PARSIFAL
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Señas
esclarecidas
que con llama parlera y elocuente
por el mudo silencio repartidas
a la sombra servís de voz ardiente;
pompa que da a la noche sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos.
Francisco de Quevedo. Himno a las estrellas.
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Empieza a amanecer en el claro del bosque, umbroso y a la vez amable,
que pertenece a los dominios del Grial. El noble Gurnemanz y dos
jóvenes escuderos duermen tendidos bajo un árbol. Desde la fortaleza
de Montsalvat, que domina la escena, en el Teatro de la Colina Verde,
parece llegar el sonido de la alborada. Los tres personajes despiertan
y rezan en silencio. Es hora de maitines.
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W.
Pogàny. Gurnemanz y su hermana |
Kyot
el provenzal
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Troubadour |
Podemos considerar el Parzival de Wolfram von Eschenbach
(la inspiración más directa de Wagner) como un auténtico best-seller
de su época, lo extraordinario de que se conserven más de 80 manuscritos
(16 completos) de la obra nos da buena cuenta de ello; y no es de
extrañar, porque el Minnesänger demuestra una gran maestría
narrativa que consigue mantener despiertos la curiosidad y el interés
del lector a través de los 24.810 versos de su extenso poema. La
crítica erudita resulta unánime al defender que su fuente principal
es el Perceval de Chrétien; pero, nuestro cantor no sólo
se va a distanciar considerablemente del clérigo de Troyes, desde
las primeras páginas de su obra (que se convertirá en una creación
absolutamente autónoma y no en una adaptación libre), sino que,
a lo largo de la misma y especialmente en la última página (El
Maestro Chrétien de Troyes no ha contado con toda la verdad esta
historia), le reprochará el no haber hecho plena justicia al
relato original. ¿Cuál era ese relato? No lo sabemos a ciencia cierta,
aunque ya hemos visto (La
Materia de Bretaña) que, en el prólogo de su última
e inacabada novela, el escritor de Champagne dice haberse servido
de un misterioso “libro” que le entregó el noble a quien dedica
la obra: Felipe de Flandes. Pero si el francés no nos dice nada
sobre cuál, y de quién, pudiera ser ese “libro” (aunque es muy probable
que se tratara de un material celta), no ocurrirá lo mismo con el
francón, que citará varias veces a un tal Kiot el provenzal como
el sabio maestro que le proporcionó el manuscrito en el que se relataba
lo que, para Wolfram, es bajo su auténtica forma,
la historia del Grial (que, por cierto, a diferencia de Chrétien,
él escribe con mayúscula): Kyot, que es un provenzal, encontró
escrita en árabe esta historia de Parzival. Todo lo que él contó
en francés, lo narraré yo en alemán, si no me abandona mi inteligencia”,
leemos en el Libro VIII de su poema.
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El
Greco. Toledo |
No
podemos afirmar que este Kiot no fuera una absoluta invención de
Wolfram, aunque se hayan multiplicado las teorías y las controversias
sobre el tema. Sin embargo, no deja de llamar la atención la presencia,
en la corte de María de Champagne y en la misma época en la que,
en ella, servía Chrétien de Troyes, de otro Trouvère (o trovero,
poeta que utilizaba la lengua del norte de Francia: la langue
d’Oil, a diferencia del Troubadour, trovador o poeta
que utilizaba el provenzal: la langue d’Oc), llamado Guiot
(o Guyot) de Provins (o Provence, quizá de ahí el error de ser considerado
provenzal por algunos), del que se conservan 6 canciones (hacia
1180), que al parecer llegó hasta la corte de Federico Barbarroja,
más tarde, se hizo monje, pasando por diversas órdenes, y escribió
la famosa Bible Guiot (“Biblias” se llamaban, en la literatura
medieval, a las composiciones satíricas de los poetas franceses),
en la que, habiendo viajado a través de muchos países y habiendo
conocido todo tipo de gentes, se permitió, al parecer en nombre
de la verdad y de la moral, criticar las costumbres de su siglo
y también escribir muy elogiosos versos hacia los caballeros
templarios. Sea como fuere y tenga o no que ver nuestro Kiot con
el trovero de la corte de la duquesa María, según nos relata Wolfram
en el Libro IX de su obra, el famoso maestro encontró archivado
en Toledo el texto originario de esta historia, escrito en árabe.
Antes tuvo que aprender los signos mágicos, sin estudiar el arte
de la negra hechicería. Le ayudó su fe cristiana, pues, si no, esta
historia sería aún desconocida. Ningún saber pagano nos puede revelar
la esencia del Grial, ni cómo se desveló su secreto. Así, en
la historia del Grial, empiezan a desvanecerse las brumas celtas
para dar paso a los colores y los perfumes de Oriente; para empezar,
el mágico oriente de una España todavía, en parte, musulmana.
El
sabio Flegetanis
Un pagano llamado Flegetanis alcanzó gran fama por su saber.
Este físico procedía de Salomón y era de la estirpe israelita, muy
noble desde tiempos muy antiguos, hasta que el bautismo nos libró
de los fuegos del infierno. Él escribió la historia del Grial. Por
parte de padre era pagano (...). Flegetanis supo exponernos la ida
y el regreso de las estrellas y las dimensiones de sus órbitas,
hasta que vuelven a sus puntos de origen (...). Como pagano, Flegetanis
vio con sus propios ojos en las estrellas misterios ocultos y habló
de ellos con gran timidez. Nos dijo que había una cosa que se llamaba
el Grial. Este nombre lo leyó claramente en las estrellas (Libro
IX). No es de extrañar que sea precisamente en Toledo en donde Kiot
encuentre el manuscrito que relata la, según nuestro Minnesänger,
“verdadera historia del Grial”, ya que, en la bella capital del
Tajo, reconquistada tan sólo un siglo antes de la composición del
poema (1085), convivían (no siempre con tanta amistad como quiere
hoy lo políticamente correcto) los mozárabes, castellanos y francos,
que llegaron con el ejército vencedor de Alfonso VI, junto a judíos
y musulmanes. Este hecho refuerza el carácter sincrético y oriental,
que Wolfram le da al mito, como ya adelantamos (El
cantor de lo eterno). Pero es aún más revelador,
en este sentido, el detalle con el que se nos cuenta el linaje del
sabio astrónomo: de la estirpe de Salomón sólo por parte de madre,
ya que el poeta utiliza la palabra “pagano” para referirse a su
padre y a él mismo cuando, en la Edad Media, era así como se acostumbraba
a designar a los musulmanes, por oposición a los judíos y cristianos.
Tampoco se debe pasar por alto que la figura de Salomón es venerada
por el Islam como la de un gran profeta, mientras que, según Pierre
Ponsoye, “el esoterismo islámico lo considera el prototipo ejemplar
de cierta vía espiritual con la que se vinculan especialmente las
ciencias del orden cósmico, esas mismas que evoca, en su acepción
medieval, la palabra ‘físico’ empleada, a propósito por Flegetanis”.
Subrayemos, también a este respecto, que Salomón es considerado
por el Corán no sólo como un gran sabio sino como un poderoso
mago, y que, siendo el mítico constructor del templo de Jerusalén
está, por lo tanto, simbólicamente unido a la orden de los caballeros
templarios: Milites Templi Salomonis (Soldados del Templo
de Salomón) y custodios del Grial según Wolfram. De esta manera,
en el misterioso personaje de Flegetanis vemos aglutinados todos
los nuevos elementos que van a alejar a nuestro mito de lo que fueron
sus primitivas fuentes celtas. No es, por lo tanto, extraño que
Kiot descubriera la verdadera historia del Grial en Toledo,
la Ciudad Imperial, cruce de caminos como él y, como él, mosaico
de tan variadas creencias y culturas.
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Vermeer
de Delft. El astrónomo |
Salomón.
Breviario del rey Martín de Aragón |
Mazadan
y el hada
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Ch.
E. Butler. El rey Arturo |
Pero lo que va a distinguir claramente las influencias celtas de
las Religiones del Libro en el mito del Grial va a ser la idea de
que su custodia está, desde siempre, destinada a un linaje que se
asemeje en pureza a la de los ángeles que lo trajeron del cielo.
El sabio Maestro Kiot (volvemos al Libro IX del Parzival
de Wolfram) empezó a buscar noticias en los libros latinos sobre
dónde había existido un pueblo destinado a guardar el Grial y vivir
en la pureza. Leyó las crónicas de los reinos de Britania, de Francia,
de Irlanda y de otros muchos todavía, hasta que encontró en Anjou
lo que buscaba. Leyó en libros verídicos la historia de Mazadan.
Encontró consignada toda la sucesión de sus descendientes. Vio cómo
Titurel y su hijo Frimutel habían transmitido por herencia el Grial
a Anfortas, quien tenía a Herzeloyde por hermana, con la cual Gamuret
engendró a quien es el héroe de este cuento. El nuevo héroe
del Grial no será, de ahora en adelante, aquél que, en perfecta
unión con la santa soberanía de la Tierra, haga crecer próspero
un reino en el que no existen fronteras entre lo sagrado y lo profano,
sino el héroe que, perteneciente a un linaje escogido desde el inicio
de los tiempos, a través de múltiples pruebas, se haga merecedor
de un reino sagrado al que tendrá que guardar y proteger del mundo
profano. Se ve así cómo influyen, en nuestro mito, las Religiones
del Libro que trazan una barrera infranqueable entre lo inmanente
y lo transcendente, a diferencia de la tradición celta.
Todo
esto no quiere decir que haya desaparecido la impronta celta en
la obra de Eschenbach y, curiosamente, la encontramos en el Libro
XII haciendo referencia al nacimiento de la estirpe de los reyes
del Grial. Allí podemos leer que Mazadan (el fundador del linaje
lleva en su nombre el del primer humano) casó con el hada Terdelaschoye
(literalmente Terre de la joie, Tierra de la alegría) y se
lo llevó a un lugar llamado Feimurgan (¿Hada Morgana?). Mario Polia
defiende que se trata de un cambio de nombres y que la mujer de
Mazadan no es sino el hada Morgana que le lleva hasta la Tierra
de los Bienaventurados: el paraíso hiperbóreo. Otros autores defienden
que estos nombres hacen referencia a Adán y al Edén, evocando ese
“deseo del Paraíso” que parece encerrar toda tradición griálica.
Por otro lado, Mazadan no sólo será el antepasado de los soberanos
custodios del Grial, sino el abuelo de Uterpendragon, padre del
rey Arturo; y, así, la magnífica, pero supeditada a las usuras del
tiempo y, con ello, a la decadencia y la muerte, corte de Camelot
se ve directamente, gracias a Wolfram, emparentada con los eternos,
sagrados y ocultos dominios de Munsalvaesche.
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F.
Sandys. El hada Morgana |
Lo
que sigue siendo una incógnita es por qué nuestro caballero poeta
encuentra esta estirpe “hadada”, predestinada, en
tierras angevinas y, por lo tanto emparenta la histórica casa de
Anjou con el linaje de los reyes del Grial. Se han vertido las más
variadas y, a veces, extrañas hipótesis. El erudito Jean Frappier
defiende que la consideración que, aparentemente, tiene el Minnesänger
hacia la casa reinante en ese momento en Inglaterra (El ducado de
Anjou pertenecía a los Plantagenêt), bien se podría deber, ya que
nada le unía a esa monarquía, a aquel misterioso “libro” que refiere
Chrétien como fuente de su historia y que también pudiera haber
utilizado Wolfram. Siguiendo con las especulaciones, éste podría
haber sido francés y concebido unos años antes en la muy erudita
corte de Leonor de Aquitania (madre tanto de la Duquesa María de
Champagne como del Plantagenêt Ricardo Corazón de León). Nadie duda
en que el mecenazgo artístico ejercido por esta reina de Francia
y posteriormente de Inglaterra fue definitivo para la recuperación
y difusión de la Materia de Bretaña y que no escatimó esfuerzos
para que la literatura de la época entroncara su estirpe con un
glorioso pasado mítico que convertía a su segundo marido, Enrique
II Plantagenêt, en el heredero legítimo de Arturo. Recordemos que
fue entonces (1191) cuando en la abadía de Glastonbury (de la que
la tradición local hace a José de Arimatea su primer obispo) se
“descubre” la tumba de Arturo y Ginebra, que aún hoy se puede visitar,
y que también allí se encuentra un manantial de aguas rojizas, el
Chalice Well, donde se pretende que está sumergido el Grial.
Por su parte, Pierre Ponsoye, el especialista en los orígenes islámicos
del Grial, sostiene que Wolfram nunca se quiso referir a un Anjou
histórico sino puramente espiritual, ya que sitúa su capital en
la imaginaria Bealzenan. También, el celtista Jean Markale, apunta
que la palabra anschaue del texto de Wolfram, que se traduce
como “Anjou”, proviene realmente del verbo anschauen que
significa “mirar fijamente”, lo que puede interpretarse como que
Parzival, en su condición de aprendiz, únicamente mira, no
tiene derecho a hablar, lo que refuerza la vertiente iniciática
del relato.
En
cualquier caso, y dadas las ambigüedades y los juegos de palabras
a los que nos tiene tan acostumbrados, el texto seguirá dando pie
a múltiples interpretaciones. De lo que no hay duda es de que la
obra de Wolfram von Eschenbach talla nuevas y brillantes facetas
en el mito del Grial, más allá de su pericia como narrador, porque
sabe aprovechar el tumulto de la época en la que le había tocado
vivir y, especialmente, de ese choque de civilizaciones que, a través
de las cruzadas pero más allá de su ruido y su furia, supo aunar
la espiritualidad profunda que, en el fondo, compartían aquellos
encarnizados enemigos. Este talante queda perfectamente resumido
en la tumba del padre de nuestro héroe donde el califa de Bagdad
mandó grabar:
Aunque
era cristiano por bautismo, los sarracenos aún le lloran.
En
el Teatro de la Colina Verde, un caballero pregunta por el dolor
de Anfortas.
Bibliografía
Eschenbach,
W. von; Parzival. Madrid, Siruela, 1999.
Godwin, M.; El Santo Grial. Origen, significado y revelaciones
de una leyenda. Barcelona, Emecé Ediciones, 1994.
Markale, J.; El ciclo del Grial. Perceval el Galés. Barcelona.
Martínez Roca, 1997.
Polia.
M.; El Misterio Imperial del Grial, www.cholonautas.edu.pe/pdf/grial.pdf
Ponsoye,
P.; El Islam y el Grial. Palma de Mallorca, Olañeta, 1998.
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