Tristan
und Isolde
Un
poco de pan, un poco de agua fresca, la sombra de un árbol
y tus ojos. Ningún sultán más feliz que yo. Ningún mendigo
más triste. Omar Khayyam. Rubaiyat.
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La
bella Isolda. J.N. Paton |
Isolde, Princesa de Irlanda que muy pronto será Reina de Cornualles,
exige la presencia de Tristan que, con mano firme, guía el timón
del barco que ha de llevarla hasta su nueva patria. Pero sólo obtendrá
la negativa del héroe, el desprecio cruel de su escudero y las burlas
de la marinería. Así, en el Teatro de la Colina Verde, empezamos
a conocer la historia inmortal que ha definido el Amor en Occidente.
Comienza la tercera escena del drama; en ella, la voz de la cólera
y la desesperación de una Isolde ofendida y engañada se mezcla,
en la orquesta, con un motivo dominante: el de la herida de Tristán.
Los
nobles corazones
La mayoría de las versiones medievales del mito (Grato
pesar. Amarga dulzura) son parcas en lo que se refiere
al nacimiento del héroe, si exceptuamos la de Gottfried von Strassburg,
justamente la más cercana al drama de Wagner en el que únicamente
se hacen dos brevísimas, pero muy significativas, alusiones al tema,
al final del Acto segundo:
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Tristán
va a partir.
Isolda,
¿quieres seguirle?
En
el país en el que Tristán sueña,
no
brilla nunca el sol.
Es
el país sombrío de la eterna noche,
desde
el que mi madre
me
enviara
cuando
con la muerte me dio el ser,
ya
que pereciendo
me
dio a luz.
Allí
donde nací
y
que fue nido de su amor,
ese
maravilloso imperio de la noche
en
el que yo despertara un día,
te
lo ofrece Tristán
que
va a anticiparse en el camino.
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Tristán
e Isolda. Autor desconocido |
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Y
al comienzo del Tercer Acto, en el que la melancólica y bellísima
melodía del pastor, que habla sin palabras de anhelo y muerte,
le trae a Tristán el recuerdo del trágico final de sus padres.
Joseph
Campbell subraya, muy acertadamente, que tanto en el Tristán
de Gottfried como en la poesía de los trovadores el amor nace, durante
un momento de éxtasis estético, a través de la mirada y en el mundo
de la luz del día, pero, llegado al corazón, abre el profundo misterio
de la noche: ese espacio del todo y de la nada en el que los límites
se desvanecen. En este sentido la historia de los padres de Tristán
prefigurará la de su hijo. Tampoco, en ella, el amor y el goce,
la desesperación y el éxtasis, la vida y la muerte, serán contrarios
que se armonicen, sino que serán, en y por el amor, una sola y misma
cosa. Pero únicamente los corazones nobles pueden entender
estos propósitos y, por lo tanto, es a ellos a los que el juglar
alemán dirige su poema: Quien posee un amor profundo, por mucho
que le duela, no deja que su corazón renuncie a él. Cuanto más arden
sus férvidos deseos de amor en su hoguera de amor, mayor es el dolor
con que él puede amar. Tal aflicción es tan grata y el dolor tan
bueno, que ningún corazón noble prescinde de ello, pues son los
que lo convierten en aquello que es.
Blancaflor
y Rivalín
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Rivalín
y Blancaflor. Manuscrito de Munich |
Empieza Gottfried su extenso poema con el retrato de Rivalín, el
príncipe de Parmenia (otros dicen de Leonís) en el que destacan
todas las virtudes de la nobleza y de la juventud, pero algo sobrado
de arrogancia, aunque no por maldad sino por poca experiencia, lo
que le lleva a atacar a un caballero bretón al que debía vasallaje:
el duque de Morgan. Cansado de tanto guerrear y aprovechando un
año de tregua, decide visitar la famosa corte del joven y prestigioso
rey Marc de Cornualles y, en un barco, llega hasta ella para ser
recibido con todos los honores. En las fiestas de mayo, durante
el transcurso de un torneo, el rey apareció acompañado de su hermana
Blancaflor y una mirada hizo que sus corazones sintieran, de inmediato,
la pena y el júbilo del amor. Pronto Marc tiene que luchar contra
un rey invasor y Rivalín cae en el combate atravesado por una lanza.
Sabiéndole, como toda la corte, muy malherido, Blancaflor pide ayuda
a una de sus institutrices para poder verle por última vez. Al descubrir
la muerte en su cara, cae desvanecida con el rostro pegado al de
Rivalín. Al despertar sus besos despertaron también los sentidos
y el vigor del joven que, vuelto a la vida, la tomó en un amoroso
abrazo. Poco después, llegaron noticias a la corte de Marc de que
el duque de Morgan había invadido sus tierras y Rivalín tuvo que
hacerse a la mar, camino de Bretaña, para defenderlas. Le acompañó
Blancaflor no sólo por su gran amor hacia él sino también porque
esperaba un hijo suyo y, si no quería perder honra y fama,
no podía mostrar su estado en la corte de su hermano el rey Marc.
Poco después de llegar a Bretaña, Rivalín y Blancaflor se casaron
y ella esperó a que acabara la lucha contra Morgan en el castillo
de Canoel (el Kareol de Wagner). Esperó en vano. Cuando conoció
la muerte de su esposo, no derramó una lágrima, no pronunció una
queja: entre grandes dolores dio a luz a su hijo y murió. El fiel
mariscal Foitenant, por miedo a que Morgan pudiera hacerle algún
daño, se hizo pasar por el padre del niño al que bautizó con el
nombre de Tristán: puesto que oí de labios de su padre cuáles
fueron sus sentimientos respecto a su Blancaflor, y con qué gran
dolor su madre satisfizo su anhelo al concebir este niño en la tristeza
y darle luego la vida con mayor tristeza aún, creo que deberíamos
llamarle Tristán. Gracias a la lealtad del buen mariscal y a
la esmerada educación que le dio su maestro Curvenal (Wagner lo
convertirá en Kurwenal, su leal escudero), el niño fue creciendo
en nobleza, inteligencia y encanto.
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El
nacimiento de Tristán. A. Hugues |
Las
argucias del destino
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El
rey Marc. S. Dalí |
Una de las características de los héroes míticos en Occidente es
la del doble nacimiento o doble paternidad. La tradición
griega, de Hércules a Edipo pasando por Perseo o Paris, nos da múltiples
ejemplos de ello. Todos estos personajes, en un momento determinado
de sus vidas (que suele ser el del inicio de la edad adulta), descubren,
de una manera aparentemente casual, que su auténtico origen es divino
(Hércules y Perseo son, en realidad, hijos de Zeus) o regio (Edipo
y Paris son, por nacimiento, príncipes de Tebas y Troya respectivamente).
Lo mismo ocurre en la mitología germano escandinava en donde el
máximo héroe, Sigfrido, a quien Mime hace de padre, en realidad,
es hijo del rey Sigmundo y, por lo tanto, de la divina estirpe de
Wotan/Odín. Tristán no será ajeno a esta doble paternidad que identifica
a tantas figuras míticas indoeuropeas y, llegado el final de la
niñez, lo que parece azar, pero es un implacable destino, le llevará
al lugar que le corresponde por su noble nacimiento.
Cuando
el muchacho estaba a punto de cumplir catorce años y había asombrado
a todos los que le rodeaban por su constancia y destreza en el aprendizaje
de todas las ciencias y las artes, eruditas y cortesanas, es raptado
por unos mercaderes noruegos que piensan sacar partido de sus extraordinarias
aptitudes. Una casi sobrenatural tormenta hace que se arrepientan
de su crimen y abandonan al joven en las costas de Cornualles. Su
dominio de la caza, de los idiomas y de los instrumentos de cuerda,
fascina a todos los que se encuentran con él y, muy en especial,
al rey Marc, que convierte al muchacho en su más cercano compañero,
mientras el fiel Roal de Foitenant le busca, desesperado, por todo
Europa, hasta que llega a Cornualles y desvela el misterio de su
origen. En términos mitológicos, Tristán ha finalizado sus años
de vida oculta para que pueda comenzar su epifanía
o manifestación heroica, siguiendo el ejemplo de las grandes
figuras míticas indoeuropeas (Tiempo
de héroes).
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La
vigilia. J. Pettie |
El
rey Marc le nombra caballero, le da la mitad de sus posesiones y
hace de él su sucesor. Pero la primera de sus hazañas consistirá
en volver a su tierra de nacimiento y vengar, en la figura del duque
de Morgan, la muerte de su padre; aunque no será ésta la única ni
la más importante de las gestas que le impone el destino para que
afirme su condición heroica; también habrá de luchar contra el gigante
Morold, al que Wagner convierte en prometido de Isolda (quizá, para
intensificar los sentimientos encontrados que luchan en el corazón
de la reina) pero que, en la tradición medieval, es su tío materno.
Jean Markale sugiere que estamos frente a un antiquísimo personaje
de la mitología irlandesa, perteneciente a la raza de los fomore,
misteriosos gigantes que viven en las islas que rodean el país y
que bien pudieran representar, como los titanes o los gigantes germano
escandinavos, a las terribles fuerzas de la naturaleza.
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Destino.
J.W.Waterhouse |
En
cualquier caso, Morold, cuñado del rey Gurnum el Audaz de Dublín
(padre de Isolda), llega a Cornualles con la intención de cobrar
un tributo de sesenta muchachos; lo que nos hace inmediatamente
pensar en la deuda que Atenas tenía que pagar al rey Minos de Creta
para alimento del monstruoso Minotauro. En la leyenda griega, el
héroe Teseo se unirá voluntariamente a estos jóvenes y, gracias
a la ayuda de Ariadna (hija de Minos), conseguirá matar al fantástico
ser y huir con la princesa. En la leyenda medieval, el héroe Tristán
reta al gigante Morold, en un combate a vida o muerte, para librar
a Cornualles del cruel y humillante tributo en vidas que ha de pagar
al rey de Irlanda, y conseguirá vencerle, asestándole un golpe
tan profundo en el yelmo que cuando sacó el arma, un trozo de hoja
quedó clavado en el cráneo, lo que a su debido tiempo sería fuente
de gran riesgo y angustia. Sin embargo, antes de su muerte,
Morold ya había alcanzado a Tristán y emponzoñado la herida con
el veneno de su espada. Nos encontramos, de nuevo, ante lo que podría
entenderse como azar y no es sino voluntad implacable del destino
que, ya nos lo había adelantado Gottfried, le llevaba al amor, ese
amor que, aunque aún faltara mucho tiempo, se cumpliría en él cuando
llegara el momento. El momento está a punto de llegar. El regocijo
de Cornualles fue dolor en Irlanda, a la que Tristán mandó llevar
la cabeza de su adversario, y, sobre todo, dolor para la reina,
hermana de Morold, y su hija Isolda. Gurnum el Audaz decretó que
cualquier hombre o mujer que se acercara a sus costas, procedente
de Cornualles, debía de ser ajusticiado inmediatamente. Mientas
tanto, el veneno de la herida de Tristán se iba extendiendo por
todo su cuerpo y el hedor de su podredumbre se hacía insoportable.
Pero sabía que sólo podría curarle el arte de la reina de Irlanda,
así que, tras muchas vacilaciones, decidió arriesgar, para salvarla,
la poca vida que aún le quedaba y se puso en camino del país enemigo.
De
nuevo el mar le llevará a cumplir su destino. El dolor de Isolde
empezará a recordarlo, en el escenario de la Colina Verde, mientras
Tristán guía otra nave hacia los abruptos acantilados de Cornualles:
En
una barca,
Pequeña
y frágil
Que
erraba por las costas de Irlanda,
(cantará
la reina)
Yacía,
enfermo
Y
debilitado, un hombre
Desvalido
y moribundo…
Bibliografía:
Campbell,
J; Las máscaras de Dios. Mitología creativa. Madrid, Alianza
Editorial, 1992.
Eilhart
von Oberg y Gottfried von Strassburg; Tristán e Isolda. Madrid,
Siruela, 2001.
Markale,
J.; Pequeño diccionario de mitología céltica. Barcelona,
Olañeta, 1993.
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