HABEMUS
TRISTÁN!
Berlín,
Lunes 21 de Abril de 2003. Staatsoper Unter den Linden. R. Wagner:
Tristán e Isolda. Dirección escénica de Harry Kupfer; escenografía
de Hans Schavernoch, con figurines de Buki Shiff. Ben Heppner (Tristán);
Kwangchul Youn (Rey Marke); Waltraud Meier (Isolda); Andreas Schmidt
(Kurwenal); Reiner Goldberg (Melot); Resemarie Lang (Brangäne);
Stephan Rügamer (Un pastor); Klaus Häger (Un timonel); Dietmar Kerschbaum
(Voz de un joven marinero). Coro de la Deutsche Staatsoper Berlin
(Director: Eberhard Friedrich). Staatskapelle Berlin. Daniel Barenboim,
director musical.
Esta
función de Tristán e Isolda cerró con brillantez el Festival
de Pascua 2003 de la Staatsoper Unter den Linden, que además ofreció
una controvertida Traviata con dirección escénica de Peter Mussbach,
tres conciertos de la Orquesta Sinfónica de Chicago y un recital
de Ben Heppner. A excepción del recital, los conciertos y las veladas
operísticas fueron dirigidas por Daniel Barenboim, director musical
de la Staatsoper y protagonista absoluto del Festival.
La
producción de Harry Kupfer, tercera suya de Tristán, después
de las realizadas para los teatros de Dresde (1975) y Mannheim (1983),
visitó el Teatro Real de Madrid el año 2000 con motivo del primer
Festival de Verano pocos meses después de su estreno berlinés. La
escena está dominada por una gran figura femenina alada, de gran
belleza, con rostro y codos semienterrados en gesto de dolor. En
el foro hay un cementerio, en una de cuyas tumbas está inscrita
la palabra alemana “Ehre” (honor), concepto central en la visión
que Kupfer tiene de la historia: el código de honor, las convenciones
y dogmas sociales hacen imposible el amor de Tristán e Isolda, que
abrazan la muerte renunciando a encontrar una solución. La presión
social se simboliza en los ropajes victorianos de riguroso negro
de los cortesanos de Marke, figuras que irrumpen en el fondo del
escenario acompañando las apariciones del Rey, permaneciendo inmóviles
y ajenos a la escena, como al acecho.
La
figura alada (¿ángel caído? ¿Ícaro?) girando sobre una plataforma
y ofreciendo distintas perspectivas, es barco, jardín, acantilado…La
cambiante iluminación evita la sensación de monotonía que puede
invadir al espectador al estar viendo todo el tiempo el mismo decorado,
creando sugestivos ambientes y sirviendo asimismo para diferenciar
los tres actos del drama. El primer acto es blanco, sol intenso
durante la travesía a Cornualles; negro cuando Tristán e Isolda
beben el filtro y se sumergen en su mundo, aislados de todo. El
segundo acto es azul, la noche. En el tercero la luz vira del blanco
al negro pasando por morado, rojo y breves instantes de azul.
A mi
modo de ver, el único inconveniente grave de esta producción es
lo azaroso de las evoluciones de los cantantes sobre la gran figura.
Andreas Schmidt se mueve con soltura y trepa con relativa facilidad,
pero Heppner estaba a veces preocupado por ver dónde le llevaría
el siguiente paso, buscando terreno firme, y aunque la línea de
canto en ningún momento se vio afectada, los gestos de inseguridad
y las miradas al suelo no se corresponden con el carácter del drama.
Había
gran interés por ver en escena al nuevo Heppner. Alejado
de los escenarios durante catorce meses por motivos de salud, y
con muchos kilos menos (algunas fuentes hablan de cuarenta), se
había presentado en Febrero pasado en el Metropolitan de Nueva York
como Eneas, en Los Troyanos de Hector Berlioz. En Berlín
el 13 de Abril cantó Tristán e Isolda, función que
no presencié, y el 16 dio un recital en la Staatsoper, con un variado
programa: el Liederkreis Op. 39 de Robert Schumann, y canciones
de Henry Duparc y Francesco Paolo Tosti. La voz sigue siendo de
gran belleza, con un registro agudo rutilante y volumen notable,
si bien en las medias voces y al apianar acusó ligeros problemas
de inestabilidad en la emisión y falta de apoyo. Salí del recital
con una grata impresión, pero dudando de las posibilidades de Heppner
como Tristán, un rol extenuante. Recordaba aún su hundimiento en
1999 en el MET. Afortunadamente mis dudas eran infundadas, y en
la función de Tristán e Isolda el tenor canadiense
estuvo inconmensurable. Timbre idóneo para el papel, técnicamente
perfecto, sin atisbo de los problemas que mencionaba unas líneas
más arriba, en ningún momento mostró síntomas de fatiga. Cantó con
gran riqueza de matices y fuerza expresiva: cada frase de Heppner
fue un espectáculo. Tendría que remontarme a Lauritz Melchior para
encontrar un Tristán tan convincente. Además, Heppner se reveló
como un excelente actor. Sin duda los kilos perdidos le permiten
una mayor facilidad de movimiento. Una interpretación para el recuerdo.
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Hoy
por hoy, no hay otra Isolda que Waltraud Meier, una cantante para
ver, más que para escuchar. La voz, que nunca ha sido especialmente
bella, muestra fisuras. Agudos tirantes, cuando los da, por encima
del Si b, unidos a un cada vez más perceptible vibrato caprino:
una vibración del sonido de periodo muy breve y de corta extensión
tonal. De los dos temidos Do5, el primero lo caló, y el segundo
ni lo intentó. Estos detalles de la voz pasan a un segundo plano
cuando la tienes delante. Sale a escena y no puedes mirar a ninguna
otra parte: sólo importa ELLA. Celebras sus frases antológicas y
disculpas los sonidos menos hermosos. Eso es ser una artista, una
personalidad, un personaje. Y Meier es todo esto en grado superlativo.
Si este Tristán es inolvidable es por la confluencia en escena
de un tenor en estado de gracia que da vida a Tristán como pocos
antes de él e Isolda misma en la carne mortal de la menuda soprano
de Würzburg.
Los
restantes papeles fueron encomendados a miembros de la compañía
de la Staatsoper Unter den Linden. Andreas Schmidt, antaño buen
cantante, ya dio muestras de deterioro vocal en su primera visita
al Teatro Real en 2000, en la que también hizo de Kurwenal. En la
actualidad su voz es una ruina completa, especialmente por encima
del Mi 3. Sus intervenciones resultaban molestas, una tortura para
los oídos. Otro tanto puede decirse del Melot del veterano Reiner
Goldberg, que alterna secundarios con Tannhäuser en Berlín.
Kwangchul
Youn fue un Marke neutro, correcto en lo vocal pero falto de presencia.
En esta misma producción he podido ver a Matti Salminen y a René
Pape haciendo de Marke, ambos poseedores de voces privilegiadas
y figuras imponentes en escena. El timbre de Youn es noble, la técnica
no es mala, pero con su fraseo lineal y distanciamiento expresivo
no saca suficiente partido del intenso monólogo. La Brangäne de
Rosemarie Lang se mueve igualmente en el terreno de la mera corrección.
En su voz la advertencia a los amantes del Segundo Acto suena demasiado
terrenal, contrastando con tan etérea música.
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Daniel
Barenboim, que el Jueves 17 dirigió una excepcional Cuarta de Bruckner
en la Philharmonie y el Domingo 20 una Traviata vulgar, volvió
a demostrar que ama y conoce como nadie hoy Tristán e Isolda,
obra con la que debutó en el Festival de Bayreuth en 1982. Dirigió
sin partitura y obtuvo de la Staatskapelle un rendimiento y un sonido
que nada tenían que ver con el grueso Verdi del día anterior. La
seca acústica de la sala contribuyó a que, musicalmente, este Tristán
no me impresionara tanto como hace tres años, cuando la misma orquesta
y director lo interpretaron en el Teatro Real de Madrid. En el Preludio,
o durante la advertencia de Brangäne, en el Real podías sentir
las oleadas sonoras alcanzándote, envolviéndote cálidamente. En
la sala de la Staatsoper unter den Linden los sonidos eran más precisos,
más directos, menos etéreos. Hubo algún desajuste con los cantantes,
algún fallo estrepitoso como la entrada de las trompetas fuera de
escena al final del Primer Acto, meras anécdotas que no emborronan
una memorable velada, coronada por una intensa y emotiva muerte
de amor con una transfigurada Meier y un inspirado Barenboim,
a la que siguió la única respuesta posible ante lo que se acababa
de oír, un interminable silencio, paulatinamente roto por el entusiasmo
desbordado del público.
Miguel
A. González Barrio
Mayo
2003
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