Wagnermania
 


 SINÓPSIS

Acto I

Escena primera

El telón se alza sobre el final de la obertura, mostrando el interior del Venusberg refugio de la diosa Venus tras el ocaso de las divinidades clásicas, y que, según los exaltados románticos, está situado en el Hörselberg, cerca de Eisenach, la villa natal de Johann Sebastian Bach. La escena es una bacanal desenfrenada, entre embriagadores perfumes y danzas eróticas que se desarrollan en un ambiente de brumas y nieblas. Sirenas y náyades emiten llamadas de seducción ("Naht euch dem Strande").

Venus está al principio recostada en un diván sobre la roca, sosteniendo entre sus rodillas la cabeza de su caballero cautivo, el Minnesänger (trovador) Tannhäuser, quien está al principio dormido. Cuando despierta, mira con asombro a su alrededor y, cuando Venus le pregunta el porqué, explica que estaba soñando con su tierra natal ("Im Traum war mir's") y que se siente preso de la nostalgia. Venus le recuerda los hermosos momentos que han vivido juntos y le pide que tome su lira y entone uno de sus habituales cantos de loa al amor sensual. Tannhäuser accede ("Dir töne lob"), pero durante su canto se siente frustrado de sí mismo y arroja lejos la lira.

Ante los temores de Venus, declara que la felicidad constante le produce hastío y que siente renovarse sus ansias de lucha y de sacrificio, por lo que ruega a la diosa que le devuelva la libertad. Sigue una pugna en la que Venus ("Geliebter, komm!") logra arrancarle la promesa de que nunca la olvidará, pero, ante la repetida petición de Tannhäuser, pasa a amenazarle: si rechaza su persona y sus placeres, nunca más tendrá acceso a ellos. El trovador replica que tampoco su orgullo le permitirá regresar. Venus, enternecida, le ofrece asilo siempre que lo necesite y se autocalifica de salvación para él. Tannhäuser exclama que su salvación está en María. La sola mención del nombre de la Virgen causa el desplome de todo el Venusberg. Diosa, ninfas, sátiros, todo desaparece, y Tannhäuser se encuentra súbitamente solo, en el verde valle de Hörserlberg, con el castillo de Wartburg al fondo, en lo alto, dominando las posesiones del conde Hermann, landgrave de Turingia.

Escena segunda

Es plena primavera. Un pastorcillo toca la flauta y canta ("Frau Holde kam aus dem Berg hervor") mientras vigila su rebaño. Se oye a lo lejos el coro de peregrinos ("Zu dir wall'ich"), que se va acercando hasta que aparece el grupo en escena, sin cesar en su marcha. Al lado del camino hay un altar y Tannhäuser se arrodilla ante él al paso del cortejo, que se va alejando con su canto, seguido del pastor y su rebaño. Tannhäuser queda solo, cuando se oyen toques de trompas de caza e irrumpen el landgrave Hermann y su séquito, formado por caballeros cantores que no tardan en reconocer en el arrodillado a Heinrich Tannhäuser antiguo compañero suyo que se separó del grupo a raíz de una disputa ("Du bist es wirklich"). Uno de los caballeros, Wolfram von Eschenbach, es amigo íntimo de Tannhäuser y resuelve las dudas de sus compañeros acerca de las intenciones del recién llegado, proclamando que jamás un hombre de aspecto tan humilde podrá venir a ellos como enemigo. Tannhäuser responde con evasivas, dando a entender que no tiene intención de volver a su compañía, lo cual produce naturalmente la petición de que se quede ("Als du in kühnem Sänge"), pero quien le convence de veras es Wolfram ("Ha, jetzt erkenne ich"), diciéndole, con el permiso de landgrave, que la bella sobrina de éste, Elisabeth (a la que Wolfram, por su parte, ama en secreto), le añora desde que se marchó. Cuando, después de hacerse rogar todavía un poco, Tannhäuser accede a ir con ellos, la alegría se generaliza ("Ein Wunder hat ihn gebrach"). Llega el grupo principal de cazadores con sus trompas y el cortejo se dirige hacia el castillo de Wartburg.

 

Acto II

Sala de los caballeros cantores en el castillo de Wartburg, donde va a celebrarse un torneo de canto a la antigua usanza. Elisabeth, la sobrina del landgrave, entra y canta sus recuerdos de cuando su amado Tannhäuser celebraba allá sus incruentos triunfos artísticos. En ese momento le ve entrar, del brazo del noble Wolfram, quien, pese a sus sentimientos personales, anima a su amigo a quedarse con Elisabeth. Ésta, turbada al principio, le ruega que se aleje ("So stehet auf… Fern von hier"), pero el sentimiento mutuo que les embarga se impone poco a poco y acaban por declararse su amor ("Der Sänger klugen Weisen… Den Gott der Liebe"), ante el contenido pesar de Wolfram. Los dos amigos se retiran y entra Hermann, que se muestra contento al ver que Elisabeth ha entrado en la sala que no había vuelto a pisar desde la partida de Tannhäuser ("Dich treffe ich hier"). Elisabeth se siente transportada de dicha y su tío, comprendiendo lo que sucede, le insta ("Noch bleibe denn unausgresprochen") a guardar su secreto íntimo hasta que la situación se haya afirmado totalmente. Elisabeth ha de presidir justamente el torneo de cantores, al que ha de asistir toda la nobleza del contorno. A los acordes de una solemne Marcha, el coro de nobles saluda a Elisabeth y al landgrave ("Freudig begrüssen wir"), Hermann responde al saludo ("Gar viel und schön") y propone el tema del concurso: el amor. Aquel de los caballeros cantores que mejor exprese la naturaleza del amor ganará el concurso y, con él, un trofeo que ha de entregar Elisabeth.

Comienza el concurso con la participación de Wolfram, que canta ("Blick, ich umber") a un amor puro, santo, noble, impoluto, y es muy aplaudido. Entretanto, Tannhäuser, el indeciso, ha permanecido callado, ensimismado, y las palabras un tanto artificiales y poco realistas de Wolfram le han recordado, por reacción, a Venus y a los auténticos placeres del amor terrenal.

El que había pronunciado el nombre de María antes Venus, siente ahora el impulso de escandalizar a los puros espíritus que le rodean. Se levanta, arranca la lira de manos de Wolfram, canta ("Oh Wolfram, der du also sängest") al amor sensual y acaba enardeciéndose y revelando su estancia en el Venusberg ("Dir Göttin der Liebe") en brazos de la diosa, revelación que asombra e indigna a todos ("Ha, der Verruchte"). Las señoras, salvo Elisabeth, se retiran de la sala, ofendidas, y los caballeros desenvainan sus espadas, que dirigen amenazadoramente contra el imprudente cantor. Elisabeth se interpone ("Zurück von ihm") y, ante el desconcierto general al verla interceder por un hombre así, razona que nadie tiene derecho a privar a Tannhäuser de la vida, pues eso sería tanto como privarle de la posibilidad del arrepentimiento y la redención de su pecado.

Tannhäuser, profundamente conmovido por tanta abnegación, cae de rodillas pidiendo perdón. El landgrave propone una solución: aprovechando que un grupo de peregrinos está a punto de partir para Roma para postrarse ante los pies del papa ("Ein fruchtbaress Verbrechen"), el caballero puede acompañarles para solicitar el perdón del Santo Padre ("Mit ihnen sollst du wallen"). Pero si Tannhäuser no consigue ese perdón, jamás debe regresar al Wartburg. Al oír los apasionados gritos de los peregrinos ("Nach Rom!… Nach Rom!"), Heinrich se precipita fuera de la sala para unirse a ellos, dejando desolada a Elisabeth, que cae al suelo desvanecida.

 

Acto III

El valle del Wartburg, en otoño. Elisabeth está orando ante el altar de la Virgen. Entra sigilosamente Wolfram y, al verla, siente su corazón transido de pena ("Wohl wüsst'ich hier") e intercede ante Dios para que su lamento sea escuchado. En este momento se repite el efecto del paso de los peregrinos ahora de regreso de Roma. Su cántico ("Beglückt darf nun dich") se oye lejano, se va acercando, llega al máximo cuando pasan y luego se va perdiendo a lo lejos. Entretanto, Elisabeth y Wolfram han corrido hacia ellos, ansiosos, pero sin lograr reconocer al que esperan. Ella vuelve a sus oraciones ("Allmächte Jungfrau"), ofreciendo incluso su vida por la redención de Tannhäuser. Cuando se levanta para regresar al castillo, no acepta la compañía de Wolfram, quien, al quedar solo, entona el célebre canto a la estrella ("Wie Todesahnung… O du mein holder Abenstern"), acompañándose con la lira, y en el que suplica que el alma de su amada sea acogida en un astro del cielo.

Es ahora cuando aparece la figura penosa, harapienta, destrozada de Heinrich, que regresa de Roma sin el perdón del papa ("Ich hörte Harfenschlag"). Tan cambiado está, que Wolfram no lo reconoce, pero Tannhäuser a él sí, y se de a conocer, ante la alegría de su amigo. Cuando refiere sus penalidades en la peregrinación ("Inbrunst im Herzen"), que culminó con la negación del papa, y cita sus palabras ("Es más fácil que broten flores en mi báculo que obtener mi perdón, habiendo estado en Venusberg"), llora amargamente. De nuevo indeciso y desesperado invoca otra vez la presencia de la diosa ("Zu dir, Frau Venus") y decide regresar al Venusberg en busca de consuelo. Aparece Venus en medio de una niebla rosada y, cuando Tannhäuser está a punto de caer en sus redes, Wolfram, horrorizado, intenta disuadirlo ("Balt hein! Balt hein!") y, al no conseguirlo, recurre a pronunciar el nombre de Elisabeth. Heinrich recobra el sentido y Venus, vencida definitivamente, desaparece.

Se acerca un cortejo iluminado por antorchas. Ambos amigos reconocen dentro de un féretro el cadáver de su amada común. Wolfram conduce a Tannhäuser junto a él, el penitente cae de rodillas y acaba expirando a los pies de Elisabeth. Se oye entonces nuevamente el cántico de los peregrinos ("Heil! Der Gnade Wunder Heil!") y un grupo de ellos irrumpe el cántico en escena portando el báculo papel, en el que un milagro ha hecho brotar flores. El símbolo de redención de Tannhäuser es claro: el amor de Elisabeth y su intercesión ante la Divina Madre ha dado sus frutos. Por primera vez, si bien de una manera distinta a como lo hará en el futuro, aparece en la obra de Wagner la figura religioso-poética de la redención por el amor.