EN
CONSTRUCCIÓN
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EL
ORO DEL RIN. Sigurd Björling (Wotan), Werner
Faulhaber (Donner), Robert Bernauer (Froh), Walter
Fritz (Loge), Ira Malaniuk (Fricka), Paula Brivkalne
(Freia), Ruth Siewert (Erda), Heinrich Pflanzl
(Alberich), Paul Kuën (Mime), Ludwig Weber (Fasolt),
Friedrich Dahlberg (Fafner), Elisabeth Schwarzkopf
(Woglinde), Lore Wissmann (Wellgunde), Hertha
Töpper (Flosshilde). Orquesta del Festival de
Bayreuth. Director: Herbert von Karajan. Grabación
en vivo del 11 de agosto de 1951.
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CDs WALHALL WLCD 0034 (Distribuidor: LR MUSIC) |
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En 1951, año
de la reapertura del Festival de Bayreuth después del paréntesis
posbélico, coincidieron en la Colina Verde Hans Knappertsbusch y
Herbert von Karajan. El director consagrado, reputado wagneriano
que actuó de ayudante de Hans Richter y Siegried Wagner en los festivales
de 1909, 1911 y 1912, y das Wunder Karajan, la figura en
ascenso cuya sombra, quince años después de su muerte, aún planea
sobre el mundo de la dirección de orquesta. Esta mezcla de tradición
y modernidad también se reflejaba tanto en los elencos de Anillo,
Maestros y Parsifal, como en las producciones mismas
(1). El salzburgués debía dirigir el primer ciclo del Anillo,
pero en el último momento el estreno le fue confiado a «Kna», quien
descendió al foso del Festspielhaus cinco veces en seis días.
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Karajan
(sentado al piano) asistiendo en un ensayo de Kna, en Bayreuth
1951. |
En
El oro del Rin del segundo ciclo, Windgassen no cantó Froh,
y Ira Malaniuk tuvo que estudiar el papel de Fricka en cuarenta
y ocho horas para sustituir a Elisabeth Höngen –recientemente fallecida–,
operada de apendicitis. Estas ausencias incidieron negativamente
en los resultados, aunque de todos modos el reparto era de por sí
muy desigual (2). La voz de Heinrich Pflanzl carece de atractivo.
Su Alberich es tosco, violento y vociferante. En la tercera escena,
a las brusquedades y a la voz poco distinguida se añade el cansancio.
Se redime parcialmente con un “Bin ich nun frei?” aterrador pese
a los evidentes apuros. En las jornadas mejoró, como se aprecia
en Sigfrido –Myto. ¿Lo reeditará también Walhall?–, una
buena representación, superior a este Oro, o en el Ocaso
del primer ciclo, con «Kna» –Testament–. Sigurd Björling, soberbio
en La Walkyria (3), frasea a trompicones, con una línea de
canto irregular y poco elegante. La voz es de calidad, pero su Wotan
es cuadriculado, unidimensional, monótono. El Loge de Walter Fritz
es insuficiente. Suena antiguo, afectado; la voz es vulgar, con
un vibrato desagradable y afinación imprecisa. Con su aparición
en escena, sin embargo, la atmósfera se vuelve más teatral y creíble.
Otro tanto puede decirse de Robert Bernauer, Froh insípido, sustituto
de última hora de Windgassen. En “Zur Burg führt die Brücke” Karajan
le tiende un puente de oro que no sabe aprovechar. Paula Brivkalne,
Freia irrelevante, volvió como Ortlinde en 1952 y desapareció de
Bayreuth. El resto del reparto brilló a gran nivel. El trío de ondinas,
con Elisabeth Schwarzkopf a la cabeza, es excelente. Ira Malaniuk,
Fricka de urgencia, de medios quizá muy líricos para la parte, cumplió
sobradamente. De la talluda pareja de gigantes destaca el magnífico
Fasolt de Ludwig Weber, de voz cansada, pero que aun retiene su
gran clase. Paul Kuën es ya el magistral Mime de los cincuenta,
aquí menos histriónico que en años posteriores, y la veterana Ruth
Siewert, con su voz oscura y carnosa, sirve una Erda de sobrenaturales
acentos.
La función,
que fue de menos a más, tiene interés sobre todo por la dirección
de Karajan, que imprime tempi vivos y favorece las texturas
ligeras. El Preludio fluye con impulso, pero con poca claridad polifónica
y dinámica algo comprimida, en parte –no todo– debido a la toma.
En la segunda escena, el motivo del Walhall suena poco grandioso
y noble. Wotan parece estar soñando con un chalé adosado, en vez
de con su palacio-fortaleza. A partir del vertiginoso descenso al
Nibelheim –martillos y yunques auténticos, nada de trucos electrónicos–,
Karajan ya está centrado y todos son aciertos. Llama especialmente
la atención la aparición del motivo de la espada, que podría haber
firmado el propio «Kna», que parece despertar, tarde ya, a Björling.
Pese a los altibajos
mencionados, este Oro del Rin constituye un importante documento
de los comienzos del Nuevo Bayreuth, y del fugaz paso de
Karajan por el Festival, en el que, con la excepción de los Maestros
de 1970 –EMI–, se oyó su mejor Wagner.
(1) Los veteranos Friedrich Dahlberg,
Ludwig Weber, Heinrich Pflanzl o Ruth Siewert compartieron cartel
con Wolfgang Windgassen, Astrid Varnay, Hermann Uhde o Paul Kuën.
Junto a las renovadoras propuestas de Wieland Wagner en la Tetralogía
y en Parsifal pudo verse el montaje realista de Maestros
debido a Rudolf Hartmann y Hans Reissinger.
(2)
En 1952 se subsanaron algunos errores de reparto del año anterior,
pero Wieland siguió experimentando con Wotan y Siegfried, utilizando
dos cantantes diferentes para cada papel. A partir de 1953 puede
decirse que, en lo que respecta a los cantantes, se había alcanzado
el ideal.
(3)
Hay grabación oficial del tercer acto en EMI, con la inconmensurable
Varnay.
VÍSPERAS
FLORENTINAS
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TRISTÁN
E ISOLDA. Wolfgang Windgassen (Tristan), Otto
von Rohr (Marke), Birgit Nilsson (Isolde), Gustav
Neidlinger (Kurwenal), Robert Lauhoffer (Melot),
Grace Hoffman (Brangäne), Rolf Bottcher (Pastor),
Edo Ferretti (Timonel), Rolf Bottcher (voz de
joven marinero). Orquesta y Coro del Maggio Musicale
Fiorentino. Director: Artur Rodzinski. Grabación
en vivo del 21 de mayo de 1957.
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CDs LIVING STAGE LS 1107 (Distribuidor: LR MUSIC)
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Interesante
Tristán italiano éste que nos trae Living Stage, ensayo general
«abreviado» del que Wolfgang Wagner presentó en Bayreuth poco más
de dos meses después (1). No abundan las oportunidades de disfrutar
del arte directorial del polaco Artur Rodzinski (1892-1958), formidable
forjador de orquestas (2), cuya pasión en el podio terminó por minar
su salud. Tristán e Isolda era una de sus obras predilectas,
y a la largo de su carrera la dirigió en numerosas ocasiones, tanto
en el teatro como en versiones concertantes. En el lecho de muerte,
le dijo a su esposa: «quizá no la haya dirigido tan bien como algunos
colegas, pero nadie la ha amado tanto».
El
contenido Preludio no es representativo de lo que ocurrió en el
resto de la función. Es curioso que el carácter vehemente y apasionado
del director no afloraba en el Preludio, ni siquiera en la muy superior
lectura de 1947 con la orquesta Sinfónica de Chicago –grabación
Columbia, recientemente reeditada en EMI Great Conductors of
the 20th Century–. En el primer acto, tempo
y fraseo reflejan a la perfección el lento paso del tiempo en la
larga travesía marítima, así como la languidez que se apodera de
los personajes en la cubierta del barco, bajo un sol de justicia.
Rodzinski, maestro puntilloso y detallista, potencia la dimensión
camerística de Tristán y obtiene un excelente rendimiento
de la floja Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. Nótense el
trabajo de la cuerda –trémolos, pianissimi– y las sensacionales
maderas al comienzo del segundo acto, con mucho el mejor de la representación.
En el dúo de amor la música llega en oleadas de envolvente sensualidad:
todos los planos se superponen sin confundirse, como en un moiré
sonoro. La música arropa a las voces y se funde con ellas, sin
taparlas. En el tercer acto, Rodzinski se contagia del delirio de
Tristán y de sus arrebatos. Aquí el director se desmelena – “Isolde
kommt!”– y la orquesta muestra sus carencias, con breves instantes
de indisciplina.
Nilsson y Windgassen
se superan en otros registros, especialmente el oficial de 1966.
La soprano sueca exhibe su poderío vocal, con agudos deslumbrantes,
mantenidos más allá de lo escrito (3). Por voz, Nilsson es una Isolda
ideal, pero el personaje está por hacer. En la narración de Isolda
se atisba la «Isolda amorosa» que Wieland Wagner moldeara cinco
años después. Windgasssen pasa desapercibido en el primer acto,
calentando la voz, dosificando sus fuerzas. Al comienzo del muy
cortado dúo de amor (4) es sepultado bajo el torrente vocal de su
opulenta Isolda. Sólo a partir de la frase “O, nun waren wir Nacht-geweihte!”
se emplea a fondo, cantando con sensibilidad y magnífica técnica
–fabuloso “Wohin nun Tristan scheidet” –, para entregarse ya por
completo en el tercer acto.
El Marke de
Otto von Rohr es sobrio, neutro, muy alejado del estupendo Rey Enrique
del Lohengrin de estudio de Jochum –DG, reeditado recientemente
por Preiser–. La voz es dura, escasa de armónicos, con graves ligeramente
abiertos. Aunque la tesitura de Kurwenal es, en principio, demasiado
alta para Neidlinger, éste superó airoso la prueba en otras ocasiones.
En esta velada florentina, el gran bajo-barítono no tuvo su noche.
Pasa apuros hasta en el Mi3, una nota que habitualmente no le causaba
problemas. La Brangäne de Grace Hoffman es maternal, protectora.
La voz es grata, voluptuosa, y contrasta perfectamente con la de
Nilsson. Discretos los comprimarios y lamentable el coro.
En
definitiva, un Tristán que no puede recomendarse abiertamente
como una de las primeras opciones, pero que encierra puntos de interés,
como la dirección de Rodzinski, excelente director, poco apreciado
y menos conocido, un intenso segundo acto, bien que aligerado, y
la posibilidad de asistir a los comienzos de una pareja mítica,
para siempre unidos en su personificación de Tristán e Isolda.
(1) Hay grabación en Golden Melodram.
Además de la pareja protagonista, cantaron también en Bayreuth Grace
Hoffman y Gustav Neidlinger –alternándose con Hans Hotter–. El disco
conserva el Kurwenal de Hotter. El «escudero» de Neidlinger puede
oírse en el Tristán bayreuthiano de 1953, dirigido por Jochum,
también en Golden Melodram.
(2)
De 1926 a 1929 fue asistente de Stokowski en Filadelfia. Siendo
Rodzinski titular de la Orquesta de Cleveland (1933-1943), en 1937
Toscanini le invitó para que puliese su recién creada Orquesta de
la NBC. En su breve lapso como director titular de una Filarmónica
de Nueva York en horas bajas (1943-1947), Rodzinski elevó notablemente
el nivel de la orquesta. El exceso de trabajo y los continuos conflictos
con músicos y directivos en Nueva York y Chicago, cuya Sinfónica
dirigió una temporada (1947-1948), desembocaron en graves problemas
de salud. En 1952 se instaló en Italia, y continuó dirigiendo y
grabando, pese a los consejos médicos, hasta su muerte, acaecida
en 1958. Su última aparición, poco antes de morir, fue en la Lyric
Opera de Chicago, dirigiendo precisamente Tristán e Isolda.
(3)
Sabedora de la afición al agudo del público italiano, que premiaba
con generosidad los alardes vocales, la Nilsson jugaba sus bazas
con astucia.
(4)
La función se dio podadísima. En el segundo acto hay dos cortes
–201 versos– en el dúo y otros tantos en el monólogo de Marke –65
versos–. En el tercero desaparecen 69 versos de Tristán, 18 de Isolda,
23 de Marke y 10 de Brangäne. A estas omisiones deliberadas hay
que añadir un corte en la pista 3 del CD 3 debido a un fallo de
la cinta. ¡Ni Bodanzky en la MET!
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