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 Como 
              dijimos, en esta parte del artículo-homenaje a la gran Martha Mödl 
              nos ocuparemos de la carrera específicamente wagneriana que desarrolló 
              durante su madurez artística, desde 1948 a 1967, año en el que se 
              despidió finalmente del Festival de Bayreuth, y de Wagner como intérprete. 
            
              
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                | Martha 
                  Mödl como Brangäne con Erna Wölfel como Isolde, 
                  en una foto del conservatorio de Nuremberg | 
               
             
            Primeramente, 
              es necesario caracterizar la particular voz de la nuremberguesa. 
              Como ya dijimos en la primera parte de este artículo, comenzó siendo 
              la voz de una mezzosoprano de centro ancho y gran volumen, y con 
              cierta facilidad en el agudo. Es por esto por lo que decidió dar 
              el salto a soprano dramática.  
            Una 
              soprano dramática típica tiene que tener una voz robusta y potente, 
              con gran peso en la zona grave y media, y facilidad para el agudo 
              hasta un Do 5. Los papeles confiados a este tipo de soprano suelen 
              ser de muy larga duración y con unas exigencias físicas y mentales 
              superiores. En particular Wagner reclama a sus sopranos dramáticas 
              que sean capaces de cantar -que no gritar- el texto de forma expresiva 
              y estando absolutamente concentradas en el drama que se representa. 
              En esta categoría caen las grandes heroínas wagnerianas: Isolde, 
              Brünnhilde (en tres dramas distintos), y, en cierta medida, Kundry, 
              aunque este papel es muy especial, como veremos. 
            La 
              voz de Mödl era idónea para dar este salto. Tras ella, otras mezzos 
              lo han hecho, como es el caso de nuestra Waltraud Meier en los últimos 
              tiempos, y Violeta Urmana, que parece seguir el mismo camino. Podríamos 
              mencionar también a la enorme Christa Ludwig, que se atrevió a cantar 
              –magníficamente- la Leonore del “Fidelio” de Beethoven, además de 
              ser una magnífica Kundry. 
            Pero 
              existe un problema evidente cuando se hace este cambio: el desgaste 
              vocal. La voz de una mezzo, aún en el caso de poseer un registro 
              agudo suficiente, no encuentra su lugar natural cantando como soprano, 
              lo que lleva a forzar la voz por encima de sus posibilidades. En 
              un tiempo, a fuerza de abusar de las capacidades vocales, el desgaste 
              se hace evidente en forma de vibratto cada vez más pronunciado, 
              y una progresiva dificultad a la hora de afrontar una representación. 
            El 
              desgaste es una evolución natural en cualquier cantante cuando se 
              llevan muchos años en la profesión, pero en este caso hablamos de 
              un desgaste prematuro. 
            En 
              el caso de Martha Mödl el desgaste fue brutal. A mediados de los 
              sesenta, esa voz amplia, firme y seductora de principios de los 
              cincuenta dio paso a una voz prematuramente avejentada, con un vibratto 
              abusivo y con una evidente falta de apoyo.  
            Mödl 
              es, sin embargo, recordada por su enorme talento dramático, que 
              suplía con creces las deficiencias de su voz. A pesar de todas sus 
              postreras dificultades vocales fue capaz de desarrollar una larguísima 
              carrera. 
            En 
              su autobiografía se enumeran todas las producciones –wagnerianas 
              o no- en las que intervino hasta la fecha de su publicación. Es 
              una enorme cantidad de información que aquí no incluiré por motivos 
              de espacio, pero aún así creo importante dar algunos datos sobre 
              la carrera wagneriana de Mödl, especialmente en lo que afecta al 
              Festival de Bayreuth.  
            El 
              primer personaje wagneriano que encarnó fue la Venus de “Tannhäuser”, 
              por primera vez en Düsseldorf en 1948, bajo la batuta de Hollreiser. 
            De 
              especial importancia en su carrera fueron sus actuaciones bajo la 
              dirección de Wilhelm Furtwängler, como el “Parsifal” el Teatro Alla 
              Scala de Milán en 1951, o su grabación completa del ciclo de “El 
              Anillo del Nibelungo” (Brünnhilde en las tres jornadas) en los estudios 
              de la RAI de Roma. Con Furtwängler también grabó en estudio una 
              inolvidable toma de “La Walkyria”, primera entrega de un truncado 
              ciclo completo que el gran director se proponía grabar bajo el sello 
              EMI. 
            Bayreuth 
            1951-1960 
              Kundry en la nueva y revolucionaria producción de “Parsifal” firmada 
              por Wieland Wagner. En 1955, 1956 y 1967, además, cantó el solo 
              de contralto en el primer acto. 
              1951-1952 
              Gutrune y la Tercera Norna en “Götterdämmerung”. 
              1952-1953 
              Isolde en “Tristan und Isolde” con 
              Ramón Vinay, alternándose con Astrid Varnay. 
              1953-1959 
              Brünnhilde, alternándose con Varnay, en “Der Ring des Nibelungen. 
              1954-1955 
              Sieglinde en “Die Walküre”, alternándose con Varnay. 
              1962 
              Isolde de nuevo, esta vez en la nueva producción de Wieland, donde 
              Birgit Nilsson y Wolfgang Windgassen harían historia como pareja 
              escénica. 
              1967 
              Fricka en “Die Walküre”. 
              1966-1967 
              Waltraute en “Götterdämmerung”, su despedida absoluta como intérprete 
              wagneriano. 
            
              
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                | Como 
                  Kundry en la reapertura del Festival de Bayreuth en el verano 
                  de 1951 | 
               
             
            El 
              hito más grande de la carrera de Mödl fue su elección para encarnar 
              a Kundry en el “Parsifal” que sería el estandarte y paradigma ideológico 
              del Nuevo Bayreuth.  
            Hans 
              Knappertsbusch dirigió con solemnidad, consciente de lo que significaba 
              aquella producción, y sintiéndose heredero por derecho propio de 
              la tradición directorial romántica alemana.  
            El 
              reparto era absolutamente modélico. Wolfgang Windgassen compuso 
              un juvenil Parsifal, pleno de facultades. Ludwig Weber fue un venerable 
              y conmovedor Gurnemanz. George London fue el más sufriente Amfortas 
              que se haya visto, pletórico de voz. Hermann Uhde dio vida a un 
              maléfico Klingsor, sólo igualado por Gustav Neidlinger en sucesivas 
              ediciones del Festival. Hasta el Titurel de Arnold Van Mill estuvo 
              a la altura de las circunstancias. 
            Y 
              por supuesto los nuevos coros preparados por Wilhelm Pitz marcaron 
              una época. 
            El 
              documento sonoro (editado por Teldec, antigua Telefunken) sólo nos 
              permite adivinar la enorme magnitud de aquel acontecimiento, un 
              verdadero hito en la historia de la interpretación wagneriana. 
            Podemos 
              escuchar en el disco la Kundry más sufriente y derrotada por la 
              vida de toda la discografía, cansada de recorrer el mundo 
              en busca de su salvación. El canto de Mödl es perfectamente matizado 
              y expresivo: cada sílaba expresa el inmenso dolor del personaje, 
              también su compleja seducción del inocente, y su afán por ser salvada. 
               
            
               
                  | 
               
               
                | Otra 
                  fotografía de Mödl como Kundry en Bayreuth | 
               
             
            Atormentada 
              por el remordimiento de haber causado la caída de Amfortas y el 
              robo de la Sagrada Lanza por el perverso Klingsor, Kundry ha vagado 
              por Oriente buscando algún remedio para la sangrante herida del 
              Rey del Grial. De cuando en cuando, recuerda Gurnemanz, cae en un 
              letargo y desaparece, momento en el que el infortunio se cierne 
              sobre los caballeros del Grial.  
            Empujada 
              por el mandato de Klingsor, intenta confundir a Parsifal con los 
              recuerdos de su madre, intentando que el joven no distinga entre 
              el amor maternal de Herzeleide y el voluptuoso beso que recibe de 
              ella. Cuando Parsifal se espanta por el terrible beso, Kundry le 
              ruega que la redima por su amor. Relata entonces la historia de 
              su vida. En el camino del Calvario se encontró con el Salvador, 
              mas se rió de él. Por ello está condenada a vagar por el mundo en 
              busca de su redención, pero siempre caen en sus brazos nuevos pecadores. 
            Ante 
              la negativa categórica del joven de caer en la tentación femenina, 
              Kundry se enfurece y llama a aquél que castigó su risa, a Klingsor, 
              que sucumbe ante la inocencia y la compasión de Parsifal. 
            Será 
              ya en el último acto cuando Kundry, que ha aprendido la compasión, 
              liberada del yugo del mago, sea redimida de sus faltas y muera dulcemente 
              a los pies de Parsifal.  
            Tal 
              vez se pregunte el lector porqué he emprendido, sin proponérmelo, 
              un -brevísimo- análisis de las circunstancias vitales de Kundry. 
              La respuesta es bien sencilla: ninguna cantante que haya escuchado 
              transmite tan genialmente cada matiz de la personalidad de esta 
              mujer como Martha Mödl. En ella se escucha con claridad la derrota, 
              el tedio, el cansancio, las ansias de redención, pero también la 
              seducción, la voluptuosidad. Sólo una excepcional mujer de teatro 
              es capaz de semejante prodigio. Sobre un escenario tuvo que ser 
              exactamente irrepetible.  
            Discutida 
              su Kundry, ahora debemos dar algunas pinceladas sobre lo que supuso 
              el resto de su carrera como wagneriana. 
            Por 
              descontado Kundry fue su mayor logro, pero no son desdeñables sus 
              interpretaciones de Brünnhilde y de Isolde. 
            
               
                  | 
               
               
                | Con 
                  la copa del filtro de muerte en la mano, en el primer acto de 
                  "Tristan und Isolde" | 
               
             
            Son 
              curiosas las circunstancias que se dieron en 1954, en la premier 
              de “La Walkyria”, grabada para la posteridad. El tenor contratado 
              para cantar el papel de Siegmund estaba indispuesto, y Wieland Wagner 
              no encontró otra solución que la de avisar al ya mayor Max Lorenz, 
              que ya había sido Siegfried en 1952. 
            Martha 
              Mödl era aquella tarde Sieglinde, Astrid Varnay era Brünnhilde y 
              Birgit Nilsson era Ortlinde. Fue la primera y única vez que las 
              tres grandes sopranos dramáticas del Nuevo Bayreuth coincidieron 
              en escena. 
            La 
              Brünnhilde de Mödl es comparable en importancia a las otras grandes 
              intérpretes del personaje. Sus apuros con las tirantes frases agudas 
              de la hija de Wotan no empañan en absoluto su comprensión y transmisión 
              de las motivaciones psicológicas del personaje. Es la alegre walkyria 
              que comparte con Wotan el júbilo por la victoria de Siegmund, la 
              que no comprende la decisión de su padre de dar la espalda al welsungo, 
              la compasiva que salva a Sieglinde ofreciéndose como cambio ante 
              la ira del Dios, la mujer mortal enamorada de Siegfried al despertar 
              en la Roca, la ultrajada por la traición del amante, y finalmente 
              la mujer que acepta su destino y redime al mundo. 
            De 
              su Isolde, dijo Wieland Wagner que Martha Mödl es la personificación 
              de la doliente princesa del tercer acto, en contraposición a la 
              “vengativa” Astrid Varnay en el primero y la “amorosa” Birgit Nilsson 
              en el segundo. 
            De 
              nuevo Mödl se enfrentaba a problemas con una tesitura demasiado 
              aguda, pero saliendo al paso con una interpretación impecable. 
            Su 
              despedida final del repertorio wagneriano fue en 1967, cuando personificó 
              a Waltraute en “El Ocaso de los Dioses”, en la producción del recientemente 
              (1966) fallecido Wieland, bajo la dirección musical de Karl Böhm. 
              Por supuesto existe grabación en muy buenas condiciones de sonido 
              del evento, en el que fue el primer “Anillo” grabado y comercializado 
              (los ciclos con Knappertsbusch y Karajan de 1951, aunque registrados 
              por Decca, nunca han salido a la venta completos; los restantes 
              son tomas radiofónicas comercializadas por sellos privados) en el 
              Festival de Bayreuth (los otros dos están a años luz de éste: Pierre 
              Boulez en 1976 y años sucesivos, y el más reciente de Daniel Barenboim, 
              en 1992). 
            La 
              voz de Mödl se escucha prematuramente desgastada y poco firme, pero 
              aún así está aquí patente la gran wagneriana que ha sido. 
            
            Se 
              nos ha ido una de las máximas trágicas de la interpretación lírica, 
              que pasará a la historia del canto por sus inmensas dotes de interpretación 
              y por su concepción total de los personajes que encarnó. Ahí están 
              sus grabaciones para recordarla, y no olvidar el genio que se nos 
              ha muerto. 
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