Wagner:
"Los maestros cantores de Nuremberg". W. Brendel (Hans
Sachs), A. Schmidt (Beckmesser), R. Pape (Pogner), R. Laukka (Kothner),
F. Araiza (22,26)/R. Golberg (30) (Walther), S. Rügamer (David),
C. Höhn (Eva), K. Kammerloher (Magdalena), H. Müller-Brachmann
(Sereno). Coro de la Deutsche Staatsoper Berlin. Staatskapelle Berlin.
Dir. de escena: H. Kupfer. Escenografía: H. Schavernoch.
Vestuario: B. Shiff. Dir. musical: D. Barenboim. Producción
de la Deutsche Staatsoper Berlin. Teatro Real, Madrid. 22, 26 y
30 de junio.
Maestros
sin Nuremberg y sin voces
Barenboim
y la Staatsoper de Berlín volvieron a Madrid, dentro del
II Festival de Verano del Teatro Real, después del éxito
arrollador de la pasada temporada con Tristán e Isolda (Don
Giovanni fue bien distinto). Esta vez comparecían con Los
Maestros Cantores de Nuremberg y Fidelio. Me limitaré a comentar
mis impresiones sobre el título wagneriano, del que presencié
las tres funciones que se ofrecieron.
La
producción de Harry Kupfer/Hans Savernoch incide en los mismos
parámetros que la de Tristán: ocúpese el centro
del escenario con una mole sobre una plataforma giratoria y póngasela
a dar vueltas de Acto en Acto. Al parecer esta economía de
medios es 'obligada' cuando la producción está pensada
para un escenario pequeño como el de la Staatsoper de Berlín.
El resultado sólo me satisfizo en el Acto Primero, donde
además la dirección de actores tuvo cierto interés,
si exceptuamos algún detalle ajeno a la acción y de
dudoso gusto, como el apretón de próstata de Augustin
Moser, que abandona la escena a la carrera para regresar al poco
abrochándose la bragueta. En el Segundo Acto todo es caótico.
Sachs canta el monólogo de las lilas (o del saúco)
frente a un tiesto; Eva y Walther se esconden en la escalera del
segundo piso (donde le ha dado por crecer al tilo de Pogner) en
una escena que recuerda a West side story (María y Tony en
la escalera de incendios); Beckmesser le canta la serenata a Sachs
al tiempo que mira de cuando en cuando a una ventana vacía,
pues tiene a Magdalena a su derecha, detrás de una esquina
del mamotreto escénico; el sereno aparece vestido de malo
de los 'Power Rangers'; en la escena de la pelea aparecen dos cabezas
rapadas con cresta 'punky' repartiendo mamporros entre el vecindario.
En la escena de la pradera del Tercer Acto vimos desfilar a gigantes,
comefuegos, saltimbanquis, patinadores portaestandartes, el cisne
de Lohengrin, conducido (era un ingenio a pedales) por un figurante
vestido de primera comunión, con traje de marinerito (¿un
'homenaje' a la producción de Peter Konwitschny que se vio
en el Liceo de Barcelona?) y un largo etcétera. Con los rascacielos
en escorzo proyectados al fondo aquello parecía una fiesta
en Central Park. Por el vestuario podría decirse que la acción
está situada en tiempos cercanos al de Richard Wagner.
La
dirección de Daniel Barenboim (a diferencia del Tristán
del pasado año, esta vez dirigió con partitura, aunque
la miraba poco) fue irregular. No muestra en Maestros el mismo grado
de dominio que en Tristán. Estuvo más acertado en
la segunda función. Después de una Obertura efectiva
pero de trazo más bien grueso, donde algunos detalles de
la rica escritura orquestal permanecieron ocultos, el Primer Acto
resultó consistentemente plúmbeo. Mejoró a
partir de "Am stillen Herd", pero el final resultó
embarullado los tres días. La cosa cambió a mejor
en los dos Actos restantes, donde hubo muy buenos momentos, como
la Cuarta Escena (Sachs-Eva) o la llegada de Walther en la Quinta
Escena del Segundo Acto, el interludio entre las Escenas Segunda
y Tercera del Tercer Acto y la escena de la pradera. Noté
en Barenboim una peligrosa tendencia a desentenderse de lo que ocurre
sobre el escenario. En las tres funciones, el coro se perdió
durante la pelea nocturna, estrepitosamente en la última
función (¡desde el mismo comienzo!), y no pareció
que el director hiciese nada por poner remedio. En la segunda función
estuve sentado en una localidad desde la que dominaba el foso y,
pese al evidente desbarajuste, Barenboim sólo tenía
ojos y oídos para la orquesta. Curiosamente, en el foso y
junto al proscenio, estaba situada una persona que, partitura en
mano, daba las entradas a los cantantes pero, durante la pelea nocturna,
se limitó a pasar las páginas con celeridad. También
el final de la obra, después de la arenga de Sachs, resultó
desordenado. Da la impresión de que el director argentino
cede el control a los sentimientos en los finales de Acto, después
de haber sujetado firmemente las riendas.
Maestros...¿cantores?
Parece un sarcasmo, pues canto magistral hubo bien poco. A Beckmesser
le faltaron pizarras.
Wolfgang
Brendel es un barítono lírico de voz grande, tosquedad
de línea, que ha mejorado mucho en los últimos años,
expresividad bajo mínimos y escasas dotes de actor, que trata
de disimular con aspavientos. Es el suyo un Sachs vocalmente plano
y monótono, además de falto de peso. La voz es demasiado
ligera para el papel, el timbre demasiado claro. Si a esto añadimos
una nula presencia escénica, el resultado global es pobre:
este Sachs impone poco y no se hace querer, menos cuando uno presencia
la ridícula rabieta casi infantil conque acompaña
"Hat man mit dem Schuhwerk nicht seine Not!" en la Cuarta
Escena del Tercer Acto. La entrada de Sachs en la Tercera Escena
del Primer Acto pasa desapercibida. En los monólogos y en
el "Jerum!" Barenboim y Brendel no se entendieron ningún
día, y hubo varios desajustes entre foso y escena. En la
última función Brendel tuvo un fallo de memoria en
el monólogo de la ilusión, y durante unos breves instantes
se escuchó una versión karaoke. Lució mejor
en la arenga final, bien cantada aunque en una línea ligera,
que aquí está en perfecta sintonía con la batuta,
que pasa de puntillas sobre el célebre pasaje. ¿Por
qué?
Andreas
Schmidt fue un eficaz Beckmesser, aunque vocalmente decepcionante.
Hubo una vez un barítono cuya voz parecía clonada
de la de Fischer-Dieskau (con mucha menos clase). De eso queda poco,
como ya pudimos comprobar la temporada pasada en que hizo Kurwenal
y se ha confirmado ésta. Sin embargo su caracterización
del personaje es muy lograda y convence.
Francisco
Araiza cantó el Walther en las dos primeras funciones. El
que fuera un importante tenor lírico, que destacó
especialmente en Mozart y Rossini, hace años que decidió
abordar papeles de mayor calado (¡qué cruz!), para
los cuales su voz es claramente inadecuada. Así, en 1990
debutó como Lohengrin en La Fenice de Venecia (dato curioso:
el director musical fue Christian Thielemann) y, más recientemente,
como Walther von Stolzing. Por mucho que él se empeñe
y pasee el papel por todo el mundo, Araiza es un Walther imposible.
A la voz le falta cuerpo, el timbre nasal y algunas características
inseguridades en la emisión se han acentuado con los años.
El porte es de galán maduro, poco juvenil. A su favor juegan
una buena línea de canto y su saber estar sobre el escenario,
que no es poco. A pesar de todo el sábado 30 le echamos de
menos, pues en su lugar cantó Reiner Goldberg, discreto Melot
el año pasado. Goldberg parecía el abuelo de Eva,
no estaba familiarizado con la producción (al menos eso parecía)
y se mostró muy inseguro en escena. Hubo un momento, no recuerdo
ahora si en el Segundo o Tercer Acto, en que literalmente 'emergió'
en el segundo piso del mamotreto escénico desde su interior
como se sale de una alcantarilla: primero la cabeza, luego los brazos
y finalmente el tronco y las piernas. Dio la impresión de
que no encontraba el camino correcto por el que debía entrar
e improvisó un atajo. Patético. La voz está
rota, abierta por completo. ¿Cómo es posible que este
cantante asuma los difíciles roles de Florestán (Fidelio)
y Max (El cazador Furtivo) la próxima temporada en la Staatsoper
de Berlín?
Goldberg
fue muy protestado por un reducido pero ruidoso sector del público,
lo que tuvo dos consecuencias. La primera que Barenboim, quizá
sintiéndose responsable, buscara al tenor entre bambalinas
y le sacase de nuevo al escenario, donde la orquesta (que, como
parece ser costumbre en 'Unter den Linden' -al menos siempre que
vienen a Madrid lo hacen-sube al escenario al final de la función)
le arropó con sus aplausos. Este 'gesto' entre desafiante
e irrespetuoso con el público provocó el enfado de
un sector más numeroso (según me contaron algunas
personas ya en la calle, que no habían protestado a Goldberg
al principio pero, sintiéndose indignados por el desafío
comenzaron a hacerlo) y nuevos abucheos, con Barenboim en el escenario.
La segunda es que, a diferencia de lo ocurrido en días anteriores,
en los que hubo más de quince minutos de aplausos, esta vez,
después del 'gesto' de Barenboim con Goldberg cayó
el telón y el público enmudeció y abandonó
la sala.
La
guapa Carola Höhn fue una Eva cortísima en lo vocal.
Esta deficiencia la compensa parcialmente con su atractiva presencia
y buenas maneras en escena, como pudo comprobarse en el "O
Sachs! Mein Freund!", que salvó con bastante decoro
pese a sus evidentes limitaciones. La voz es aniñada, lo
que cuadra bien con el personaje, pero frágil y de poca entidad.
Las dos escenas con Sachs quedaron más bien simplonas, y
el quinteto fue un obstáculo insalvable: si Eva no lidera
aquí con solvencia no hay nada que hacer. En resumidas cuentas:
el premio del concurso de canto debió quedar desierto y Eva
soltera.
El
único que estuvo en su sitio en todos los aspectos fue René
Pape, Pogner de lujo. Bella voz (flaquea algo en los graves), excelente
línea, buenas dotes de actor e inmejorable presencia. Demasiado
joven para Pogner. Su mejor día lo tuvo en la función
de estreno, el día 22. En las dos funciones restantes se
reservó bastante, pues al día siguiente cantaba (estupendamente)
el Rocco del Fidelio. Debido a la escasez de buenos cantantes, los
buenos no dan abasto. El pasado Festival de Verano del Teatro Real
Pape cantó el Leporello y aun salvó el último
Tristán, sustituyendo con espléndidos resultados a
un indispuesto Salminen (Marke).
Suficiente
el David de Stephan Rügamer (también Jaquino en Fidelio),
que en las tres funciones fue de más a menos. Bien el Kothner
de Raimo Laukka. Mención especial para la Magdalene de Kathanina
Kammerloher y, sobre todo, el magnífico Sereno del jovencísimo
Hanno Müller-Brachmann (sorprendente Fernando en Fidelio),
una voz interesante, con personalidad, que habrá que seguir
de cerca.
Miguel
A. Gonzalez Barrio
Beckmesser,
keiner Besser!
A
esto se vieron reducidos estos "Maestros cantores" ofrecidos
en el Teatro Real: "Nadie mejor que Beckmesser". Esta
idea fue la base de la representación. Así se pudo
apreciar en muchos momentos de la dirección de actores: la
trágica postura en la que el marcador queda tendido en el
suelo, inconsciente, tras la paliza que le propina David; el final,
en el que Beckmesser recoge la corona de laurel y se la pone él
solo (puesto que no hay nadie que lo redima en la obra). ¿Hará
falta recordar, una vez más, que Wagner especifica en las
acotaciones escénicas que Beckmesser huye por su propio pie
al final del segundo acto? ¿O que Beckmesser se marcha tras
su fracaso y no vuelve a aparecer? Por ello, mostrar el cuerpo de
Beckmesser, tirado por el suelo, sin conocimiento, no es más
que un ejercicio escénico para convertir a ese pedante insufrible
en un ser que despierte nuestra compasión. Y ponerlo al final
como un triunfador en solitario me parece un insulto a la inteligencia.
Es la "redención escénica" más tonta
que he visto en mucho tiempo. El decorado era una escalera de caracol
que giraba sobre su eje y hacía las veces de iglesia, casa,
patio, ventana, y demás. Como idea, aunque muy monótona
durante cinco horas, no estaría mal para un teatro de cuatro
duros, pero tratándose de la Staatsoper de Berlín
uno se espera algo mejor. Eso, dejando aparte el hecho de que, viendo
tal decorado, poca idea de Nuremberg se puede hacer uno. El vestuario,
con levitas y atuendos del siglo XIX, repite por enésima
vez las ideas que ciertos presuntos genios de la escena ya expusieron
hace más de un cuarto de siglo. De la escena de la pradera,
con adolescentes en patines, tragafuegos y demás zarandajas,
sólo diré que parecía un circo.
Sin
embargo, lo peor no fue la escena. Lo peor fue constatar que Barenboim,
desde la música, apoyaba también el disparate conceptual
que da título a este artículo. Su dirección
musical estuvo encaminada también a la "redención"
de Beckmesser, lo cual me parece un insoportable ejercicio de mala
fe. ¿Ejemplos? Cuando suena en la obertura la versión
acelerada del motivo de los maestros cantores (también se
escucha cuando Beckmesser sale a cantar su canción en la
escena de la pradera), la instrumentación de la melodía
es con oboes y clarinetes; pero es el sonido de los oboes (más
nasal que el timbre oscuro de los clarinetes) lo que lo hace realmente
cómico. Bien, pues el señor Barenboim hizo que los
oboes tocaran tan flojo que no se oyeron. Así pues, ese tema
musical sonó más digno (por el timbre de los clarinetes)
que cómico. ¿Coherente con la escena? Sí. ¿Coherente
con Wagner? No, en absoluto. Además, en esa misma parte de
la obertura, los chelos tocan la misma melodía con la que
el coro se burla de Beckmesser: "No me parece el adecuado";
bien, pues esa melodía también quedó apenas
audible, para que la dignidad de Beckmesser no se viera menoscabada
ni siquiera en la música. Para completar la jugada, el motivo
de los maestros cantores siempre sonó acelerado y transparente,
en vez de majestuoso y empastado. Las escenas corales siempre sonaron
mal sincronizadas: durante la fuga al final del segundo acto, hubo
momentos en que la orquesta repetía el tema principal tan
fuera de fase con el coro que parecía hacerle el eco; en
la escena de la pradera, también hubo fallos audibles de
medida. Y rara vez respetó Barenboim a los cantantes: el
volumen orquestal era tan inmisericorde en los tuttis que a veces
no se podía escuchar ni al coro.
Hay
quien opina que esto pudo deberse a errores en la ejecución
de Barenboim. Lo cierto es que, en ese caso, demostraría
que su dirección musical no es tan genial como se nos suele
vender. Pero es que, además, sé que no se trata de
errores. Podríamos hablar de errores si sólo hubieran
sucedido en esta ocasión. Pero hay que admitir que ese "estilo"
es el que ha imperado en todas las representaciones de "Maestros
cantores" dirigidas por Barenboim (he podido escucharlo por
la radio en 1996 y 1997, en vivo en Bayreuth en 1998, y ahora en
el Teatro Real). La única diferencia que noté en el
Teatro Real es que el coro apenas se le fue en la coda final de
la obra (en Bayreuth siempre iba a destiempo). Así que sólo
puedo concluir que dirige así a propósito. En realidad,
no hubo un solo momento de la obra que me resultara conmovedor y
reconozco que esto tiene mucho mérito, tratándose
de Wagner, pero es que Barenboim sabe arruinar como pocos el espíritu
de "Maestros cantores". Para mí, esta fue la mayor
sorpresa de esta representación. Pese a que ya no me gustó
en Bayreuth, pensaba que habría podido mejorar algo. Vana
esperanza, vana ilusión. Wahn, Wahn, überall Wahn.
Había
dos protagonistas de los que ya sabía que se podía
esperar poco: Wolfgang Brendel (Sachs) y Reiner Goldberg (Walther),
así que estos, al menos, no me dieron la desagradable sorpresa
que me dio Barenboim. No obstante, aguantar a Reiner Goldberg, con
la voz hecha añicos, fue todo un suplicio. Aparte, tener
que oír al coro decir, al final de la canción del
premio, que "nadie como él sabe pretender" a la
novia, resultaba ridículo, con el desastre canoro que se
estaba escuchando. Uno sólo podía estar de acuerdo
con los maestros cantores al principio, cuando lo expulsan por no
saber cantar. Para más desgracia, Goldberg se perdió
durante la primera estrofa de la canción del premio y Barenboim
lo solucionó bajando el volumen de la armonía y el
bajo, y destacando muchísimo la línea del cantante
(en los violines y en las maderas), para que Goldberg pudiera oír
lo que tenía que cantar. El contrapunto quedó así
arruinado.
Por
su parte, Wolfgang Brendel estuvo mejor que Goldberg, aunque eso
no sea mucho. Digamos que no es muy buen actor y su voz no permite
el refinamiento que requiere este personaje. El único detalle
bueno que le recuerdo es que no hizo falsete en el Mi agudo del
"Johannisnacht". Por lo demás, sus dotes liederísticas
fueron pobrísimas. El "Wahn! Wahn!" quedó
convertido en "Bang! Bang!", pues disparó las palabras
con una fiereza que nada tiene que ver con la situación que
se representa. Sus dos monólogos fueron monótonos
y faltos de expresividad. Su voz baritonal no tenía el peso
suficiente para destacar en las escenas con el coro. Y se perdió
un poco en el "Jerum! Jerum!". En cuanto a sus escenas
con Eva (segundo acto) o con Beckmesser (tercero) fueron soporíferas.
De
René Pape (Pogner) me esperaba mucho y también salí
decepcionado. Estuvo decente, pero él era capaz de hacerlo
mucho mejor y esto quedó claro en el "Fidelio"
del domingo, donde sí sacó todo su caudal de voz.
Así pues, al cantar Pogner entre dos representaciones de
"Fidelio" (viernes y domingo), Pape creyó conveniente
"ahorrar munición". Una lástima.
Andreas
Schmidt no terminó de convencerme en esta ocasión
como Beckmesser, pero fue uno de los más dignos de esta representación.
Se le oyó bien y su caracterización tuvo buenos momentos,
dentro de la estética de Kupfer. Vocalmente, muy aburrido
en la escena con Sachs en el tercer acto, pero muy bien en la escena
de la pradera.
Stephan
Rügamer fue un David insuficiente. Su timbre opaco y sus modales
canoros no le permitían afrontar las agilidades de su parte
sin sufrir notables apuros, y tampoco supo matizar para sacar partido
a sus explicaciones a Walther en el primer acto.
Carola
Höhn (Eva) no consiguió que su voz destacara tanto como
su físico. Su actuación no pasó de lo mediocre.
Un aburrido dúo con Sachs en el segundo acto y un quinteto
sin alma. Su "O Sachs! Mein Freund!" fue desastroso, un
auténtico chillido.
Katharina
Kammerloher (Magdalene) sí que tenía una buena voz,
además de una buena figura. Muy bien en general, incluso
su interpretación. Por último, el sereno (Hanno Müller-Brachmann)
tenía una voz muy buena, que pudimos disfrutar al día
siguiente con más tiempo, ya que hacía de don Fernando
en "Fidelio".
Los
coros tuvieron una actuación muy buena, aunque al principio
del primer acto sonaron poco. Pero conforme avanzó la obra,
fueron sonando más maravillosos (cuando Barenboim permitía
que los pudiésemos oír).
El
público ya iba predispuesto a tragarse cualquier cosa que
hiciera Barenboim. Se vio claro con los largos aplausos que recibió
nada más salir, antes de empezar la obra (cosa que me pareció
improcedente del todo). Así que, pese a lo infumable de la
representación, hubo aplausos para todos.
Sin
embargo, cuando Reiner Goldberg salió a saludar, recibió
justificadísimos abucheos (aunque sigo pensando que los merecía
más el responsable de todo: Barenboim; pero abuchear a Barenboim
era un suicidio entre esa masa adoradora de don Daniel). Entonces
algunos "paladines del trato políticamente correcto"
lanzaron algún "bravo" a Goldberg (sólo
para estar en contra de los que protestaban), pero nadie quiso imitarles,
así que el tenor se tragó una buena bronca. Entonces
salió Barenboim con toda la orquesta: gran aplauso y ovación.
La claque se preparó bien para cuando saliera el ídolo
argentino (yo mismo pude oír, para mi asombro, cómo
varias personas - que no estaban aplaudiendo- detrás de mí
cuchicheaban: "¡Ahora, ahora!", y empezaron a aplaudir
y ovacionar a Barenboim). Entonces, el director argentino tuvo una
idea poco afortunada: fue a un lateral, sacó al pobre Reiner
Goldberg, y pidió el aplauso del público. Pese a que
las luces ya estaban encendidas, volvieron a sonar los abucheos
y los ánimos se calentaron por semejante impertinencia de
Barenboim. El resultado fue que, una vez cayó el telón,
se acabaron los aplausos y todo el mundo se marchó a casa:
un detalle de dignidad por parte del público. Lo gracioso
es que la gente no dijo nada de esa actitud. Alguien con conocimiento
me comentó: "Si eso lo hubiera hecho García Navarro
con José Cura, lo habrían crucificado". Pero
en este caso era San Barenboim, quien, entre otras cosas, es el
director idolatrado por el editor del Teatro Real; y claro, eso
se nota.
Por
mi parte, no recordaba un Wagner tan malo desde el "Siegfried"
de Bayreuth del año pasado. Es curioso que alguien que hace
un "Tristán" tan maravilloso como Barenboim, haga
unos "Maestros cantores" tan deplorables. Recuerdo ahora
que hace un año le pregunté a un músico de
la orquesta del Festival de Bayreuth cuál era la obra más
difícil de Wagner; me respondió: "Maestros cantores",
por la precisión del contrapunto. Entonces me sorprendió
un poco la respuesta (yo pensaba en el "Anillo"), pero
ahora me parece que tiene mucha razón. Así que si
alguien me pregunta sobre Barenboim para dirigir "Maestros
cantores", le diré lo mismo que el pueblo dice sobre
Beckmesser, cuando va a cantar su serenata en la pradera: "No
me parece el adecuado".
Germán
Rodríguez
Julio
2001 |