Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
IN FERNEM LAND... 

EL DESPERTAR DE LA WALKYRIA
 

Voz del pájaro del bosque:
Alegre en la pena,
canto el amor;
con las delicias del dolor
tejo mi canción:
sólo los apasionados lo comprenden.

R. Wagner.
Sigfrido.


            Se abre el telón en el Teatro de Colina Verde. Empieza el tercer acto de Sigfrido. Es de noche. Braman los truenos. Continuos rayos iluminan, intermitentemente, el pie de una escarpada montaña. Hasta las rocas tiemblan. Entre los resplandores, apenas podemos adivinar una cueva. Desafiando la furia de la naturaleza, se acerca el Caminante, un hombre alto, cubierto por una capa oscura y un enorme sombrero; bajo una de sus alas, el brillo de su único ojo compite con el de los relámpagos. Llega hasta lo que parece la boca de una sima abisal y, apoyado en su lanza, llama a la Wala, a la mujer eterna que duerme su sueño lúcido...

El dios chamán
Odin E. Burne-Jones

            En este impresionante momento del la Segunda Jornada del Anillo del Nibelungo, Wagner vuelve a servirse, casi literalmente, de un antiguo canto, aunque, como de costumbre, sólo en lo que se refiere a la forma, puesto que le da un sentido muy distinto. Se trata de los Baldrs draumar (Sueños del Bálder) de la Edda Mayor. Ya hemos comentado (Loge: más allá del bien y del mal) cómo Odín  va en busca de una völva,  para saber cuál será el destino de su hijo Bálder, porque los sueños del joven dios contenían presagios de muerte. También hemos visto (El alma antigua del mundo) que el maestro de Leipzig dota al personaje de Erda con algunas características de las hechiceras muertas a las que se resucitaba, con la magia del Seid, para obligarlas a profetizar; y que, precisamente, Odín era maestro en esa terrible necromancia que Freyia le enseñó (y que también conocían los pueblos griegos como recuerdan Homero, Esquilo y Heródoto en la Odisea, Los persas y el libro V de la Historia, respectivamente). Esto hace que, en la mitología germanoescandinava, se pueda rastrear un antiquísimo origen chamánico del dios.

El chamanismo es un conjunto de prácticas religiosas que ha perdurado, casi hasta nuestros días, en algunas poblaciones del Norte de Europa, Asia y América. Se basa, esencialmente, en la creencia en un mundo, a donde van los muertos, y en que algunos seres humanos pueden ponerse en contacto con él por medio de la magia. El chamán es, por lo tanto, una especie de sacerdote o de brujo que sirve de vínculo entre la tierra y los infiernos, mediante trances y rituales. Pero cualquiera no puede ser chamán, sólo aquél que haya pasado por unas duras pruebas de iniciación en las que aprenderá su ciencia y se hará digno de ejercerla. Pocos ejemplos mejores que el del mismo Odín que, como ya apuntamos (Un osado y joven dios), ganó las runas, los símbolos del conocimiento y el poder de la magia, durante las nueve noches en las que permaneció colgado en una rama de Yggdrasil, el Gran Fresno del Mundo, en absoluto ayuno y traspasado por su propia lanza. Además, según las creencias de esta antiquísima religión, el chamán, durante sus éxtasis, podía, en espíritu, viajar hasta el país de los muertos o bien convirtiéndose en un animal o bien sobre uno de ellos, preferentemente un pájaro o un caballo de ocho patas (no hace falta recordar que Sleipnir, la montura de Odín, tiene esa extraña característica); pero también podía utilizar, para sus desplazamientos mágicos, una inmensa escala o el árbol que abraza y comunica todos los mundos; ahora, ya no nos puede extrañar que Yddrasil signifique literalmente "Caballo de Ygg", puesto que Ygg es uno de los múltiples nombres de Odín.

Por supuesto, todo chamán que se precie tiene la facultad de conocer el porvenir y una forma de conocerlo es resucitando a una völva e interrogándola, exactamente lo que hace Odín los Baldrs Draumar. El poema nos cuenta una historia, en principio, muy diferente de la que ocupa el tercer acto de Sigfrido, pero con curiosas coincidencias formales. Para conocer el porqué de los maléficos sueños de Bálder, Odín, cabalgando a Sleipnir, baja al mundo del Nifhel (el Hel de las Tinieblas: el más profundo de los infiernos escandinavos) y, por medio de encantamientos, despierta a una bruja de su sueño mortal, de la misma manera que Wotan conjura la presencia de la durmiente Erda en la Tetralogía. Y si, en ella, se nos dice que la diosa aparece cubierta de escarcha y envuelta en un extraño brillo, en el viejo canto éddico la völva surge, después de un penoso viaje por los infiernos, calada de lluvia y cubierta de nieve y rocío. Además, ambas mujeres muestran desagrado ante la llamada apremiante del dios.

Wotan y Sleipnir. A. Rackham

Sin embargo, mientras que Odín obliga a la bruja del poema escandinavo a desvelar el destino de Bálder, el nombre de su asesino y el de su vengador, Wotan, por su parte, intenta arrancarle a la protosapiente el modo de detener la rueda que rueda: el modo de interrumpir el flujo continuo de lo que acontece, el ciclo interminable de la vida. Desde aquí, la influencia del pensamiento oriental en Wagner, por la vía de Schopenhauer, empieza a hacerse evidente. El dios, ahora sólo Caminante, ya ha reconocido las vanidades del Walhall, ya está transitando la vía que lleva del egoísmo a la renuncia; pero, como no puede dejar el mundo en manos de la envidia de Alberich, precisamente por amor al mundo, acude angustiado a la que cree la mayor fuente de sabiduría para obtener el modo de detener el tiempo, la existencia, el universo que gira confuso y enmarañado. Sin embargo, Erda no tiene la solución y evade la respuesta reprochándole: ¡Tú no eres lo que te llamas! ¿que no es lo que se llama?, ¿que no es un dios?, ¿que no es más que apariencia en un mundo de apariencias?, ¿que, según la vieja máxima sánscrita, tat tvam asi ( tú eres eso), lo que considera su divina individualidad no es más que un espejismo, ya que un único y mismo ser habita en todo lo creado? Sea como fuere, es en ese momento cuando desaparece su inquietud. Como en una iluminación, Wotan devuelve el reproche a la diosa: ¡Tú no eres lo que te imaginas! También ella es víctima de una ilusión o, quizá, es la ilusión misma: Maya, la Madre de la que todo nace y en la que todo se disuelve; porque, si fuera realmente la sabiduría primordial, sabría de la voluntad de Wotan, ésa que, ahora se impone sobre un pretendido conocimiento que sólo ha engendrado angustia y pánico. Vencidos ambos, vuelven la libertad y la alegría al dios que ya sólo espera el fin del Walhall y la redención del mundo gracias a la walkyria que se unirá, en amor, al héroe libre.

Odín sobre Sleipnir. Pendiente de plata

En la Edda también encontramos mutuos y prácticamente idénticos reproches entre los dos personajes; pero sólo en cuanto a la forma: Odín, que no se ha presentado como un dios, sino como un hombre, es descubierto por la hechicera: ¡No eres tú Végtam, aquel que creí: Odín eres tú, el viejo gauta!; que, a su vez contesta: ¡No eres tú bruja ni sabia adivina: madre de monstruos, de tres, eres tú!, con lo que podemos deducir que se trata, en realidad, de Angrboda, la giganta que le dará a Loki una terrible descendencia: Hel, la diosa de los infiernos, la serpiente del Mídgard y el lobo Fenrir que formarán parte de las fuerzas del mal durante el Ragnaröck.

Cuando Erda baja definitivamente al abismo de su sueño, la tormenta ha cesado y aparece la luna. Siegfried se acerca y el pájaro del bosque, asustado, huye ante la presencia de los cuervos del dios que se encuentra, por primera y última vez, con ese héroe libre que no ha de temer la punta de su lanza. Por lo que le acaba de decir a Erda (Hicieran ellos lo que fuere, al eternamente joven dará paso, en la dicha, el dios), no nos cabe duda que Wotan espera y propicia el desenlace de la entrevista.

De nuevo, podemos rastrear en las Eddas murallas de fuego que esconden doncellas y sabios gigantes que las guardan.

La muralla de fuego
El fuego mágico. A. Rackham

                En los Grógaldr (Conjuros de Groa) de la Edda Mayor, encontramos otro episodio de necromancia: allí se nos cuenta cómo Svípdag llama a su madre muerta con el fin de que le enseñe las fórmulas mágicas que deberá emplear para salir con vida de una peligrosa aventura. Pero lo que más nos interesa, ahora, es que esa aventura consiste precisamente en viajar hasta un alto lugar, rodeado por un cerco de fuego, en el que está la mansión de su prometida Menglod (La Adornada con el Collar; por lo que se puede tratar de la diosa Freyia que se reconoce, en la iconografía, porque lleva el collar de los Brinsingar, una joya forjada por cuatro enanos a los que tuvo que seducir para quedarse con ella). Pero no se detiene ahí la semejanza entre el poema éddico y la Tetralogía: antes de traspasar la muralla de fuego, Svípdag deberá enfrentarse con un gigante sabio, famoso y portador de lanza. Por esta descripción, sólo puede tratarse de Odín, que, como vemos en el canto siguiente, los Fjölsvinnsmál (Dichos de Fiósvinn), se presenta bajo el nombre de Fiósvinn (El de Muchos Saberes), según los Grímnismál (Dichos de Grímnir), uno de los apelativos del dios. Los dos personajes emprenderán uno de esos torneos de saber que son tan comunes en la mitología del Gran Norte (El poder y la gloria) y que, normalmente, protagonizan un gigante y el dios supremo del panteón escandinavo. En la Edda, Svípdag superará la prueba y conseguirá llegar hasta su prometida; en el tercer acto de Sigfrido, el héroe no mantendrá un pulso de sabiduría con Wotan (Wagner lo traslada a la segunda escena del primer acto, cuando el Caminante se sirve de esta vieja tradición para revelar a Mime el único modo de reforjar la espada) porque sólo tiene que demostrar su naturaleza de hombre libre y su valor. Y lo hace con creces.

Rota la lanza del dios, queda franco el camino hasta la walkyria.

La bella durmiente

Siegfried descubre a Brünnhilde.
A. Rackham

                Hay quien defiende que el tema de la alta roca rodeada de una muralla de llamas, que encontramos tanto en el canto al que nos acabamos de referir como en el ciclo heroico de Sígurd, tiene su origen en una de las obras más populares de la Edad Media, las Etimologías de San Isidoro de Sevilla (principios del siglo VII), en la que el Paraíso se presenta rodeado de una infranqueable muralla de llamas; pero también se puede poner en relación este tema con la espectacular aurora boreal que, en las latitudes nórdicas, debió de infundir fascinación y respeto a los antiguos germanos. Sea cual sea su referente, natural, literario o una mezcla de ambos, el caso es que tanto en los cantos heroicos de las Eddas y en la Völsunga Saga como en El anillo del Nibelungo, esa muralla de fuego, guarda a una bella durmiente. El tema, de origen indoeuropeo, era ya habitual en el folklore nórdico antes de que lo divulgara Charles Perrault (curiosamente, es un pinchazo el que provoca la dormición de la princesa en el cuento, mientras que, en la Edda, es la espina del sueño); pero, cuando Wagner se sirve de él en la escena que culmina su Sigfrido, es, sin duda, un canto de la Edda Mayor el que le sirve de referente: los Sigrdrífumál (Dichos de Sigrdrifa, otro nombre por el que se conoce a la walkyria Brýnhild). El viejo poema relata (el comienzo del capítulo XXI de la Völsunga Saga repite exactamente la misma versión) cómo Sígurd, atraído por una gran luz en la montaña, como fuego que ardiera, atraviesa un muro de escudos y ve a una persona durmiendo y enteramente armada. Al quitarle el yelmo, se da cuenta de que es una mujer que, al rajar, de arriba a abajo, la cota que llevaba pegada al cuerpo como una segunda piel, se despierta y pregunta la identidad de quien la ha liberado del largo sueño impuesto por Odín. Desde este momento  empiezan  a  diferir las dos versiones, siendo más poética y más cercana a Wagner la de la Edda; y si no, compárense estos versos de alabanza de Sigrdrifa con los que pronuncia Brünnhilde cuando despierta:

¡Gloria a ti, día!         ¡Gloria a tus hijos!
           ¡Gloria a la noche y su hermana!
¡Con ojos benignos     dadnos victoria
           a los dos que sentados estamos!
¡Gloria a los ases!       ¡Gloria a las diosas!
           ¡Gloria a la fértil tierra!
¡Palabra y saber         dadnos por siempre,
           excelsos, y manos que sanen!
  ¡Salve a ti, Sol! A. Rackham

La walkyria escandinava hará sabio a Sígurd enseñándole la magia de las runas, y ambos se comprometerán con un juramento, al igual que Brünnhilde y Siegfried, después de vencidas algunas iniciales reticencias: ¡no es fácil desprenderse de una naturaleza divina!

Dentro de poco, ambos estarán en condiciones de comprender el significado de las proféticas palabras del pájarillo del bosque a las que Siegfried no dio la más mínima importancia: Alegre en la pena, canto el amor…

 

Bibliografía

Boyer, R.; L’Edda poétique. París, Fayard, 1972.
Edda Mayor; Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Éliade, M.; Le chamanisme et les techniques archaïques de l’extase. París, Payot, 1951.
Saga de los Volsungos. Madrid, Gredos, 1998.
Sturluson, S.; Edda Menor. Madrid, Alianza Editorial, 2000.
Zimmer, H.; Mitos y símbolos de la India. Madrid, Siruela, 1997.
Wagner, R.; Sigfrido. Madrid, Turner Música, 1986.