TRISTAN
UND ISOLDE
Un
sueño soñaba anoche, soñito del alma mía,
soñaba con mis amores, que en mis manos
los tenía,
vi entrar señora tan blanca, muy más
que la nieve fría.
— ¿Por dónde has entrado, amor? ¿Cómo has entrado,
mi vida?
Las puertas están cerradas, ventanas
y celosías.
— ¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir
un día!
Romance
del enamorado y la muerte.
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Se
abre el telón. En el Teatro de la Colina Verde da comienzo el Tercer
Acto del drama. Estamos en Bretaña, en Kareol, es el ruinoso castillo
de Tristan: un nido de águila sobre un imponente acantilado contra
el que estrellan, furiosas, las olas de un mar inmenso. Malezas
y zarzas invaden lo que, en un ya muy lejano tiempo, fue jardín.
Allí, sobre un rústico camastro y a la sombra de un viejo tilo,
descansa el héroe. A su cabecera, el fiel Kurwenal le vela angustiado.
Se escucha la triste melodía de un pastor. El mar permanece desierto.
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R.
de Egusquiza. Bocetos sobre Tristán |
Las
bodas de Tristán
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Burne-Jones. La boda de Tristán |
El texto de Gottfried acaba bruscamente con la duda de Tristán:
¿la de las Blancas Manos llegaría a darle la alegría y la vida
dichosa que la reina de Cornualles ya no podía ofrecerle? El
poema de Thomas y otros textos medievales responderán a esta pregunta.
En el relato francés, cuando los amantes son sorprendidos en el
jardín, por el rey Marcos, y se ven forzados a la separación, Isolda
le da a Tristán un anillo, como símbolo de su amor; pero éste poco
tarda en desesperarse pensando que la reina se entrega con alegría
a sus deberes conyugales, olvidándose de él. Así, por la belleza
de la muchacha, que es equiparable a la de la reina y, sobre todo,
por su nombre, Tristán se casa con Isolda la de las Blancas Manos:
No obro de esta manera porque la odie, sino para separarme de
ella y amarla como ella me ama y para saber cómo ama al rey.
Pero, en la noche de bodas, al quitarse la túnica, el anillo que
le entregara la reina en su último encuentro se le cae del dedo
y le enfrenta a un dilema de difícil solución: amando a la muchacha
traicionará a la reina, su amor y su promesa; rechazándola traicionará
su más reciente juramento, bendecido por el propio Dios, así que
pecará y hará caer sobre sí el deshonor. Pero en la batalla moral
que se libra en la mente y el cuerpo de Tristán, vence la Rubia
Isolda y éste persuade a la de las Blancas Manos para que conserve
su virginidad hablándole de una vieja herida que le traspasa el
costado y le causa, en ocasiones como aquélla, tan terrible dolor
que cualquier esfuerzo le puede dejar postrado varios días. Naturalmente,
le promete que la circunstancia es transitoria y le pide que conserve
el secreto de esta inesperada confesión.
Mientras, la reina Isolda se consume sin noticias de Tristán hasta
que un mal día, Cariado, un caballero que la pretende, se venga
de sus continuos rechazos al descubrirle cómo su amante la ha despreciado
casándose con la noble hija del duque de Bretaña. En este momento,
el texto tan fragmentado de Thomas interrumpe su narración, pero
podemos recuperar los acontecimientos que se suceden en la historia
a través de la Tristams Saga noruega que, salvo en algunos
mínimos detalles, es la traducción literal del poema francés.
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M.
Harshberger. El anillo de Isolda |
La
Sala de las imágenes
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S.
Dalí. El gigante Beliagog |
Tristán distrae su amargura dedicándose a guerra y a la caza
en la alegre compañía de los nobles de Bretaña y en especial de
su cuñado Khaerdín; pero el recuerdo de la reina le tortura, por
lo que decide penetrar en el bosque del gigante Moldagog (Beliagog
en algunas versiones) a quien desafía en singular combate, siguiendo
su tradición de matador de gigantes. Recordemos que Morold, en la
leyenda medieval, es también un gigante y que, como aquí comenta
el mismo Moldagog (y se recoge en el Tristán loco del anónimo
manuscrito de Oxford), el héroe ya había matado a su tío Urgán el
velludo (al que se llama troll en el texto noruego, en una
lógica adaptación de la leyenda al folklore escandinavo), que como
el irlandés pedía un tributo (La
herida envenenada), pero esta vez en ganado y no
en jóvenes, al Duque de Polonia, por lo que éste recompensará a
Tristán con un perro mágico (según la Saga, al duque se lo había
regalado una mujer alfo), que cambiaba de color, incluidos
el verde o el rojo sangre, dependiendo del ángulo desde el que se
le mirase. Tristán se había expuesto a morir frente al gigante precisamente
para hacerse con el insólito animal y enviárselo como regalo a Isolda.
Así mismo, Moldagog hará alusión a otra aventura de la que no tenemos
más noticia que ésta: Tristán mató a otro de sus parientes en España.
Pero el gigante bretón no llegará a morir a manos del héroe como
sus familiares sino que, sintiendo la vida en peligro (Tristán ya
le había segado una pierna con su espada), se avendrá a un pacto:
hacer todo lo que Tristán le pida. Para empezar, pondrá a su disposición
el bosque de donde tomará lo que quiera y, por supuesto, no comentará
con nadie esta aventura. Al día siguiente, el héroe vuelve al castillo
de Moldagog que le provee de toda clase de artesanos con los que
se adentra en lo más profundo de la floresta. Allí, en la roca viva,
estaba excavada una gruta que otro gigante había esculpido antes
de que le matara el rey Arturo en uno de sus viajes a la Bretaña
continental. En la gruta (sólo Thomas d’Angleterre hablará de un
castillo), Tristán pone manos a la obra a un sinnúmero de artesanos
que la acondicionarán, la adornarán y construirán en ella unas
singulares estatuas: la réplica perfecta de la reina Isolda; a sus
pies, y como gimiendo, el enano que delató sus amores ante el rey
(Los
murmullos de otros boques); muy cerca de ellos, el
mágico y multicolor perro que Tristán le regaló, fundido en oro
puro; un poco más allá, Branguena disponiéndose a servirle a la
reina una bebida (según la inscripción que se podía leer en la botella,
confeccionada en Irlanda para el rey Marcos). A la entrada
de la cueva, simulando proteger el conjunto, se encontraba la estatua
de un gigante y, frente a él, un magnífico león azotando con su
cola la efigie del senescal felón que, como el enano, había difamado
a los amantes. Tristán recorrerá los secretos caminos que llevan
a la Sala de las Imágenes para revivir allí el recuerdo de su amada
reina convertida en obra de arte, abrazarla y llorar y reír con
ella, como si de la misma Rubia Isolda se tratara.
Por más que nos pueda resultar algo extraña, esta Sala de las Imágenes
es un lugar común en algunas novelas francesas del siglo XII, en
las que, como muy bien indica Isabel de Riquer, se describen magníficos
castillos y palacios cuyas paredes están decoradas con pinturas
que narran la vida cotidiana de la corte y en donde se pueden encontrar
estatuas humanas a tamaño natural. En ocasiones, se trata de autómatas
con capacidad de movimiento que, por un lado, representaban el lujo
y el poder y, por otro, la magia, en una extraña simbiosis entre
la ingeniería y lo sobrenatural. También encontramos otra de estas
salas en la versión en prosa del Lanzarote: cuando el mejor
caballero de Arturo cae prisionero de Morgana, pinta, en las paredes
de su habitación, la historia de sus amores con la reina Ginebra.
Volviendo al texto de Thomas (pero sin perder de vista la Tristams
Saga, cada vez que la narración francesa aparece interrumpida),
nos encontramos, una vez más, con un detalle que vuelve a conectar
estrechamente el antiguo cuento irlandés de Diarmaid y Graine (Grato
pesar. Amarga dulzura) con la leyenda medieval de
Tristán e Isolda: cuando Diarmaid se ve obligado, por la fuerza
mágica de un geis (El
filtro de amor) a huir con Graine pero aún no ha
consumado su unión con ella, mientras cruzan una zona pantanosa,
la muchacha mete el pie en un charco y el agua le salpica los muslos,
entonces exclama: ¡Salpicadura luminosa, eres más valiente que
Diarmaid! En el texto de Thomas, mientras Isolda de las Blancas
Manos pasea con Khaerdín, su caballo se mete en un charco y también
el agua salpica los muslos de la joven que estalla en carcajadas.
Su hermano, perplejo, le pregunta el porqué de tal conducta y ella
le responde: Río porque me acuerdo de algo que me pasó un día,
y este pensamiento me hace reír. El agua que salpicó mis muslos
subió más arriba que las manos de ningún hombre; ni siquiera Tristán…
Cuando Khaerdín le reprocha a su cuñado semejante comportamiento,
éste confiesa su amor por una mujer tan sumamente excepcional en
todos los sentidos que hasta tiene por sirvienta a una joven más
merecedora de ser la esposa del más famoso de los reyes que Isolda
la de las Blancas Manos de ser la señora de un castillo. El Duque
de Bretaña no cree que pueda existir semejante mujer y pide pruebas
de sus palabras a Tristán, con lo que ambos se encaminan a la Sala
de las Imágenes. Khaerdín queda prendado de la belleza de Branguena
a quien inmediatamente desea conocer en persona. Tristán no habría
podido encontrar un pretexto mejor para visitar una vez más a la
reina.
La
locura de Tristán
Es
precisamente en este momento de la historia, cuando Tristán ya casado
con Isolda la de las Bancas Manos vuelve a la corte de Cornualles,
en el que podemos insertar dos poemas anónimos franceses del siglo
XII conocidos como Folie Tristan (Locura de Tristán)
que narran, en los manuscritos de Oxford y Berna, dos versiones
diferentes de un mismo episodio: de nuevo en la corte de Marcos,
Tristán se disfraza de loco para poder entrar en el castillo, en
el que le está prohibido pisar, y encontrarse con la reina Isolda.
También pertenece a este momento de la historia el episodio conocido
como Tristan rossignol (Tristán ruiseñor), integrado en el
poema anónimo francés del siglo XIII, Donnei des amants (Galanteo
de enamorados), que narra otra entrevista furtiva de los amantes
en la que Tristán no se disfraza él de loco pero sí disfraza su
voz imitando al ruiseñor y a todas las aves del bosque para llamar
a reina sin que el rey pueda reconocerlo. En esta obra, Isolda se
nos presenta como la amiga perfecta ya que, por el amor
de Tristán, se expone a las aventuras y al peligro; aunque,
a decir verdad, el más expuesto es el enano que la espía y que recibe
de ella tal bofetada que le salta cuatro dientes.
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S.
Dalí. Traje para Tristán el loco |
E.
Burne-Jones. La locura de Tristán |
Pero
volvamos a ese Tristán loco, no loco por amor, como tantos personajes
de las novelas medievales, sino loco para amar: un Tristán que,
más lúcido y enamorado que nunca, rapándose el cabello, tiñéndose
la cara, vistiendo harapos, colgándose del cuello una estaca y distorsionando
su bella voz, encontró la manera de decir toda la verdad de sus
amores, incluso al propio rey, sin que se le interrumpa, censure,
castigue, ni siquiera sospeche; un Tristán que rememora todas las
luces y alguna sombra de su pasado y sueña con un futuro radiante
y mágico: llevar a la reina Isolda a sus posesiones. Según el manuscrito
de Oxford, Si te entregara a la reina, le dice Marcos al
supuesto loco, y la llevaras a tus posesiones, dime, ¿qué harías?
–Rey –le contestó el loco- allá arriba, en el cielo está el palacio
en donde vivo; está hecho de cristal, es bello y amplio. El sol
lo inunda con sus rayos. Está en el aire, sostenido por las nubes;
el viento no lo mueve ni lo sacude. Junto a la sala hay una cámara
de cristal y de mármol. Cuando el sol se levanta por la mañana,
le inunda una gran claridad. Jean Markale destaca no sólo la
incontestable belleza poética de este fragmento sino también su
procedencia celta, ya que en esta tradición las cámaras de cristal
representan la fusión misteriosa de los seres bajo los rayos vivificadores
del sol; no olvidemos que Markale considera el personaje de Isolda
como una imagen del propio sol (femenino para estos pueblos: grian,
de donde proviene el nombre propio Graine, arquetipo de Isolda la
Rubia), de ahí la necesidad absoluta de Tristán de volver
periódicamente a buscar el cálido contacto que le permite seguir
viviendo.
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F.
de Goya. Pastor tocado la dulzaina |
Volviendo
a la versión de Thomas, Tristán emprende con su cuñado Khaerdín
un nuevo viaje a Cornualles sin saber que será el último.
En
el Teatro de la Colina Verde vuelve a escucharse la triste belleza
de la melodía del pastor. Tristán agoniza. El horizonte continúa
desierto.
Bibliografía
Markale,
J.; La femme celte. Mythe et sociologie. París, Payot,
1972.
Tristan
et Iseut. Les poèmes français. La saga norroise. Paris. L.G.F.,
Lettres gothiques, 1989.
Riquer
I. de (Edición cargo de); La leyenda de Tristán e Iseo.
Madrid, Siruela, 1996.
Wagner,
R.; Tristan und Isolde. Madrid, Fundación del Teatro Real,
2000.
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