrión en las que habían aprendido de los druidas poesía, ciencia y magia (tan cercanas para la mentalidad antigua), y de las que trajeron cuatro poderosos talismanes: de Findias, la espada de Nuada; de la que nadie podía escapar ileso; de Gorias, la lanza de Lugh, que aseguraba la victoria; de Falias, la Piedra de Fal, que gritaba cuando la tocaba el rey legítimo y, finalmente, de Murias, el caldero de Dagda del que nadie se alejaba insatisfecho.

H.D. Johnson. La espada de Nuada

Como acabamos de ver, nada más empezar la primera y fracasada noche del galés en el Castillo del Grial, el Rey Pescador le ofrece una espada: el emblema principal del héroe caballeresco que, tanto en la tradición celta como en el mito del Grial, cumple con una simbología ambigua, ya que se nos presenta dotada de un doble filo: por un lado, posee cualidades únicas y sobrenaturales que favorecen a aquél a quien ha sido destinada y, por otro, a veces, hay que pagar por ella un tributo demasiado alto. Al igual que las mágicas espadas de la tradición celta y, por supuesto, la de Nuada (Caladbolg: prototipo de una larga lista en donde destaca Excalibur, la espada de soberanía de Arturo), el arma que el Rey Tullido le ofrece a Perceval ha sido forjada por un misterioso herrero, que conoce el destino del aquél que ha sido elegido para enarbolarla. Se trata, sin duda, de un arma única y espléndida pero en la que el héroe no podrá depositar toda su fe, ya que se romperá en una lucha crucial y sólo podrá ser rehecha por el mismo y misterioso herrero que la creó. Esto nos hace deducir, en primer lugar, que el auténtico héroe no debe de confiar únicamente en la fuerza de las armas, por muy excepcionales que éstas sean, durante el transcurrir de su búsqueda; y, en segundo lugar, que estamos frente a una prueba iniciática, lo que parece confirmar más claramente aún el Mabinogi  de Peredur. En el texto galés, el segundo tío del héroe (personaje que se corresponderá con el del Rey Pescador en los poemas continentales) le insta a coger una espada y cortar con ella un pilar de hierro, lo que logra en dos ocasiones. También obedeciendo, por dos veces, al mandato de su anfitrión, une las piezas rotas tanto de la columna como del arma. Por tercera vez, vuelve a cortar la columna, haciendo, una vez más, saltar en pedazos su espada, pero entonces ya no es capaz de volver ensamblar los objetos, por lo que su tío le indica que, si bien es el más hábil del reino en el dominio de las armas, sólo ha alcanzado dos tercios de lo que habrá de ser la plenitud de su valor. Inmediatamente después, como ya vimos (Ars Amandi), aparecen ante ellos, sin interrumpir la conversación que mantienen pero provocando en las gentes de la corte sonoras muestras de dolor, dos jóvenes que llevan una lanza enorme de la que manan tres regueros de sangre y, detrás, dos muchachas que sostienen un plato en el que reposa una cabeza masculina ensangrentada. Así, en la narración galesa, probablemente la más primitiva por su temática, el cortejo griálico se reduce considerablemente con relación a los textos francés y alemán y, aunque la atmósfera de misterio que lo envuelve sea similar, aquí parece estar claro que la lanza es un arma homicida y que el héroe tendrá que cumplir una venganza de sangre, como de hecho ocurrirá. También hay que destacar, ahora y una vez más, la variedad de formas del misterioso objeto: cabeza ensangrentada sobre un plato en Peredur, escudilla en Perceval, piedra en Parzival; y habría que añadir: cáliz que recogió la sangre de Cristo en las continuaciones cristianizadas del mito, así como en el Parsifal de Wagner.

La lanza que sangra y la Piedra del Destino

A. Spiess. El cortejo del Grial

            Pero es el poema de Wolfram el que presenta una descripción mucho más larga y detallada del Cortejo del Grial. Nada más llegar a la residencia del Rey Pescador y en nombre de la señora del castillo, Repanse de Schoye (La que dispensa alegría), los cortesanos le cubren con una suntuosa capa de seda de Arabia que pertenece a la dama. Ya en la gran sala donde se disponen a cenar, el rey le ofrece al joven caballero su propia espada a la vez que todos asisten a un largo cortejo del Grial: en primer lugar, y mientras un coro de llantos y lamentos llena la sala (lo que no ocurre en el texto francés pero sí en el galés), un paje se pasea por sus cuatro rincones sosteniendo una lanza de la que mana un reguero de sangre que empapa la manga del muchacho. Cuando su marcha ha tranquilizado a los cortesanos, aparecen dos doncellas rubias sosteniendo sendos candelabros, les siguen una duquesa y su compañera cargadas con un par de taburetes de marfil. Detrás de ellas, ocho doncellas más: cuatro con hachones y otras cuatro llevando una piedra preciosa ancha pero muy liviana, que depositan sobre los caballetes, ya que está destinada a que coma sobre ella el rico señor del castillo. Más tarde, llegan dos princesas sosteniendo afilados cuchillos de plata, precedidas de cuatro nobles damas que portaban antorchas. Mientras se sirve la mesa del Rico Rey Pescador con estos objetos, aparecen otras seis jóvenes con lámparas y bellos recipientes de cristal llenos de bálsamo y, tras ellas, la reina. De su rostro emanaba luz y sobre un cojín del color de la esmeralda portaba la perfección del Paraíso, a la vez su raíz y su brote. Era una cosa que se llama “el Grial”, la mayor gloria del mundo.

            Lo primero que nos llama la atención en este abigarrado cortejo es el papel protagonista que juegan las mujeres; lo que le aleja (al igual que en las otras dos narraciones), categóricamente de todo lo que pudiera estar relacionado con una ceremonia religiosa cristiana, como tantas veces se ha querido presentar y en las que los oficiantes siempre son varones (salvo, naturalmente, en el caso del matrimonio en el que lo son ambos cónyuges). También podemos ver que la lanza sangrante aparece en todos los textos de manera casi idéntica y, aunque algunas de las continuaciones del mito la cristianicen convirtiéndola en la lanza de Longinos (que traspasa el costado de Cristo en la cruz, según creencias populares), mucho más nos recuerda a las lanzas de los celtas que tienen su modelo en la del dios Lugh y que los Tuatha Dé Danann trajeron de la septentrional Gorias. Según las antiguas tradiciones irlandesas, jamás falla el golpe y quien la enarbola no puede ser vencido; pero lo que cabe destacar, porque refuerza su parentesco con la del cortejo del Grial, es que, para templar su furia, la punta debe ser sumergida en un caldero lleno de veneno y sangre. Así mismo, al igual que la espada mágica, puede resultar muy peligrosa para su portador, como en el caso de un personaje de la epopeya del Ulster: Celtchar (impotente, al igual el Rey Pescador, a causa de una herida por lanza) que muere cuando una gota de sangre se desliza por el palo del arma hasta su mano, envenenándole. Sea como fuere, en el mito del Grial y en la tradición de los celtas, una lanza es la causante del golpe doloroso que incapacita a quien hiere y lo condena, junto con todas sus posesiones, al sufrimiento y a la esterilidad, hasta que un héroe de méritos extraordinarios sane al doliente con la misma arma con la que fue herido (viejo motivo de la mitología indoeuropea que encontramos también en la leyenda griega de Télefo, como vimos en El Rey Pescador).

A. Rackham. La doncella del Grial

            Si bien, la espada y la lanza se integran con ligeras variantes formales en los tres textos, la fuente de plata sólo se encuentra en el poema francés. En el Mabinogi de Peredur (a no ser que se trate de la bandeja en la que reposa la cabeza ensangrentada) no aparece, mientras que, en el texto de Wolfram, hay quienes defienden que toma la apariencia de las dos tablas de marfil sobre las que se coloca una piedra preciosa que sirve de mesa en la suntuosa cena que le ofrece el Rico Rey Pescador a Parzival. Se pueden encontrar interpretaciones que ponen en relación la bandeja de plata del cortejo de Chrétien con la Lia Fail, la Piedra del Destino de la mitología celta y esta última con la piedra que, para servir finalmente de mesa, se nos presenta en la procesión griálica del poema de Wolfram (lo que parecería más lógico, ya que, en ambos casos se trata de una piedra). Pero la característica que describe y hace única a la Piedra de Fail, que se levantaba sobre el túmulo de la regia Tara, centro simbólico de Irlanda en donde se entronizaban sus reyes supremos, era que gritaba cuando un futuro soberano se sentaba sobre ella; lo que no tiene nada que ver con la bandeja de plata del poema francés o la piedra que va a servir de mesa en el alemán y sí, en cambio con el “asiento peligroso” de la Tabla Redonda de la leyenda artúrica, únicamente reservado a aquél que sea capaz de llevar a buen término la Demanda: al “Buen caballero” que no será otro que el puro Galaad, en el momento en el que los orígenes celtas del mito se diluyen cada vez más y Perceval resulta cada vez más sospechoso de paganismo. Lo curioso es que cuando nuestro héroe, en textos más tardíos, se sienta en el sitio peligroso éste también grita, así que aunque, inmediatamente después, se rompa en dos, no puede negar su verdadero origen.

            Pero aún queda el Grial...

            En el Teatro de la Colina Verde, mientras Amfortas bendice el pan y el vino, se oye la voz de Titurel: ¡Oh, delicias sagradas! ¡Cuán luminoso nos saluda hoy el Señor!

 

Bibliografía

Campbell, J.; Las máscaras de Dios. Mitología creativa. Madrid, Alianza Editorial, 1992
Eschenbach, W. von; Parzival. Madrid, Siruela, 1999.
Lambert, P.-Y. (traducción del galés medio, presentación y notas de); Les Quatre Branches du Mabinogi. París, Gallimard, 1993.
Markale, J.; La femme celte. Mythe et sociologie. París, Payot, 1992.
Squire, Ch.; Mitología de las Islas Británicas. Barcelona, Abraxas, 1999.
Troyes, Chr. de; Romans. París, Librairie Génerale Française, 1994.