Número 276 - Zaragoza - Diciembre 2023
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POSTOPERATORIO: LOS MAESTOS CANTORES EN EL REAL

Wagner: "Los maestros cantores de Nuremberg". W. Brendel (Hans Sachs), A. Schmidt (Beckmesser), R. Pape (Pogner), R. Laukka (Kothner), F. Araiza (22,26)/R. Golberg (30) (Walther), S. Rügamer (David), C. Höhn (Eva), K. Kammerloher (Magdalena), H. Müller-Brachmann (Sereno). Coro de la Deutsche Staatsoper Berlin. Staatskapelle Berlin. Dir. de escena: H. Kupfer. Escenografía: H. Schavernoch. Vestuario: B. Shiff. Dir. musical: D. Barenboim. Producción de la Deutsche Staatsoper Berlin. Teatro Real, Madrid. 22, 26 y 30 de junio.


Maestros sin Nuremberg y sin voces

Barenboim y la Staatsoper de Berlín volvieron a Madrid, dentro del II Festival de Verano del Teatro Real, después del éxito arrollador de la pasada temporada con Tristán e Isolda (Don Giovanni fue bien distinto). Esta vez comparecían con Los Maestros Cantores de Nuremberg y Fidelio. Me limitaré a comentar mis impresiones sobre el título wagneriano, del que presencié las tres funciones que se ofrecieron.

La producción de Harry Kupfer/Hans Savernoch incide en los mismos parámetros que la de Tristán: ocúpese el centro del escenario con una mole sobre una plataforma giratoria y póngasela a dar vueltas de Acto en Acto. Al parecer esta economía de medios es 'obligada' cuando la producción está pensada para un escenario pequeño como el de la Staatsoper de Berlín. El resultado sólo me satisfizo en el Acto Primero, donde además la dirección de actores tuvo cierto interés, si exceptuamos algún detalle ajeno a la acción y de dudoso gusto, como el apretón de próstata de Augustin Moser, que abandona la escena a la carrera para regresar al poco abrochándose la bragueta. En el Segundo Acto todo es caótico. Sachs canta el monólogo de las lilas (o del saúco) frente a un tiesto; Eva y Walther se esconden en la escalera del segundo piso (donde le ha dado por crecer al tilo de Pogner) en una escena que recuerda a West side story (María y Tony en la escalera de incendios); Beckmesser le canta la serenata a Sachs al tiempo que mira de cuando en cuando a una ventana vacía, pues tiene a Magdalena a su derecha, detrás de una esquina del mamotreto escénico; el sereno aparece vestido de malo de los 'Power Rangers'; en la escena de la pelea aparecen dos cabezas rapadas con cresta 'punky' repartiendo mamporros entre el vecindario. En la escena de la pradera del Tercer Acto vimos desfilar a gigantes, comefuegos, saltimbanquis, patinadores portaestandartes, el cisne de Lohengrin, conducido (era un ingenio a pedales) por un figurante vestido de primera comunión, con traje de marinerito (¿un 'homenaje' a la producción de Peter Konwitschny que se vio en el Liceo de Barcelona?) y un largo etcétera. Con los rascacielos en escorzo proyectados al fondo aquello parecía una fiesta en Central Park. Por el vestuario podría decirse que la acción está situada en tiempos cercanos al de Richard Wagner.

La dirección de Daniel Barenboim (a diferencia del Tristán del pasado año, esta vez dirigió con partitura, aunque la miraba poco) fue irregular. No muestra en Maestros el mismo grado de dominio que en Tristán. Estuvo más acertado en la segunda función. Después de una Obertura efectiva pero de trazo más bien grueso, donde algunos detalles de la rica escritura orquestal permanecieron ocultos, el Primer Acto resultó consistentemente plúmbeo. Mejoró a partir de "Am stillen Herd", pero el final resultó embarullado los tres días. La cosa cambió a mejor en los dos Actos restantes, donde hubo muy buenos momentos, como la Cuarta Escena (Sachs-Eva) o la llegada de Walther en la Quinta Escena del Segundo Acto, el interludio entre las Escenas Segunda y Tercera del Tercer Acto y la escena de la pradera. Noté en Barenboim una peligrosa tendencia a desentenderse de lo que ocurre sobre el escenario. En las tres funciones, el coro se perdió durante la pelea nocturna, estrepitosamente en la última función (¡desde el mismo comienzo!), y no pareció que el director hiciese nada por poner remedio. En la segunda función estuve sentado en una localidad desde la que dominaba el foso y, pese al evidente desbarajuste, Barenboim sólo tenía ojos y oídos para la orquesta. Curiosamente, en el foso y junto al proscenio, estaba situada una persona que, partitura en mano, daba las entradas a los cantantes pero, durante la pelea nocturna, se limitó a pasar las páginas con celeridad. También el final de la obra, después de la arenga de Sachs, resultó desordenado. Da la impresión de que el director argentino cede el control a los sentimientos en los finales de Acto, después de haber sujetado firmemente las riendas.

Maestros...¿cantores? Parece un sarcasmo, pues canto magistral hubo bien poco. A Beckmesser le faltaron pizarras.

Wolfgang Brendel es un barítono lírico de voz grande, tosquedad de línea, que ha mejorado mucho en los últimos años, expresividad bajo mínimos y escasas dotes de actor, que trata de disimular con aspavientos. Es el suyo un Sachs vocalmente plano y monótono, además de falto de peso. La voz es demasiado ligera para el papel, el timbre demasiado claro. Si a esto añadimos una nula presencia escénica, el resultado global es pobre: este Sachs impone poco y no se hace querer, menos cuando uno presencia la ridícula rabieta casi infantil conque acompaña "Hat man mit dem Schuhwerk nicht seine Not!" en la Cuarta Escena del Tercer Acto. La entrada de Sachs en la Tercera Escena del Primer Acto pasa desapercibida. En los monólogos y en el "Jerum!" Barenboim y Brendel no se entendieron ningún día, y hubo varios desajustes entre foso y escena. En la última función Brendel tuvo un fallo de memoria en el monólogo de la ilusión, y durante unos breves instantes se escuchó una versión karaoke. Lució mejor en la arenga final, bien cantada aunque en una línea ligera, que aquí está en perfecta sintonía con la batuta, que pasa de puntillas sobre el célebre pasaje. ¿Por qué?

Andreas Schmidt fue un eficaz Beckmesser, aunque vocalmente decepcionante. Hubo una vez un barítono cuya voz parecía clonada de la de Fischer-Dieskau (con mucha menos clase). De eso queda poco, como ya pudimos comprobar la temporada pasada en que hizo Kurwenal y se ha confirmado ésta. Sin embargo su caracterización del personaje es muy lograda y convence.

Francisco Araiza cantó el Walther en las dos primeras funciones. El que fuera un importante tenor lírico, que destacó especialmente en Mozart y Rossini, hace años que decidió abordar papeles de mayor calado (¡qué cruz!), para los cuales su voz es claramente inadecuada. Así, en 1990 debutó como Lohengrin en La Fenice de Venecia (dato curioso: el director musical fue Christian Thielemann) y, más recientemente, como Walther von Stolzing. Por mucho que él se empeñe y pasee el papel por todo el mundo, Araiza es un Walther imposible. A la voz le falta cuerpo, el timbre nasal y algunas características inseguridades en la emisión se han acentuado con los años. El porte es de galán maduro, poco juvenil. A su favor juegan una buena línea de canto y su saber estar sobre el escenario, que no es poco. A pesar de todo el sábado 30 le echamos de menos, pues en su lugar cantó Reiner Goldberg, discreto Melot el año pasado. Goldberg parecía el abuelo de Eva, no estaba familiarizado con la producción (al menos eso parecía) y se mostró muy inseguro en escena. Hubo un momento, no recuerdo ahora si en el Segundo o Tercer Acto, en que literalmente 'emergió' en el segundo piso del mamotreto escénico desde su interior como se sale de una alcantarilla: primero la cabeza, luego los brazos y finalmente el tronco y las piernas. Dio la impresión de que no encontraba el camino correcto por el que debía entrar e improvisó un atajo. Patético. La voz está rota, abierta por completo. ¿Cómo es posible que este cantante asuma los difíciles roles de Florestán (Fidelio) y Max (El cazador Furtivo) la próxima temporada en la Staatsoper de Berlín?

Goldberg fue muy protestado por un reducido pero ruidoso sector del público, lo que tuvo dos consecuencias. La primera que Barenboim, quizá sintiéndose responsable, buscara al tenor entre bambalinas y le sacase de nuevo al escenario, donde la orquesta (que, como parece ser costumbre en 'Unter den Linden' -al menos siempre que vienen a Madrid lo hacen-sube al escenario al final de la función) le arropó con sus aplausos. Este 'gesto' entre desafiante e irrespetuoso con el público provocó el enfado de un sector más numeroso (según me contaron algunas personas ya en la calle, que no habían protestado a Goldberg al principio pero, sintiéndose indignados por el desafío comenzaron a hacerlo) y nuevos abucheos, con Barenboim en el escenario. La segunda es que, a diferencia de lo ocurrido en días anteriores, en los que hubo más de quince minutos de aplausos, esta vez, después del 'gesto' de Barenboim con Goldberg cayó el telón y el público enmudeció y abandonó la sala.

La guapa Carola Höhn fue una Eva cortísima en lo vocal. Esta deficiencia la compensa parcialmente con su atractiva presencia y buenas maneras en escena, como pudo comprobarse en el "O Sachs! Mein Freund!", que salvó con bastante decoro pese a sus evidentes limitaciones. La voz es aniñada, lo que cuadra bien con el personaje, pero frágil y de poca entidad. Las dos escenas con Sachs quedaron más bien simplonas, y el quinteto fue un obstáculo insalvable: si Eva no lidera aquí con solvencia no hay nada que hacer. En resumidas cuentas: el premio del concurso de canto debió quedar desierto y Eva soltera.

El único que estuvo en su sitio en todos los aspectos fue René Pape, Pogner de lujo. Bella voz (flaquea algo en los graves), excelente línea, buenas dotes de actor e inmejorable presencia. Demasiado joven para Pogner. Su mejor día lo tuvo en la función de estreno, el día 22. En las dos funciones restantes se reservó bastante, pues al día siguiente cantaba (estupendamente) el Rocco del Fidelio. Debido a la escasez de buenos cantantes, los buenos no dan abasto. El pasado Festival de Verano del Teatro Real Pape cantó el Leporello y aun salvó el último Tristán, sustituyendo con espléndidos resultados a un indispuesto Salminen (Marke).

Suficiente el David de Stephan Rügamer (también Jaquino en Fidelio), que en las tres funciones fue de más a menos. Bien el Kothner de Raimo Laukka. Mención especial para la Magdalene de Kathanina Kammerloher y, sobre todo, el magnífico Sereno del jovencísimo Hanno Müller-Brachmann (sorprendente Fernando en Fidelio), una voz interesante, con personalidad, que habrá que seguir de cerca.

Miguel A. Gonzalez Barrio


Beckmesser, keiner Besser!

A esto se vieron reducidos estos "Maestros cantores" ofrecidos en el Teatro Real: "Nadie mejor que Beckmesser". Esta idea fue la base de la representación. Así se pudo apreciar en muchos momentos de la dirección de actores: la trágica postura en la que el marcador queda tendido en el suelo, inconsciente, tras la paliza que le propina David; el final, en el que Beckmesser recoge la corona de laurel y se la pone él solo (puesto que no hay nadie que lo redima en la obra). ¿Hará falta recordar, una vez más, que Wagner especifica en las acotaciones escénicas que Beckmesser huye por su propio pie al final del segundo acto? ¿O que Beckmesser se marcha tras su fracaso y no vuelve a aparecer? Por ello, mostrar el cuerpo de Beckmesser, tirado por el suelo, sin conocimiento, no es más que un ejercicio escénico para convertir a ese pedante insufrible en un ser que despierte nuestra compasión. Y ponerlo al final como un triunfador en solitario me parece un insulto a la inteligencia. Es la "redención escénica" más tonta que he visto en mucho tiempo. El decorado era una escalera de caracol que giraba sobre su eje y hacía las veces de iglesia, casa, patio, ventana, y demás. Como idea, aunque muy monótona durante cinco horas, no estaría mal para un teatro de cuatro duros, pero tratándose de la Staatsoper de Berlín uno se espera algo mejor. Eso, dejando aparte el hecho de que, viendo tal decorado, poca idea de Nuremberg se puede hacer uno. El vestuario, con levitas y atuendos del siglo XIX, repite por enésima vez las ideas que ciertos presuntos genios de la escena ya expusieron hace más de un cuarto de siglo. De la escena de la pradera, con adolescentes en patines, tragafuegos y demás zarandajas, sólo diré que parecía un circo.

Sin embargo, lo peor no fue la escena. Lo peor fue constatar que Barenboim, desde la música, apoyaba también el disparate conceptual que da título a este artículo. Su dirección musical estuvo encaminada también a la "redención" de Beckmesser, lo cual me parece un insoportable ejercicio de mala fe. ¿Ejemplos? Cuando suena en la obertura la versión acelerada del motivo de los maestros cantores (también se escucha cuando Beckmesser sale a cantar su canción en la escena de la pradera), la instrumentación de la melodía es con oboes y clarinetes; pero es el sonido de los oboes (más nasal que el timbre oscuro de los clarinetes) lo que lo hace realmente cómico. Bien, pues el señor Barenboim hizo que los oboes tocaran tan flojo que no se oyeron. Así pues, ese tema musical sonó más digno (por el timbre de los clarinetes) que cómico. ¿Coherente con la escena? Sí. ¿Coherente con Wagner? No, en absoluto. Además, en esa misma parte de la obertura, los chelos tocan la misma melodía con la que el coro se burla de Beckmesser: "No me parece el adecuado"; bien, pues esa melodía también quedó apenas audible, para que la dignidad de Beckmesser no se viera menoscabada ni siquiera en la música. Para completar la jugada, el motivo de los maestros cantores siempre sonó acelerado y transparente, en vez de majestuoso y empastado. Las escenas corales siempre sonaron mal sincronizadas: durante la fuga al final del segundo acto, hubo momentos en que la orquesta repetía el tema principal tan fuera de fase con el coro que parecía hacerle el eco; en la escena de la pradera, también hubo fallos audibles de medida. Y rara vez respetó Barenboim a los cantantes: el volumen orquestal era tan inmisericorde en los tuttis que a veces no se podía escuchar ni al coro.

Hay quien opina que esto pudo deberse a errores en la ejecución de Barenboim. Lo cierto es que, en ese caso, demostraría que su dirección musical no es tan genial como se nos suele vender. Pero es que, además, sé que no se trata de errores. Podríamos hablar de errores si sólo hubieran sucedido en esta ocasión. Pero hay que admitir que ese "estilo" es el que ha imperado en todas las representaciones de "Maestros cantores" dirigidas por Barenboim (he podido escucharlo por la radio en 1996 y 1997, en vivo en Bayreuth en 1998, y ahora en el Teatro Real). La única diferencia que noté en el Teatro Real es que el coro apenas se le fue en la coda final de la obra (en Bayreuth siempre iba a destiempo). Así que sólo puedo concluir que dirige así a propósito. En realidad, no hubo un solo momento de la obra que me resultara conmovedor y reconozco que esto tiene mucho mérito, tratándose de Wagner, pero es que Barenboim sabe arruinar como pocos el espíritu de "Maestros cantores". Para mí, esta fue la mayor sorpresa de esta representación. Pese a que ya no me gustó en Bayreuth, pensaba que habría podido mejorar algo. Vana esperanza, vana ilusión. Wahn, Wahn, überall Wahn.

Había dos protagonistas de los que ya sabía que se podía esperar poco: Wolfgang Brendel (Sachs) y Reiner Goldberg (Walther), así que estos, al menos, no me dieron la desagradable sorpresa que me dio Barenboim. No obstante, aguantar a Reiner Goldberg, con la voz hecha añicos, fue todo un suplicio. Aparte, tener que oír al coro decir, al final de la canción del premio, que "nadie como él sabe pretender" a la novia, resultaba ridículo, con el desastre canoro que se estaba escuchando. Uno sólo podía estar de acuerdo con los maestros cantores al principio, cuando lo expulsan por no saber cantar. Para más desgracia, Goldberg se perdió durante la primera estrofa de la canción del premio y Barenboim lo solucionó bajando el volumen de la armonía y el bajo, y destacando muchísimo la línea del cantante (en los violines y en las maderas), para que Goldberg pudiera oír lo que tenía que cantar. El contrapunto quedó así arruinado.

Por su parte, Wolfgang Brendel estuvo mejor que Goldberg, aunque eso no sea mucho. Digamos que no es muy buen actor y su voz no permite el refinamiento que requiere este personaje. El único detalle bueno que le recuerdo es que no hizo falsete en el Mi agudo del "Johannisnacht". Por lo demás, sus dotes liederísticas fueron pobrísimas. El "Wahn! Wahn!" quedó convertido en "Bang! Bang!", pues disparó las palabras con una fiereza que nada tiene que ver con la situación que se representa. Sus dos monólogos fueron monótonos y faltos de expresividad. Su voz baritonal no tenía el peso suficiente para destacar en las escenas con el coro. Y se perdió un poco en el "Jerum! Jerum!". En cuanto a sus escenas con Eva (segundo acto) o con Beckmesser (tercero) fueron soporíferas.

De René Pape (Pogner) me esperaba mucho y también salí decepcionado. Estuvo decente, pero él era capaz de hacerlo mucho mejor y esto quedó claro en el "Fidelio" del domingo, donde sí sacó todo su caudal de voz. Así pues, al cantar Pogner entre dos representaciones de "Fidelio" (viernes y domingo), Pape creyó conveniente "ahorrar munición". Una lástima.

Andreas Schmidt no terminó de convencerme en esta ocasión como Beckmesser, pero fue uno de los más dignos de esta representación. Se le oyó bien y su caracterización tuvo buenos momentos, dentro de la estética de Kupfer. Vocalmente, muy aburrido en la escena con Sachs en el tercer acto, pero muy bien en la escena de la pradera.

Stephan Rügamer fue un David insuficiente. Su timbre opaco y sus modales canoros no le permitían afrontar las agilidades de su parte sin sufrir notables apuros, y tampoco supo matizar para sacar partido a sus explicaciones a Walther en el primer acto.

Carola Höhn (Eva) no consiguió que su voz destacara tanto como su físico. Su actuación no pasó de lo mediocre. Un aburrido dúo con Sachs en el segundo acto y un quinteto sin alma. Su "O Sachs! Mein Freund!" fue desastroso, un auténtico chillido.

Katharina Kammerloher (Magdalene) sí que tenía una buena voz, además de una buena figura. Muy bien en general, incluso su interpretación. Por último, el sereno (Hanno Müller-Brachmann) tenía una voz muy buena, que pudimos disfrutar al día siguiente con más tiempo, ya que hacía de don Fernando en "Fidelio".

Los coros tuvieron una actuación muy buena, aunque al principio del primer acto sonaron poco. Pero conforme avanzó la obra, fueron sonando más maravillosos (cuando Barenboim permitía que los pudiésemos oír).

El público ya iba predispuesto a tragarse cualquier cosa que hiciera Barenboim. Se vio claro con los largos aplausos que recibió nada más salir, antes de empezar la obra (cosa que me pareció improcedente del todo). Así que, pese a lo infumable de la representación, hubo aplausos para todos.

Sin embargo, cuando Reiner Goldberg salió a saludar, recibió justificadísimos abucheos (aunque sigo pensando que los merecía más el responsable de todo: Barenboim; pero abuchear a Barenboim era un suicidio entre esa masa adoradora de don Daniel). Entonces algunos "paladines del trato políticamente correcto" lanzaron algún "bravo" a Goldberg (sólo para estar en contra de los que protestaban), pero nadie quiso imitarles, así que el tenor se tragó una buena bronca. Entonces salió Barenboim con toda la orquesta: gran aplauso y ovación. La claque se preparó bien para cuando saliera el ídolo argentino (yo mismo pude oír, para mi asombro, cómo varias personas - que no estaban aplaudiendo- detrás de mí cuchicheaban: "¡Ahora, ahora!", y empezaron a aplaudir y ovacionar a Barenboim). Entonces, el director argentino tuvo una idea poco afortunada: fue a un lateral, sacó al pobre Reiner Goldberg, y pidió el aplauso del público. Pese a que las luces ya estaban encendidas, volvieron a sonar los abucheos y los ánimos se calentaron por semejante impertinencia de Barenboim. El resultado fue que, una vez cayó el telón, se acabaron los aplausos y todo el mundo se marchó a casa: un detalle de dignidad por parte del público. Lo gracioso es que la gente no dijo nada de esa actitud. Alguien con conocimiento me comentó: "Si eso lo hubiera hecho García Navarro con José Cura, lo habrían crucificado". Pero en este caso era San Barenboim, quien, entre otras cosas, es el director idolatrado por el editor del Teatro Real; y claro, eso se nota.

Por mi parte, no recordaba un Wagner tan malo desde el "Siegfried" de Bayreuth del año pasado. Es curioso que alguien que hace un "Tristán" tan maravilloso como Barenboim, haga unos "Maestros cantores" tan deplorables. Recuerdo ahora que hace un año le pregunté a un músico de la orquesta del Festival de Bayreuth cuál era la obra más difícil de Wagner; me respondió: "Maestros cantores", por la precisión del contrapunto. Entonces me sorprendió un poco la respuesta (yo pensaba en el "Anillo"), pero ahora me parece que tiene mucha razón. Así que si alguien me pregunta sobre Barenboim para dirigir "Maestros cantores", le diré lo mismo que el pueblo dice sobre Beckmesser, cuando va a cantar su serenata en la pradera: "No me parece el adecuado".

Germán Rodríguez

Julio 2001