Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
IN FERNEM LAND... 

LOS MURMULLOS DE OTROS BOSQUES

TRISTAN UND ISOLDE

A Gerardo Soriano

 

¡Oh, júbilo delirante e insaciable de la unión en el eterno más allá de las cosas! Despojados de la tortura del error, libres de las cadenas del espacio y del tiempo, se fundieron en un deleite sublime el tú y el yo, el mío y el tuyo. El pérfido deslumbramiento del día podía separarlos, pero su mentira presuntuosa ya nunca sería capaz de engañar a los videntes de la noche desde que la fuerza del filtro mágico les había dado el poder de la mirada.
T. Mann.
Tristán.
                       
Lai de la Madreselva

Cuando Isolde apaga la antorcha contra el suelo, Brangäne sube, consternada, la escalinata exterior del castillo que termina en el dormitorio de la reina. Ésta, llena de ansiedad, lucha, mientras tanto, contra la negrura de la noche, para  escudriñar la alameda que lleva a su  jardín. La impaciencia es grande; a lo lejos, cree haber divisado a Tristan. Se pone de puntillas, para asegurarse, y sube rápidamente la escalinata, agitando su velo con fuerza. Por fin, ambos corren al encuentro del otro. Comienza, en el Teatro de la Colina Verde, la Segunda Escena del Acto Segundo.

Ars Amandi

Tristán e Isolda. W. Turnball

En todas las versiones del mito, los amores de Tristán e Isolda se despliegan en edénicos vergeles (siguiendo puntualmente la tradición trovadoresca) pero no tardan mucho en ser descubiertos, aunque por distintos medios. En las  comunes (la francesa de Béroul y la alemana de Eilhart von Obert) un enano malvado y los barones traidores (el número varía de un texto a otro) se encargan de hacer partícipe de su deshonra al rey Marcos, cumpliendo así con las costumbres del Amor Cortés en el que los amantes se ven despiadadamente acechados por celosos y maledicentes (gelos y lozengiers). Los nobles felones actuarán, aquí, por celos, no causados por el amor sino por la ambición de poder: desean que el heredero de Marcos sea expulsado del reino. En cuando al enano (Frocín, en Béroul, el bufón del rey) simboliza, fiel a la mitología y el folklore indoeuropeos, las fuerzas de la tierra, monstruosas, oscuras y mágicas (se nos presenta como adivino) y, a su vez, enclavado en la cultura judeocristiana en la que se redacta nuestra historia, representa la fuerza del mal (por si hubiera alguna duda, en la versión alemana, el compañero del enano se llama Satanás). Puede extrañarnos que estos personajes, tan vilipendiados en los textos medievales, no digan más que la verdad, pero no podemos olvidar que uno de los preceptos básicos del Amor Cortés (recogido por Andrea Capellanus en su Tractatus amoris, - hacia 1186-, codificación precisa de este arte de amar que nace en Occitania) es el de no divulgar jamás los secretos de los amantes. Por otro lado, un original episodio de la versión cortesana de Gottfried parece ahondar en la idea de que Tristán tiene más derecho moral sobre Isolda que el rey Marcos. El minnesänger reduce a un solo personaje las figuras de los caballeros felones: Maryodo que descubre el secreto de su más íntimo amigo de una curiosa manera.

El enano Frocín. S. Dalí

 

El sueño del senescal

            Tristán y Maryodo compartían alojamientos comunes en el castillo de Marcos. Al senescal le gustaba oír las bellas historias que contaba el sobrino del rey y, así, se quedaba dormido muchas noches, ocasión que aquél aprovechaba para salir furtivamente en busca de Isolda. En uno de esos momentos, Maryodo vio, en sueños, cómo un terrible jabalí salía del bosque y llegaba hasta la corte arrasándolo todo. Ni la servidumbre, ni los caballeros podían detenerlo y tampoco se atrevían a luchar con él. Al llegar a las habitaciones del rey, derribó la puerta, revolvió y manchó su cama, sin que nadie se lo impidiera. El senescal se despertó inquieto y quiso, inmediatamente, contarle su pesadilla a Tristán, pero no lo encontró allí. Siguió su pista a través de la nieve y terminó descubriéndole en brazos de la reina. Así, se despertó en él un gran odio hacia su antiguo amigo, producido por los celos, ya que también él estaba enamorado de Isolda, y puso sobre aviso a Marcos comentándole que corrían rumores en la corte acerca de su esposa y su heredero.

Jabalí celta. Tesoro de Neuvy Tristán e Isolda. E. Paul

 

Pero detengámonos, por un momento, en el sueño de Maryodo desde el punto de vista simbólico. Mientras el jabalí es, para la tradición judeocristiana, un animal, además de salvaje, sucio e impuro (por su cercano parentesco con el cerdo), representa, sin embargo, para los pueblos celtas (origen del mito que analizamos), la autoridad espiritual, además del ímpetu, la fuerza y el coraje que siempre deben de adornar a los más intrépidos combatientes. No debe de resultarnos paradójica esta doble simbología espiritual y guerrera ya que, para los celtas, la función bélica está totalmente sometida a la autoridad religiosa, lo que también se hace patente en que el mismo animal representa además las fuerzas del más allá y la idea de inmortalidad. Siguiendo esto y recordando que Gottfried recalca, en su versión, que el rey Marcos no es digno del amor de Isolda (ya hemos visto que, cegado por el deseo, no sabe distinguir una reina de una sirvienta: ¡Qué deprisa llega el alba!), podríamos interpretar este sueño no como el acto animal de Tristán mancillando el lecho del rey sino como el ímpetu del guerrero que, gracias a su fuerza, su arrojo y su pureza de espíritu es más digno del amor de Isolda que aquél que únicamente detenta el poder temporal.

Camino del bosque

Sea como fuere, gracias a las insidias de senescales traidores, enanos malvados y caballeros felones, los enamorados tienen que aguzar el ingenio y servirse de múltiples astucias para acallar los recelos del rey que se convierte, entonces, en el ejemplo perfecto del gelos (celoso) en la Fin’amor. En un primer momento, distintas tretas les salvarán del peligro, pero los amantes no conseguirán prolongar eternamente su engaño: Marcos terminará por obtener las pruebas irrefutables de la traición. Con pequeñas variantes, Béroul y Eilhart von Oberg narran cómo el astuto y malvado enano esparce harina en el suelo que va de la cama de Tristán hasta la de Isolda (aquí hay que puntualizar que, entre las costumbres medievales anteriores al final del siglo XII estaba la que permitía tanto a algunos caballeros del rey como a sus pajes dormir en la cámara matrimonial, lo que da cuenta de la antigüedad de la versión francesa). El héroe descubre la trampa del enano y, para no dejar huellas en la harina, da un salto hasta el lecho de Isolda, con lo que una de sus heridas se abre, dejando a la reina manchada de sangre y descubriendo, así, su auténtica relación.

Tristán y la reina Isolda. S.H. Meteyard

Llegados a este mismo punto también aparecerá, en la versión de Gottfried, el pequeño Melot de Aquitania; vemos, así, cómo Wagner unifica los personajes del senescal Maryodo y del enano en el del caballero Melot: el amigo traidor de Tristan que también ama a Isolde. En el texto alemán, aparecerá así mismo el episodio de la harina, que no servirá para descubrir a los amantes aunque sí para avivar, aún más, las sospechas en el corazón del rey Marcos. Pero, poco antes de estos acontecimientos, encontramos una nueva pista de la tradición celta que está en la base del mito: desde el momento en el que los amantes se sienten espiados, Branguena urde una treta para que se puedan encontrar sin peligro: cuando Tristán crea que la ocasión es propicia, se dirigirá al jardín; con una rama de olivo, hará astillas, en las que grabará por cada lado las iniciales T e I, y las arrojará al arroyuelo que llega hasta la puerta de los aposentos de la reina. Cuando ésta las descubra sabrá que su amante la espera en el jardín y se reunirá con él. Se puede encontrar el mismo motivo en la leyenda irlandesa de Diarmaid y Grainne, prototipo celta del Tristán (Grato pesar. Amarga dulzura), aunque en este caso las astillas indiquen al rey Finn el lugar del bosque en el que se esconden los amantes. En otro relato celta, La muerte de Cûroi, la mujer de Cûroi da cita a su amante Cuchulainn, vertiendo leche en un río.

Volviendo a nuestra historia, el pequeño Melot de Aquitania había descubierto a Tristán y a Isolda en el jardín; se multiplicaron entonces las trampas de los traidores junto con las sospechas de la corte y del rey. Pero el Marcos de Gottfried (el más cercano, en carácter, al de Wagner), en contraste con los de las versiones comunes, sólo se rendirá a la evidencia leyendo en los ojos de la reina y su sobrino la mutua adoración. Lleno de dolor, pero también de generosidad y compasión, renuncia a la venganza y permite que, juntos, abandonen la corte y el país. Por el contrario, los demás reyes (exceptuando el de Thomas d’Angleterre que tiene muy poco protagonismo en la historia) se encolerizan y, ciegos de odio, condenan a los amantes a una muerte ignominiosa: en Béroul el mismo rey recoge sarmientos para alimentar la hoguera a la que les condena sin juicio previo, pese a las protestas de todo el reino, y, ante la petición de clemencia de Isolda, decide entregarla a un leproso y a sus cien compañeros para que su vida sea mucho más dolorosa que su muerte (encontraremos el mismo episodio en el texto alemán de Eilhart). Afortunadamente, cuando la reina ya ha sido entregada al leproso, Tristán, que había conseguido huir de sus captores, la libera y se lanza con ella, a galope tendido, hacia el bosque de Morois.

Isolda observa a Tristán. W.R. Flint

El bosque en el que se refugian los amantes debería ser no sólo el equivalente simbólico del jardín aunque, esta vez, libre de miradas espías y acusadoras, sino también, siguiendo la tradición celta, un auténtico santuario de la Naturaleza que acoge y, en cierto modo, sacraliza los amores de Tristán y de Isolda, precisamente en lo que tienen de natural, frente a la artificial imposición de un matrimonio por razones de estado. Pero no es del todo así, ya que los autores de las versiones comunes son bastante críticos con estos amores culpables y, también, están imbuidos por un espíritu realista que no obvia las evidentes incomodidades de una vida agreste. Esto llevará a que los efectos de la poción, como hemos visto (El filtro de amor), terminen en donde comienzan las penurias. Algo muy diferente nos encontraremos en la versión cortesana y mucho más idealista de Gottfried. No se tratará aquí de un bosque (que nos recuerde a las ensoñaciones de Siegfried, aunque en su entrada hay tres tilos de frondosa hojarasca) sino de una cueva: la gruta del amor (Minnegrotte), descrita como un fantástico templo en el que el altar es un lecho tallado en purísimo cristal. Allí se puede leer una inscripción que lo consagra a la diosa del amor.

En el Teatro de la Colina Verde Tristan e Isolde cantan al ¡Supremo gozo del amor! Entonces,  se oye un grito angustiado de Brangäne y Kurvenal entra impetuosamente en escena blandiendo la espada…

 

Bibliografía

Campbell, J.; Las máscaras de Dios. Mitología creativa. Madrid, Alianza, 1992.
Eilhart von Oberg y Gottfried von Strassburg; Tristán e Isolda. Madrid, Siruela, 2001.
Markale, J.; La femme celte. Mythe et sociologie. París, Payot, 1972.
Markale, J.; El Amor Cortés o la pareja infernal. Barcelona, Olañeta, 1998.
Riquer I. de (Edición  cargo de); La leyenda de Tristán e Iseo. Madrid, Siruela, 1996.