Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
IN FERNEM LAND... 

LA ÚNICA Y FINAL REDENCIÓN

TRISTAN UND ISOLDE

Cuando los ojos beben la alegría en otros ojos,
cuando el alma entera se anega en otra alma,
cuando el ser se encuentra en otro ser
y está próximo el objetivo de todas las esperanzas

enmudecen los labios, silenciosos en su asombro
y nuestro corazón secreto ya no tiene ningún anhelo.

El hombre reconoce el sello de la Eternidad
y resuelve su enigma, Santa Naturaleza.

Mathilde Wesendonck. Detente.

 

 

           

 

 

Mathilde Wesendonck. F.Hass

            ¡Oh! ¡No nos destruyamos así! No tengamos por el mundo más que desprecio: sólo de eso es digno. Pero ¡que nuestro corazón no alimente, a este respecto, ninguna ilusión! Es malo, malo, profundamente malo. Sólo el corazón de un amigo, únicamente la lágrima de una mujer pueden librarnos de su maldición… ¡¡Pertenece a Alberich, y a nadie más!! ¡Acabemos con ello! ¡Basta ya! Ahora conoces mi estado de ánimo: no se trata de una exaltación pasajera. Es duro y sólido como el diamante. Sólo él me da fuerzas para arrastrar el fardo de la vida. Pero, de ahora en adelante, necesito permanecer inexorable en él. Odio con un odio mortal todo lo que es apariencia. No quiero más esperanza, porque esperar es engañarse a uno mismo. Y, sin embargo, esta carta, que Wagner escribe a su amigo Liszt (se cree que a principios de octubre de 1854), nos habla de un extraño consuelo que calma la amargura que, en misivas anteriores, sólo le hacía desear, como a su Wotan en la segunda escena de La Walkyria, Das Ende! (¡El fin!): Para mí sólo hay una liberación: ¡la muerte! ¡Oh! ¡Qué dicha si me alcanzase en plena tempestad y no en mi lecho de dolor! ¡Sí! quisiera perecer en el incendio del Walhall! Examina bien mi poema, contiene el comienzo y el final del mundo, le escribía a Liszt el 11 de febrero de 1853.

El sentimiento trágico de la vida

Vista del Lago de Zürich (detalle). E. Labhardt

¿Qué llevó al Maestro del Leipzig a este estado de desesperación, que le hizo coquetear con el suicidio, y qué le sacó de él convirtiéndolo, casi inmediatamente, en esa monumental obra de arte que es su Tristán? Quizá, lo más “romántico” sería decir que su apasionado (acaso por imposible) amor hacia Mathilde Wesendonck… Lo más “romántico” pero no lo más real. Mathilde sólo fue, lo que no le quita ningún mérito, el elemento catalizador de una larga serie de circunstancias, históricas y personales, que se inician con el fracaso revolucionario de 1849 en Dresde (El nuevo Evangelio de la felicidad): la primera de sus grandes desilusiones y la que le lleva a la soledad de un exilio que, de 1850 a 1854, le hace sentirse incomprendido, desgraciado y, sobre todo, impotente: el hombre de acción que iba a cambiar el mundo ve cómo fracasan sus sueños, mientras el joven idealista no llega a explicarse por qué el universo no ha conspirado para cumplirlos; y es que aún no se ha parado a reflexionar. Quizá no ha tenido tiempo para ello. Un poco más tarde, será esa reflexión, iluminada por la lucidez sin concesiones de Arthur Schopenhauer, la que le empiece a traer la serenidad y el equilibrio que, no nos engañemos, requiere toda gran creación.

            Así, en vísperas de conocer en profundidad el pensamiento de Schopenhauer, Wagner, como comenta en su autobiografía, se siente desorientado e intuye que, antes de emprender el enorme esfuerzo que requiere la orquestación de su drama sobre los Nibelungos, necesita de la existencia apacible y armoniosa que no encuentra en un Zurich donde todo es vacío y tan gris como su cielo a los ojos del músico; donde Minna, su mujer, se muestra cada vez más incapaz de comprenderle (Mi muy precipitado matrimonio con una mujer digna de estima, pero que no me convenía de ningún modo, ha hecho de mí y para siempre un paria, le comenta a Liszt en enero de 1854) y su situación financiera es del todo caótica, ya sus óperas (Lohengrin y Thannhäuser) tienen muchas dificultades para verse representadas y no recibe a penas otros encargos, lo leemos en una carta  a su discípulo von Bülow, en el verano de ese mismo año: Que me encuentro en una situación verdaderamente preocupante, no podría negarlo: casi  no tengo ninguna otra oferta para este otoño, y eso me quita la última esperanza de mantenerme sin un milagro. En lo que a mí respecta le pediría uno al diablo, vendería lo que tengo y –por supuesto- dejaría Zurich para ir Dios sabe dónde. Pero mi mujer no soportaría una nueva mudanza. También siente que el exilio sea la causa de que nunca haya visto en escena su Lohengrin, a la vez que se queja amargamente a Röchel, a comienzos del 54, de la forma en la que se realizan las escasas representaciones de su arte: Como no lo veo, me he vuelto relativamente insensible a esta prostitución de mis obras. Por si esto fuera poco, aunque se siente admirado por el círculo musical de la ciudad y una pequeña sociedad de fieles, no encuentra en ellos el calor que necesita y le pesan más la condena a perpetuidad de Röckel, la lejanía de Liszt o la muerte de Theodor Uhlig (1843) cuyas cartas eran, para Wagner, los únicos lazos que le unían  al resto del mundo; un mundo en el que la obra a la que le dedica todo su esfuerzo (compone en estos momentos la partitura del Oro de Rin y trabaja en el segundo acto de La Walkyria) es prácticamente imposible de representar; un mundo en el que casi únicamente su loro y su perro le acompañan (En suma, vivo actualmente con los animales y, sobre todo, es con ellos con quien hablo le confesará a Minna en septiembre del 54).

El bálsamo de Anfortas

Partitura autógrafa del Tristán

Pero entonces también será el de Wagner un mundo en el que se va perfilando, cada vez con más fuerza, la exquisita silueta de Mathilde Wesendonck que le habría de procurar toda la alegría de amar y el todo el sufrimiento del amor. El marido era un rico comerciante en sedas, que había ayudado con generosidad a Wagner, siempre amenazado con la bancarrota, mientras ella le proporcionaba al Maestro, además de la belleza, la comprensión y la afinidad intelectual que Minna no podía ofrecerle; fue precisamente el escándalo que provocaron los celos de esta última lo que precipitó el viaje de Wagner a Venecia y el distanciamiento definitivo. Nueve años más tarde le escribiría a su amiga Elisabeth Wille: Estos días tengo la intención de volver a escribir a los Wesendonck. Pero sólo puedo escribirle a él. Amo demasiado a su mujer, mi corazón se muestra tan pleno, tan emocionado cuando pienso en ella, que no puedo acercarme con formas que, más que nunca, serían para mí forzadas y artificiales. Pero no puedo describirle el estado de mi corazón sin traicionar a su marido a quien aprecio y estimo profundamente… Por eso se lo digo a Usted: ella continúa siendo mi primer y único amor. Pero volvamos atrás en el tiempo.

Acabamos de ver cómo, en el otoño de 1845, todas las circunstancias convergen para que Wagner, quien probablemente ya hubiera conocido, aunque de manera superficial, dos años antes la filosofía de Schopenhauer (El mundo es mi representación), buscara  el consuelo que en ella pueden encontrar aquéllos que, como él, sienten el profundo dolor de la existencia; porque, sin ocultar el sufrimiento que encierra el mundo a causa del egoísmo, el pensador señala las vías que permiten superarlo para alcanzar, así, la plenitud.

Schopenhauer. L.S.Ruhl

Pero vayamos a la correspondencia del Maestro con Liszt, en diciembre de 1854, precisamente en la misma carta en la que anuncia su Tristán: Junto con mis trabajos musicales que progresan lentamente, sólo a un individuo, que ha venido a mí en mi soledad –aun cuando sólo en forma literaria- como un regalo del cielo, me he dedicado en el presente. Se trata de Arthur Schopenhauer, el filósofo más grande después de Kant (…) A su lado ¿qué son los Hegel y compañía?: ¡charlatanes! Su idea capital, la negación final de la voluntad de vivir, es de una terrible gravedad pero es la única redentora. Naturalmente no es nueva para mí y nadie puede realmente concebirla mientras no la haya vivido. Naturalmente, no era nueva para él: en toda su obra anterior (como en la que habría de venir, pero esta vez de manera consciente) encontramos seres  atormentados que aspiran a la muerte para, a través de ella, alcanzar la redención. Resulta curioso constatar cómo muchos de sus personajes (el Holandés que implora por su eterna destrucción, Wotan clamando por ¡El fin!, Thannhäuser que, arrancándose de los brazos de Venus, sólo aspira a la muerte, Amfortas para quien morir es la única y suprema gracia, qué decir de Kundry…) están auténticamente “condenados” a vivir; pero es que si nos remontamos a 1826 (Wagner tenía entonces 13 años) y a su Leubald, una tragedia en cinco actos que nunca llegó a musicar, podremos leer: (Muerte) ¡Palabra mágica! Si supieras lo que significa morir, me amenazarías con la vida no con la muerte.  Por lo tanto, desde el primer hasta el último drama de Wagner encontramos esa nostalgia de la muerte a la que Schopenhauer llamará negación de la voluntad de vida. Para el pensador de Dantzig, el hombre sólo puede liberarse de la tiranía del deseo (y con ello del egoísmo que lleva a la infelicidad) renunciando al querer-vivir; ya que, mediante la adquisición de la plena consciencia de sí mismo y del mundo que le rodea,  ha reconocido que el mal y el dolor son la esencia misma de la vida. Pero esa negación de la voluntad de vida no tiene nada que ver con el suicidio sino con la aceptación de un destino mortal que, junto con la renuncia a todo deseo, permitirá abolir y transcender ese egoísmo causante de toda la infelicidad que habita en nuestro engañoso universo de apariencias.

Muerte ¿dónde está tu victoria?

            Sin embargo, esa nostalgia de la muerte, esa negación de la voluntad de vida no es sólo la búsqueda de la paz definitiva, es ante todo, como ya hemos adelantado, lo que permite la expiación de las faltas: la redención. A esta redención se llega, según Schopenhauer, transitando los caminos del arte, el sufrimiento y el amor. Pero un amor entendido como piedad, como compasión, muy distinto del amor Eros, del amor sensual. Vayamos a la obra cumbre del filósofo, El mundo como voluntad y como representación: Antes de pasar adelante y de mostrar, a modo de conclusión de mi doctrina, que el amor (…) conduce a la redención, al abandono completo de la voluntad de vivir, o sea de toda volición en general, y cómo otro camino menos suave pero más seguido, conduce también al mismo punto, habré de explicar otra afirmación paradójica, no en cuanto tal sino por ser verdadera y porque es el complemento de todo mi pensamiento. Es ésta: “Todo amor (α̉γάπη, charitas) es piedad” (I, LXVI). Indudablemente, la Tetralogía ilustra a la perfección este párrafo y no porque acabe con el motivo, tan schopenhaueriano como acabamos de ver, de la redención por el amor, si no porque Wotan se convierte en el paradigma de la redención por el dolor, esa otra vía menos suave a la que se refiere el filósofo (aunque la piedad tampoco le sea ajena, recordemos que es  por amor a un mundo por lo que no puede permitir que éste caiga en manos de Alberich, quien sí ha renunciado explícitamente al amor); también, recorriendo los caminos entrelazados del dolor y el amor, Brünnhilde será redimida y redentora, cabe recordar que el motivo que cierra  El Anillo del Nibelungo se escucha por primera vez cuando la Walkyria, llena de piedad, salva a Sieglinde de la ira de Wotan. Esto por no hablar del sapiente por compasión que es Parsifal, el último de los héroes wagnerianos, también redimido y redentor. Pero antes de llegar a este Festival Escénico Sacro, y en un momento especialmente doloroso de su existencia, Wagner nos ofrece, con su particular versión de la leyenda de Tristán, el ejemplo perfecto de la metafísica del amor tal y como nos la presentó Schopenhauer; dando, además, un paso más allá del filósofo al ampliar su concepto de amor redentor, presentándonos el amor entre un hombre y una mujer, el amor nacido del instinto puramente sexual, engrandecido por la pasión noble y dolorosa de los que lo sienten, como un camino que también puede llevar a la plenitud del ser libre de las tiranías del tú y el yo, anegado, abismado en el Absoluto…

Höchste Lust!

La bella dama. Waterhouse La Danaïde. Rodin

 

 

Bibliografía

Lichtenberger, H.; Wagner. París, Alcan, 1909.
Sans, É.; Richard Wagner et Schopenhauer. Toulouse, ÉditionsUniversitaires du Sud, 1999.
Schopenhauer, A.; El mundo como voluntad y como representación. México, Porrúa, 1998.
Wagner, R.; Mi Vida. Madrid, Turner música, 1989.
Wagner, R.; Lettres de Richard Wagner à Minna Wagner. París, Gallimard, 1943.