Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
DISCOS 

EN CONSTRUCCIÓN - VÍSPERAS FLORENTINAS

EN CONSTRUCCIÓN

EL ORO DEL RIN. Sigurd Björling (Wotan), Werner Faulhaber (Donner), Robert Bernauer (Froh), Walter Fritz (Loge), Ira Malaniuk (Fricka), Paula Brivkalne (Freia), Ruth Siewert (Erda), Heinrich Pflanzl (Alberich), Paul Kuën (Mime), Ludwig Weber (Fasolt), Friedrich Dahlberg (Fafner), Elisabeth Schwarzkopf (Woglinde), Lore Wissmann (Wellgunde), Hertha Töpper (Flosshilde). Orquesta del Festival de Bayreuth. Director: Herbert von Karajan. Grabación en vivo del 11 de agosto de 1951.

2 CDs WALHALL WLCD 0034 (Distribuidor: LR MUSIC)

En 1951, año de la reapertura del Festival de Bayreuth después del paréntesis posbélico, coincidieron en la Colina Verde Hans Knappertsbusch y Herbert von Karajan. El director consagrado, reputado wagneriano que actuó de ayudante de Hans Richter y Siegried Wagner en los festivales de 1909, 1911 y 1912, y das Wunder Karajan, la figura en ascenso cuya sombra, quince años después de su muerte, aún planea sobre el mundo de la dirección de orquesta. Esta mezcla de tradición y modernidad también se reflejaba tanto en los elencos de Anillo, Maestros y Parsifal, como en las producciones mismas (1). El salzburgués debía dirigir el primer ciclo del Anillo, pero en el último momento el estreno le fue confiado a «Kna», quien descendió al foso del Festspielhaus cinco veces en seis días.

Karajan (sentado al piano) asistiendo en un ensayo de Kna, en Bayreuth 1951.

En El oro del Rin del segundo ciclo, Windgassen no cantó Froh, y Ira Malaniuk tuvo que estudiar el papel de Fricka en cuarenta y ocho horas para sustituir a Elisabeth Höngen –recientemente fallecida–, operada de apendicitis. Estas ausencias incidieron negativamente en los resultados, aunque de todos modos el reparto era de por sí muy desigual (2). La voz de Heinrich Pflanzl carece de atractivo. Su Alberich es tosco, violento y vociferante. En la tercera escena, a las brusquedades y a la voz poco distinguida se añade el cansancio.  Se redime parcialmente con un “Bin ich nun frei?” aterrador pese a los evidentes apuros. En las jornadas mejoró, como se aprecia en  Sigfrido –Myto. ¿Lo reeditará también Walhall?–, una buena representación, superior a este Oro, o en el Ocaso del primer ciclo, con «Kna» –Testament–. Sigurd Björling, soberbio en La Walkyria (3), frasea a trompicones, con una línea de canto irregular y poco elegante. La voz es de calidad, pero su Wotan es cuadriculado, unidimensional, monótono. El Loge de Walter Fritz es insuficiente. Suena antiguo, afectado; la voz es vulgar, con un vibrato desagradable y afinación imprecisa. Con su aparición en escena, sin embargo, la atmósfera se vuelve más teatral y creíble. Otro tanto puede decirse de Robert Bernauer, Froh insípido, sustituto de última hora de Windgassen. En “Zur Burg führt die Brücke” Karajan le tiende un puente de oro que no sabe aprovechar. Paula Brivkalne, Freia irrelevante, volvió como Ortlinde en 1952 y desapareció de Bayreuth. El resto del reparto brilló a gran nivel. El trío de ondinas, con Elisabeth Schwarzkopf a la cabeza, es excelente. Ira Malaniuk, Fricka de urgencia, de medios quizá muy líricos para la parte, cumplió sobradamente. De la talluda pareja de gigantes destaca el magnífico Fasolt de Ludwig Weber, de voz cansada, pero que aun retiene su gran clase. Paul Kuën es ya el magistral Mime de los cincuenta, aquí menos histriónico que en años posteriores, y la veterana Ruth Siewert, con su voz oscura y carnosa, sirve una Erda de sobrenaturales acentos.

La función, que fue de menos a más, tiene interés sobre todo por la dirección de Karajan, que imprime tempi vivos y favorece las texturas ligeras. El Preludio fluye con impulso, pero con poca claridad polifónica y dinámica algo comprimida, en parte –no todo– debido a la toma. En la segunda escena, el motivo del Walhall suena poco grandioso y noble. Wotan parece estar soñando con un chalé adosado, en vez de con su palacio-fortaleza. A partir del vertiginoso descenso al Nibelheim –martillos y yunques auténticos, nada de trucos electrónicos–, Karajan ya está centrado y todos son aciertos. Llama especialmente la atención la aparición del motivo de la espada, que podría haber firmado el propio «Kna», que parece despertar, tarde ya, a Björling.

Pese a los altibajos mencionados, este Oro del Rin constituye un importante documento de los comienzos del Nuevo Bayreuth, y del fugaz paso de Karajan por el Festival, en el que,  con la excepción de los Maestros de 1970 –EMI–, se oyó su mejor Wagner.

(1)   Los veteranos Friedrich Dahlberg, Ludwig Weber, Heinrich Pflanzl o Ruth Siewert compartieron cartel con Wolfgang Windgassen, Astrid Varnay, Hermann Uhde o Paul Kuën. Junto a las renovadoras propuestas de Wieland Wagner en la Tetralogía y en Parsifal pudo verse el montaje realista de Maestros debido a Rudolf Hartmann y Hans Reissinger.
(2)   En 1952 se subsanaron algunos errores de reparto del año anterior, pero Wieland siguió experimentando con Wotan y Siegfried, utilizando dos cantantes diferentes para cada papel. A partir de 1953 puede decirse que, en lo que respecta a los cantantes, se había alcanzado el ideal.
(3)   Hay grabación oficial del tercer acto en EMI, con la inconmensurable Varnay.


VÍSPERAS FLORENTINAS


TRISTÁN E ISOLDA. Wolfgang Windgassen (Tristan), Otto von Rohr (Marke), Birgit Nilsson (Isolde), Gustav Neidlinger (Kurwenal), Robert Lauhoffer (Melot), Grace Hoffman  (Brangäne), Rolf Bottcher (Pastor), Edo Ferretti (Timonel), Rolf Bottcher (voz de joven marinero). Orquesta y Coro del Maggio Musicale Fiorentino. Director: Artur Rodzinski. Grabación en vivo del 21 de mayo de 1957.

3 CDs LIVING STAGE LS 1107 (Distribuidor: LR MUSIC)

 

 

Interesante Tristán italiano éste que nos trae Living Stage, ensayo general «abreviado» del que Wolfgang Wagner presentó en Bayreuth poco más de dos meses después (1). No abundan las oportunidades de disfrutar del arte directorial del polaco Artur Rodzinski (1892-1958), formidable forjador de orquestas (2), cuya pasión en el podio terminó por minar su salud. Tristán e Isolda era una de sus obras predilectas, y a la largo de su carrera la dirigió en numerosas ocasiones, tanto en el teatro como en versiones concertantes. En el lecho de muerte, le dijo a su esposa: «quizá no la haya dirigido tan bien como algunos colegas, pero nadie la ha amado tanto».

El contenido Preludio no es representativo de lo que ocurrió en el resto de la función. Es curioso que el carácter vehemente y apasionado del director no afloraba en el Preludio, ni siquiera en la muy superior lectura de 1947 con la orquesta Sinfónica de Chicago –grabación Columbia, recientemente reeditada en EMI Great Conductors of the 20th Century–. En el primer acto, tempo y fraseo reflejan a la perfección el lento paso del tiempo en la larga travesía marítima, así como la languidez que se apodera de los personajes en la cubierta del barco, bajo un sol de justicia. Rodzinski, maestro puntilloso y detallista, potencia la dimensión camerística de Tristán y obtiene un excelente rendimiento de la floja Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. Nótense el trabajo de la cuerda –trémolos, pianissimi– y las sensacionales maderas al comienzo del segundo acto, con mucho el mejor de la representación. En el dúo de amor la música llega en oleadas de envolvente sensualidad: todos los planos se superponen sin confundirse, como en un moiré sonoro. La música arropa  a las voces y se funde con ellas, sin taparlas. En el tercer acto, Rodzinski se contagia del delirio de Tristán y de sus arrebatos. Aquí el director se desmelena – “Isolde kommt!”– y la orquesta muestra sus carencias, con breves instantes de indisciplina.  

Nilsson y Windgassen se superan en otros registros, especialmente el oficial de 1966. La soprano sueca exhibe su poderío vocal, con agudos deslumbrantes, mantenidos más allá de lo escrito (3). Por voz, Nilsson es una Isolda ideal, pero el personaje está por hacer. En la narración de Isolda se atisba la «Isolda amorosa» que Wieland Wagner moldeara cinco años después. Windgasssen pasa desapercibido en el primer acto, calentando la voz, dosificando sus fuerzas. Al comienzo del muy cortado dúo de amor (4) es sepultado bajo el torrente vocal de su opulenta Isolda. Sólo a partir de la frase “O, nun waren wir Nacht-geweihte!” se emplea a fondo, cantando con sensibilidad y magnífica técnica –fabuloso “Wohin nun Tristan scheidet” –, para entregarse ya por completo en el tercer acto.

El Marke de Otto von Rohr es sobrio, neutro, muy alejado del estupendo Rey Enrique del Lohengrin de estudio de Jochum –DG, reeditado recientemente por Preiser–. La voz es dura, escasa de armónicos, con graves ligeramente abiertos. Aunque la tesitura de Kurwenal es, en principio, demasiado alta para Neidlinger, éste superó airoso la prueba en otras ocasiones. En esta velada florentina, el gran bajo-barítono no tuvo su noche. Pasa apuros hasta en el Mi3, una nota que habitualmente no le causaba problemas. La Brangäne de Grace Hoffman es maternal, protectora. La voz es grata, voluptuosa, y contrasta perfectamente con la de Nilsson. Discretos los comprimarios y lamentable el coro.

En definitiva, un Tristán que no puede recomendarse abiertamente como una de las primeras opciones, pero que encierra puntos de interés, como la dirección de Rodzinski, excelente director, poco apreciado y menos conocido, un intenso segundo acto, bien que aligerado, y la posibilidad de asistir a los comienzos de una pareja mítica, para siempre unidos en su personificación de Tristán e Isolda.

(1)    Hay grabación en Golden Melodram. Además de la pareja protagonista, cantaron también en Bayreuth Grace Hoffman y Gustav Neidlinger –alternándose con Hans Hotter–. El disco conserva el Kurwenal de Hotter. El «escudero» de Neidlinger puede oírse en el Tristán bayreuthiano de 1953, dirigido por Jochum, también en Golden Melodram.
(2)    De 1926 a 1929 fue asistente de Stokowski en Filadelfia. Siendo Rodzinski titular de la Orquesta de Cleveland (1933-1943), en 1937 Toscanini le invitó para que puliese su recién creada Orquesta de la NBC. En su breve lapso como director titular de una Filarmónica de Nueva York en horas bajas (1943-1947), Rodzinski elevó notablemente el nivel de la orquesta. El exceso de trabajo y los continuos conflictos con músicos y directivos en Nueva York y Chicago, cuya Sinfónica dirigió una temporada (1947-1948), desembocaron en graves problemas de salud. En 1952 se instaló en Italia, y continuó dirigiendo y grabando, pese a los consejos médicos, hasta su muerte, acaecida en 1958. Su última aparición, poco antes de morir, fue en la Lyric Opera de Chicago, dirigiendo precisamente Tristán e Isolda.
(3)    Sabedora de la afición al agudo del público italiano, que premiaba con generosidad los alardes vocales, la Nilsson jugaba sus bazas con astucia.
(4)    La función se dio podadísima. En el segundo acto hay dos cortes –201 versos– en el dúo y otros tantos en el monólogo de Marke –65 versos–. En el tercero desaparecen 69 versos de Tristán, 18 de Isolda, 23 de Marke y 10 de Brangäne. A estas omisiones deliberadas hay que añadir un corte en la pista 3 del CD 3 debido a un fallo de la cinta. ¡Ni Bodanzky en la MET!